La exposición Imágenes del Louvre, seis siglos de pintura europea inaugurada en la Plaza de Armas, el Castillo de la Real Fuerza y el Palacio del Segundo Cabo estará a disposición del público hasta el 18 de mayoEl Louvre se trasladó a La Habana. Ha sabido aprovechar para sí la luz natural de la Plaza de Armas, el viento salino que refresca la Avenida del Puerto y la piel colonial que, como telón de fondo, ambienta siglos pasados plenos de estilos y viveza creadora.
La verja del Castillo de la Real Fuerza ha devenido curioso soporte de una colección que se obstina, burladora de los barrotes, en no dejarse atrapar entre cuatro paredes.
El recorrido cronológico que traza la exposición Imágenes del Louvre, seis siglos de pintura europea, comienza a la derecha del Palacio del Segundo Cabo, con obras de la Edad Media. Se extiende en el tiempo bordeando la fortaleza de La Giraldilla, hasta desembocar en el siglo XIX, nuevamente en los predios del Palacio del Segundo Cabo.
El arte del medioevo irrumpe con toda su religiosidad y didactismo con La virgen y el niño en majestad rodeados de ángeles, de Cimabué, último gran pintor de la escuela bizantina y maestro de Giotto, quien le sucede con San Francisco de Asís recibiendo los estigmas, escena que realizara para decorar la catedral de Pisa.
A ambos lados de la entrada al Castillo de la Real Fuerza, aparecen colocadas las obras del Renacimiento, como si el azar quisiera reforzar la brecha que significó la exploración de otras temáticas en las que el hombre emerge victorioso, la apertura a la experimentación de colores y técnicas, o el resquicio creativo por el que se fortalecieron géneros como el retrato y el paisaje.
Asoman entonces pintores como Fra Angelico, Paolo Uccelo, Domenico Ghirlandaio y Sandro Botticelli, considerados iniciadores del Renacimiento en la cuna florentina; al mismo tiempo que en la llamada Escuela Flamenca de los países nórdicos todavía persistían manifestaciones del Gótico tardío.
Observando de soslayo la bahía de La Habana, con su extraviada y enigmática mirada, una vez más La Mona Lisa, del multifacético Leonardo Da Vinci, viene a cautivar a todos aquellos que, intrigados, tratarán de descifrar el presunto secreto que guarda en su vientre o esconde tras su sonrisa, y que con los años se ha vuelto tan sinuoso como el camino que a sus espaldas se pierde.
A La Gioconda le acompaña La bella jardinera, de Rafael, otro de los imprescindibles del Renacimiento italiano, quien junto a Da Vinci y Miguel Ángel, conforma la tríada estelar del período.
Ya al frente del Malecón se puede disfrutar de los grandes pintores españoles del siglo XVII, centuria dorada en la que trascendieron a la historia de la plástica artistas de la talla de José Ribera, Francisco de Zurbarán, Diego Velázquez y Esteban Murillo. Entre ellos se mezclan las pinceladas de Caravaggio, Rembrand y Rubens, para enseñar al espectador la diversidad de estilos que generó el arte barroco al que se adscriben las piezas de unos y otros, fueran estas realizadas en Sevilla o en Amberes.
El Siglo de las Luces dobla la esquina por la calle Empedrado, y deja atrás la exuberancia de la escena galantes del francés Jean-Antoine Watteau (Peregrinaje a la isla de Citera), para adelantarse hacia un neoclasicismo que apuesta por la austeridad.
La figura de Jacques-Louis David, va a convertirse en el máximo exponente en Francia de este retorno a las líneas clásicas. Su cuadro El juramento de los Horacios —del cual se exhibe un detalle— deviene con su elevada carga patriótica en modelo para las décadas posteriores. Tal expresión histórica, que encontrará la cima de la fama con La Muerte de Marat bajo el contexto de la Revolución Francesa, halla también continuidad en La coronación del emperador Napoleón I y de la emperatriz Josefina, también seleccionada para esta cita habanera.
Dentro de la muestra que reúne el siglo XVIII, destacan entre otras Retrato a la condesa del Carpio, marquesa de La Solana, del español Francisco de Goya; y Retrato de cuerpo entero de la marquesa de Pompadour, que dibujara a tamaño natural el artista Maurice-Quentin de La Tour, eternizando para Luis XV la figura de su amante.
Como término para este itinerario pictórico, la exposición dobla junto a la calle Tacón dando paso a la primera mitad del siglo XIX, punto en el tiempo donde concluye la colección del Louvre; puesto que las pinturas posteriores a 1848 son presentadas en el Museo de Orsay, también de París.
La pasión del Romanticismo inunda esta primera parte del siglo XIX, con su devoción por la naturaleza y su apego a la identidad nacional; dejándose apreciar claramente en piezas como El árbol de los cuervos, de Caspar Friedrich; La balsa de las Medusas, de Théodore Géricault, y La Libertad guiando al pueblo, de Eugene Delacroix. Esta última, que ha devenido icono de la cultura francesa, en esta ocasión se abandera desde el cartel promocional como síntesis y expresión de tan singular exposición plástica.
Hasta aquí el camino sugerido por curadores y especialistas, que no agota ni limita las múltiples «rutas y andares» a recorrer en este pedacito de La Habana Vieja dedicado al arte universal.
Hasta la propia historia del Louvre se podría reconstruir, pues su aspecto original de fortaleza se advierte en el paisaje de fondo de Retablo del Parlamento de París, realizado por el Maestro Dreux Budé. Tal fortificación fue sustituida por el palacio real de Francisco I, monarca que acaparó para sí una valiosa colección de obras del Renacimiento. También se advierte la Grande Galerie, actualmente la sala principal de pinturas, concebida por el artista Hubert Robert en su Vista imaginaria de la Gran Galería del Louvre en ruinas. Y como colofón las obras de J-Louis David, quien fue su primer director cuando abrió sus puertas como museo público en 1793.
Imágenes del Louvre... estará a disposición del público hasta el 18 de mayo, con sus 101 reproducciones a tamaño real, captadas en su mayoría por la lente fotográfica de Angéle Doquier.
Inevitablemente muchos serán los pasos que se detendrán ante tan grato espectáculo a los ojos. Entonces el Louvre habrá cumplido con su añeja misión de extender sus espacios, que esta vez se desbordan de la ribera del Sena, para alcanzar la bahía de La Habana y en ella, el corazón de un pueblo que ama las bellas artes.