Foto: Kaloian Vivir es un enigma, y es la maravilla. Siendo niños, casi todos somos filósofos que nos hacemos las grandes preguntas: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos y a qué? ¿Qué será el infinito? Aunque adulto, el filósofo y escritor noruego Jostein Gaarder (Oslo, 1952), palpita entre esas interrogantes con el mismo encantamiento con que descubrió, a la altura de sus diez años, que existir es como habitar un cuento de hadas, y que lo más sensato que podemos hacer es guiarnos por los sentimientos.
Para él, después de la bomba de Hiroshima o de guerras como las del Oriente Medio, es preciso hablar de lo amargo que nos ha tocado vivir como especie, pero también seguir haciéndolo sobre las flores. En estos días recientes de la XVIII Feria Internacional del Libro, Gaarder asistió a la antigua Fortaleza San Carlos de la Cabaña, en La Habana, para hablar sobre El misterio del Solitario, su novela escrita para jóvenes, editada en Noruega en 1990, y que la editorial cubana Gente Nueva ofreció en esta última cita de la lectura.
Quise conversar con este pensador que ha creado novelas, historias cortas y cuentos para niños; que experimentó un inusitado punto de giro en su suerte al publicar, en 1991, El mundo de Sofía, texto traducido a más de 50 idiomas, y que en Cuba, en 1999, fue reproducido por la Editorial Arte y Literatura.
La primera impresión que atrapamos en un diálogo con Gaarder, es la de estar frente a un niño grande, que sonríe y se apasiona con facilidad, y que se extravía en el tiempo mientras intenta compartir su visión del universo. «Ser pesimista es una actitud inmoral», ha dicho este escritor en otra entrevista. Esa me parece una de sus más bellas frases. Ante mí, en un acto de justicia, comenta que a lo largo de la historia han existido mujeres filósofas, aunque ellas no han sido incluidas en la historia de la Filosofía por haber sido suprimidas como género y como seres intelectuales.
«Qué pena... —respondo— porque las mujeres son como ángeles cuyo instinto maternal las hace inmensas...». Y antes de sumergirnos en una larga disquisición sobre el asunto, nos despedimos. Ese es el final del diálogo. Y este, el comienzo:
—Hace algunos años pudimos leer en Cuba El mundo de Sofía, maravilloso libro en el cual un maestro cuenta a sus alumnos la historia de la Filosofía del Hombre desde los primeros instantes hasta hoy...
—Espero que también les guste El misterio del Solitario...
—De los pensadores que usted aborda en El mundo de Sofía, ¿cuál le fascina más?
—Es una pregunta difícil de contestar porque cada filósofo tiene su proyecto de investigación, y porque cada cual vive en una época con determinadas características. El existencialista francés Jean Paul Sartre, por ejemplo, expresa desde la modernidad su tesis de que las elecciones resultan inevitables, y que siempre tendremos que elegir entre una y otra opción. De todos modos, para mí, filosofía es también ontología, con lo cual quiero decir que ella siempre se planteará preguntas sobre qué es el mundo, de dónde venimos. En lo particular, mis enfoques suelen ser ontológicos, y quizá por eso mi filósofo favorito sea el racionalista Spinosa. Él no creyó en un Dios fuera del Universo.
«Tengo que decir que cada día leo más de ciencias naturales, porque tratan antiguas cuestiones filosóficas como qué son la conciencia y el universo; o si la conciencia es una casualidad cósmica o algo típico de este universo».
—Es interesante cómo en El mundo... usted explica las ideas de Platón, la tesis de las sombras que el Hombre proyecta dentro de una cueva, a la luz del fuego, para sugerir que la sabiduría y la totalidad del universo están afuera, y que el ser humano apenas ve con claridad por estar adentro de una caverna. Hasta el final estaremos preguntándonos para qué estamos en este mundo; quiénes somos...
—No dejaré de hacerme esas preguntas. Incluso otras filosóficas sobre la moral y la ética: ¿Qué es la vida de bien? ¿Qué es la felicidad; cuáles son los valores reales; qué es la buena sociedad, qué es justicia? ¿Y qué es el amor? Son cuestiones que en mi entender no tienen respuestas definitivas.
