Yamil junto a la autora de este trabajo. El periodista, narrador, poeta y editor Yamil Díaz Gómez (Santa Clara, 1971), ganador de importantes premios literarios entre los que se destaca el del certamen Fundación de la Ciudad de Santa Clara —lo ha obtenido en cinco ocasiones—, es uno de nuestros más versátiles autores.
Ha publicado los poemarios Apuntes de mambrú, El flautista en la cruz, Soldado desconocido, Fotógrafo en posguerra y La guerra queda lejos; los libros para niños En el buzón del jardín y Lluvia, así como varios volúmenes que forman parte de una pentalogía: Crónicas martianas, Los dioses verdaderos, Ese jardín perdido, Después del huracán y su libro más reciente, La calle de los oficios, obtuvo el Premio Memoria en el año 2006 —fue convocado por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau y publicado bajo el sello editorial de esa institución. Yamil es uno de los imprescindibles en el panorama cultural cubano actual y, ciertamente, el anfitrión natural de la poesía santaclareña. Es un placer inmenso que acceda a responder estas preguntas para El Tintero, publicación que se honra con su presencia.
—Tu libro más reciente está integrado por varias entrevistas. ¿Significa que regresas a tu oficio de periodista?
—La verdad es que en 1994 me dieron el título de periodista, pero nunca he creído ni remotamente tener el «oficio de periodista». Soy un escritor que se vale lo mismo de los géneros «literarios» que de los «periodísticos» para intentar hacer literatura.
—¿Piensas continuar ampliando el horizonte de esas entrevistas; harás unas nuevas, o interrumpes ese trabajo para regresar a tu poesía?
—Por ahora no puedo pensar en esa «segunda parte» que tanto me han reclamado desde un intelectual de primera como Pedro Pablo Rodríguez, hasta algún coterráneo para quien La calle de los oficios es el tercer o cuarto libro que lee en toda su vida. Estoy metido de pies y manos en un «megaproyecto» que se desgajará en cuatro libros sobre José Martí y no me atrevo ni siquiera a pensar en otra cosa.
—Se ha dicho que tu obra está caracterizada por varias obsesiones. Entre estas, José Martí y los poetas cubanos...
—Estoy de acuerdo, siempre que acotemos que se trata de obsesiones presentes en lo publicado hasta aquí, porque no pienso pasar el resto de mi existencia escribiendo sobre lo mismo. También está la obsesión de la guerra, en mi trilogía poética, tema que espero haber abandonado para siempre. Y creo que al cerrar la pentalogía periodística que comenzó con la primera edición de Crónicas martianas y cierra precisamente con La calle... les voy a dar largo descanso a mi ciudad y al tema de los poetas cubanos.
—¿Vinculas el hecho de haber nacido y vivir en Santa Clara a tu incansable producción literaria, o crees que en cualquier otro lugar serías capaz de escribir con igual tesón?
—El mismo amor que he puesto al escribir sobre mi natal Santa Clara, lo puse al escribir sobre París, donde apenas estuve siete días. En cualquier otro lugar, yo habría sido cualquier otro escritor. Si he dedicado ¿tantas? páginas a Santa Clara será porque es aquí donde han transcurrido más horas de mi vida. Amo a su gente y su dinámica cultural, pero en sí a esta ciudad, como ente físico —sin mar y sin un sitio pisado por Martí— no le hallo encanto alguno.
—Quisiera, en honor a la amistad que nos une desde hace tantos años, hicieras unas confesiones. Se sabe de tu devoto, casi fanático, interés por el béisbol. ¿Realmente consideras que ese deporte se vincula de algún modo con tu particular manera de asumir la poesía, o son afinidades independientes?
—Mi inolvidable profesor en la Universidad de La Habana, Salvador Redonet (el Redo), decía que las partes del argumento se cumplen lo mismo en una novela que en una receta de cocina. Yo las veo también en un juego de béisbol. Así que en última instancia disfruto de un buen juego como de un buen texto narrativo: en ambos casos hay conflicto y hay clímax y hay ficción, pues esos falsos enemigos del terreno pudieran terminar la noche juntos en un bar... Te juro, Laidi de mi alma, que si hubiese tenido la oportunidad de lanzar una final Villa Clara-Industriales y dar un juego perfecto en el Latino, jamás hubiese escrito media línea.