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Viaje a las esencias

Josefina la viajera, el más reciente éxito de Teatro El Público, es una suerte de cartografía de lo cubano desde una perspectiva plural, involucrando lo social y lo íntimo

Autor:

Osvaldo Cano

Las garantías que ofrecen a los espectadores tres creadores de la altura de Abilio Estévez, Carlos Díaz y Osvaldo Doimeadiós, son colmadas de un modo irrebatible en un espectáculo que, para privilegio nuestro, los reúne. Josefina la viajera se titula el monólogo de Estévez que el líder de El Público llevó a las tablas de la sala Adolfo Llauradó con excelente faena interpretativa de Doimeadiós.

Con Josefina la viajera, Estévez retoma dos antípodas recurrentes en su obra anterior: libertad-reclusión. En textos tan disímiles como La noche o El enano en la botella es perceptible este radical antagonismo que también sacude a la protagonista del monólogo escrito en el 2006 y que justo ahora se hace «carne».

Josefina resulta un personaje con vocación de totalidad, una criatura que nos encarna —a nosotros los cubanos— desde las más disímiles perspectivas. En ella coinciden ilusiones y desgarramientos, certezas y desesperanzas que han sacudido y sacuden el alma de la nación. Precisamente ahí radica su éxito y su misterio.

De lo sublime a lo soez, de la nostalgia al desparpajo, el autor va mostrándonos retazos de nuestra historia, confrontándonos con nuestras preferencias y decepciones, pero sin indulgencias, sino que mezcla la crítica certera con el gozo de aquello que nos deleita.

De lo que se trata aquí —y esta es otra constante en la obra de Estévez— es de realizar una suerte de cartografía de lo cubano desde una perspectiva plural, involucrando lo social y lo íntimo, lo histórico y lo cotidiano, lo «alto» y lo «bajo».

Confieso que ignoro de qué índole de alquimia se valen Carlos Díaz y Osvaldo Doimeadiós cuando laboran juntos, pero lo que sí sé es que sus producciones son de una calidad esmerada. Santa Cecilia, La puta respetuosa, Ícaros y ahora Josefina la viajera, resultan ejemplos que sustentan esta afirmación. Lo cierto es que en el espectáculo coinciden la exigencia del director y la entrega del actor, quien en plenitud de sus recursos expresivos, realiza una labor exquisita.

Sin renunciar al acostumbrado despliegue visual, apoyado en los vistosos vestuarios de Roberto Ramos Mori o apelando al juego homoerótico, el director construye un montaje que se caracteriza por el riguroso trabajo con el intérprete a quien hace transitar del desgarramiento a la humorada, reafirmando esa disposición traviesa que lo distingue.

Irreverencia y gratitud devienen dos puntales en la obra de Díaz, que son palpables aquí con total nitidez. Son muestras de ello las rupturas con la historia enhebrada por el dramaturgo para resaltar algún defecto técnico de la sala o el subrayado en algún tropiezo cotidiano, e incluso la señal condenatoria contra algún hecho cercano y terrible.

Osvaldo Doimeadiós nos regala toda una disertación de actuación. Lo hace durante cerca de dos horas y atrapa a un público amplio y diverso que se reconoce en este viaje a las esencias, y con el cual se comunica tanto por el canal oral como a través de la gestualidad, de posturas, emblemas, giros que nos tipifican, pero que nada tienen que ver con la elemental caricatura. Tonos, timbres diferentes, un uso certero de su cuerpo (casi siempre expuesto) van tejiendo un enjundioso lenguaje alternativo muy en la cuerda del texto de Estévez.

Transiciones bruscas y exactas, fluidez, amenidad, la infrecuente capacidad de atrapar en un gesto, con un detalle —en apariencia irrelevante— la esencia de una idea o de un sentimiento, son también méritos del comediante.

La historia de la inveterada y longeva viajera transita por el cuerpo y la psiquis del actor y nos llega con una mezcla de ironía y fruición, de solemnidad y desparpajo, cosa esta que es apuntalada por una banda sonora (Bárbara Llanes) que amalgama géneros y ritmos diversos.

Aunque es cierto que el monólogo resulta una dura prueba para el actor quien en solitario enfrenta al público, en Josefina la viajera Doimeadiós es apoyado por un equipo muy profesional y creativo entre los que se incluyen también  Sandra Ramy (asesora de danza), Manolo Garriga (diseño de luces) y Norge Espinosa (asesor dramatúrgico), quienes contribuyen decisivamente a la coherencia del montaje.

Carlos Díaz, Osvaldo Doimeadiós y Abilio Estévez vuelven a ser noticia grata. Digo esto porque —como se sabe— la puesta de Santa Cecilia, que también los involucra desempeñando idénticos roles, constituyó todo un éxito.

Con Josefina la viajera regresan al monólogo, al trabajo en equipo y a la reflexión profunda e intensa sobre nuestra realidad e historia. Al hacerlo protagonizan un indudable acontecimiento para nuestro teatro y nuestra cultura.

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