Cartel promocional de Elementos. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 04:55 pm
No con mucha frecuencia se puede ver un espectáculo danzario donde los elementos que tradicionalmente se concatenan para dar lugar a este: idea original, coreografía, diseño de vestuario y decorados; luces y música, logren un entramado tan coherente, que pudiera llevarnos a pensar que lo creó una sola persona.
Es ese el caso del ballet Elementos de la bailarina y coreógrafa Lizt Alfonso, que presentó recientemente la compañía que lleva su nombre, en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana.
Estrenado en 2002 en igual plaza, luego de ocho años de fructífero quehacer del Ballet Lizt Alfonso en diversos escenarios del mundo, los asistentes pudieron disfrutar de un ballet que ratifica la riqueza creativa de la autora de Fuerza y compás, Alas, Vida, espectáculos todos que constituyen la antípoda del precedente, propuestas disímiles que no palidecen una respecto a la otra, que mantienen un ritmo en su discurso (clímax y anticlímax incluidos), que atrapa al espectador en su luneta e incluso le hace dejar escapar alguna palabra de asombro, y, por qué no, de bien fundada complacencia.
Algún orden hay que imponer para referirse a los componentes por separado, aunque ni la música, ni los diseños de vestuario y decorados, ni las luces, le hacen «una voz segunda» al espectáculo. La partitura general, concebida por el joven pianista y compositor Denis Peralta, no es algo que sirva de soporte, sino un discurso en sí mismo, donde los timbres y el manejo de los medios sonoros del grupo musical son explotados con máxima eficacia. Resulta difícil asimilar que todo lo que suena sea ejecutado por tan solo siete músicos, donde cada uno se desdobla en varias funciones: canto-percusión, teclados-voces, percusión-coros, y donde cada integrante acierta a la hora de los cambios de medio sonoro, con la agilidad precisa y con el desempeño de auténticos artistas.
Del diseño de decorados, vestuario y luces, a cargo de Erick Grass, no sería exagerado decir que se aviene al concepto del ballet, con la igual exactitud con que los entonces jóvenes y anónimos pintores (Picasso, Benois, Bakst) crearon los decorados de Petroushka o de Preludio a la siesta de un fauno para Diaghilev, el gran director de los ballets rusos, que colmaron la escena parisina de las primeras décadas del siglo XX.
Aunque desde sus primeros trabajos coreográficos se veía a una Lizt Alfonso no transgresora (de la escuela del baile flamenco), sino aglutinadora de cuanto lenguaje o escuela danzaria viniera a cuento para dar su discurso, ya en el estreno en 2002 del Elementos se reveló la creadora de un lenguaje sui géneris que tomando como punto de partida dicha escuela, fusionaba el ballet clásico, la danza moderna, los bailes afrocubanos, en una postura donde el desprejuicio y la fuerza creadora se imponían para derribar compartimentos que ya en el siglo XXI no tienen sentido. Y lo importante no es que utilice todas estas vertientes o escuelas danzarias, sino la absoluta coherencia al hacerlo, de modo tal que no se ven por ninguna parte las «costuras», ni mucho menos resulte alguna de ellas disonante o «traída por los pelos». Prueba de ello es que cada una de estas vertientes tiene su acento principal a lo largo de las escenas: el ballet clásico en las gotas de rocío, el baile flamenco en la brisa y la danza moderna en los solos de la tierra y del fuego. A lo que es obligado añadir que no pudo ser mejor el desempeño de las bailarinas que interpretaron «la tierra», dueñas de todos los desafíos técnicos e inmensas como el «elemento» nutricio, generador de todo lo demás; «el fuego» muy convincente en su naturaleza traicionera, sinuosa, inestable; las gotas de rocío, con la levedad y sutileza justas; y las que encarnaron las brisas: sensuales, reposadas, creándonos la ilusión de vernos mecidos en una siesta de tarde, a lo que contribuyó, con especial eficacia, el canto leve y la cadencia de la melodía de ese segmento.
Destacan en el ballet como puntos sobresalientes de su discurso creativo, el comienzo, con la aparición de la tierra y el fuego, como elementos primarios en el génesis del planeta. Asimismo, el momento en que se imbrican los cuatro elementos para dar lugar al surgimiento del hombre (subrayo aquí la perfecta consonancia de la coreografía, el concepto escénico, las luces y la música). El otro gran momento es el nacimiento mismo del hombre y la entrega que le hacen los elementos para dar lugar a la categoría superior: la civilización, en la que finalmente se imponen la inteligencia y el trabajo, quedando así todos los elementos unidos en un único haz: la naturaleza, puesta a su servicio.
El movimiento danzario cubano vio nacer en los 90 a esta compañía que exhibe hoy, a los 17 años de creada, una mayoría de edad, sólida, de alto profesionalismo, en cada una de sus partes y en el todo, y eso se debe al talento de su fundadora y directora general, y más que a esto, a la tenacidad y lucidez con que ha asumido su tarea de forja de un arte mayor. Gracias, Lizt, por volar tan alto.