González convence por su naturalidad y capacidad para exponer los costados psicológicos de tan singular criatura, dedicación y sobriedad marcan su trabajo Autor: Cortesía de la fuente Publicado: 21/09/2017 | 04:51 pm
En los últimos años varios creadores se han interesado por la obra de Eugenio Hernández Espinosa, replanteándosela e intentando estrategias comunicativas que la acerquen al espectador contemporáneo. En particular Mi socio Manolo ha motivado tanto a Alejandro Palomino (Vital-Teatro) como a Sara María Cruz (Rita Montaner). Ahora es el mismo dramaturgo y director quien retoma este texto y estrena —en la sala Adolfo Llauradó de la capital— Cheo Malanga. En este regreso a la cartelera teatral el líder de Teatro Caribeño nos propone una mirada visceral y diáfana del gran amigo de Manolo el «aguajista».
Con Cheo Malanga, Hernández Espinosa vuelve a una de las criaturas que pueblan su obra anterior y la convierte en protagonista de un monólogo. De modo tal que se da a sí mismo la oportunidad de profundizar en dilemas en ocasiones solo insinuados, y desarrollar mucho más al personaje, que ahora deviene el eje de la historia.
Al igual que en Mi socio… el relato se estructura sobre el diálogo entre ambos amigos-rivales, solo que ahora Manolo está ausente, pues desde el inicio sabemos que ha sido asesinado. Lo que se nos propone aquí es un profundo y sincero autorreconocimiento de Cheo, quien se duele, pues no ha podido colmar sus sueños. La confesión funciona como una válvula de escape a sus emociones reprimidas, que afloran vertiginosamente.
Superado por sus antiguos «socios» del barrio como por los jóvenes que se abren paso, el protagonista se revela como un individuo desorientado, un oportunista en ciernes que no ha encontrado el modo de escalar. Su contradicción principal estriba en el hecho de que si bien en el orden social su definición a favor del proyecto revolucionario es clara —pues ese es el camino escogido para tratar de hacer efectivas sus aspiraciones materiales—, en lo privado resulta un desasido, una criatura sin norte y sin brújula. Es precisamente esa coyuntura la causante, junto a un grupo de complejos y normas éticas que no puede sacudirse, el origen de la catástrofe.
La puesta es sobria, minimalista. El actor, un taburete y un cuchillo le bastan a Hernández Espinosa. En el espectáculo tiene un peso decisivo el discurso oral, y la palabra es el hilo de Ariadna que nos conduce a través de las desgarradas confesiones del protagonista. El director hace énfasis en el trabajo del actor.
Nelson González y Eugenio Hernández Espinosa han desbrozado muchos caminos juntos. La mutua colaboración ha sido longeva y provechosa. Esta no es una excepción. El actor acomete sus tareas escénicas con dedicación y sobriedad. Un ritmo atinado y concordante con las exigencias del acontecer, claridad en la dicción, una cadena de acciones coherente e ilustrativa del estado mental del protagonista, junto a la mesura con que lo conforma, contribuyen a que su trabajo sea orgánico. Sin alardes, recurriendo a un tono que se aviene perfectamente con la grisura del compungido Cheo, González convence por su naturalidad y capacidad para exponer los costados psicológicos de tan singular criatura.
Hernández Espinosa asume la responsabilidad de los diseños de vestuario y escenografía, optando por la sencillez. Jorge Garciaporrúa concibe una banda sonora que grafica el ambiente solariego, el bullicio o la tensión según las exigencias de la escena.
Con Cheo Malanga, Teatro Caribeño consigue un estreno de interés. Si bien Nelson González no supera las cotas de calidad alcanzadas en Lagarto Pisabonito, lo cierto es que realiza una faena signada por el profesionalismo y la entrega sincera. Eugenio Hernández Espinosa retoma uno de sus personajes y nos lo devuelve renovado. Esos son los principales méritos de esta propuesta.