«Es imposible conseguir la felicidad sin preguntarnos en qué consiste. Y no es posible construir una sociedad justa y buena sin preguntarnos cómo sería una sociedad así. Todas las generaciones tenemos que volver a esas interrogantes».
—Ha confesado que a la altura de sus diez años comprendió que la vida era un misterio. ¿Cómo llegó a esa certeza?
—Cuando tenía esa edad, vi la película Candilejas, de Charles Chaplin, y en ella descubrí el arte, y lo que es el amor, y lo bella y breve que es la vida. Me conmovió la música utilizada en el filme, y me fascinó Chaplin y su personaje. A partir de entonces comencé a ver la vida, el universo y todo, con luz nueva.
«La película cuenta de una bailarina que intenta suicidarse con gas, y de un payaso que la salva justo en el momento que ella está a punto de morir. Cuando la joven se despierta y lo mira, él le pregunta por qué ha querido suicidarse. Ella tiene una enfermedad que le impide seguir bailando. Entonces el payaso le pregunta por qué quiere acabar con su conciencia, y poco a poco le devuelve el brillo de la vida, y la despierta, como me despertó a mí».
—¿Dónde estaba Gaarder cuando cayó el Muro de Berlín y estaban en auge las ideas sobre el fin de la Historia?
—Estaba en mi casa en Noruega, y seguí muy de cerca las noticias en la televisión. Fue un momento histórico.
—Se hablaba del fin de las ideologías. ¿Le parece que el mundo arribó a esa «nada histórica»?
—Creo que es una buena pregunta. Porque se habló del final de los ideólogos. Pero el consumismo es también una especie de ideología, y la economía neoliberal también. Para mí la reflexión más importante que ha hecho la humanidad, su principal logro desde el punto de vista filosófico, ha sido la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
«Pero sería absurdo enfocarnos solamente en los derechos sin tener en cuenta los deberes humanos, es decir, la responsabilidad en cuanto a la justa distribución de bienes, y al cuidado del medio ambiente y la biodiversidad».
—¿El mundo no estará necesitando una revolución mental?
—Necesitamos una especie de revolución espiritual, entre otras cosas, para aprender a comportarnos de otra manera con respecto a la naturaleza. Por lo general decimos que tenemos la responsabilidad global de salvar el medio ambiente, pero no vamos más allá; no pensamos que quizá sea este el único sitio donde existan criaturas como nosotros, con conciencia. De ser así, intentar salvar la vida en la Tierra no solo sería una necesidad global, sino también cósmica.
«Pienso que aún vivimos bajo las leyes de la Jungla o de la Edad de Piedra. Solemos decir: ama al prójimo como quieres que él te ame, pero ese amor también debe ser entre generaciones. Imagina que los nietos o bisnietos nos digan: ¿Por qué nos han quitado los bosques, los animales...? Deberíamos plantear: haz a tus futuras generaciones lo que quisieras para ti. Este concepto forma parte de la ética cristiana, pero también es uno de los principios básicos de la solidaridad en el socialismo.
«La revolución del pensamiento filosófico tendrá que hablar de ética, pero no solo desde un pensamiento horizontal, que es la ética de la Jungla. También necesitamos una visión vertical del pensamiento ético, que incluye a las generaciones futuras».
—Ha traído a colación ideas socialistas...
—En realidad pienso que los ideales del socialismo y los del cristianismo son bastante parecidos. No hablo del culto a Cristo ni del culto a los líderes socialistas, sino del cristianismo en sí, del socialismo en sí. Me has preguntado por mis filósofos favoritos. Una vez me pidieron imaginar que moría y en el cielo podía encontrarme con cualquier filósofo que yo deseara. Debía mencionar solo tres. Respondí que me hubiera gustado conocer a Sócrates, pues desconocemos qué dijo exactamente, ya que supimos de él a través de Platón; y Sócrates es importante porque gran parte de la filosofía de la razón proviene de sus ideas.
«Respondí, además, que me hubiera gustado encontrarme con Cristo, porque es una figura enigmática: tampoco se sabe qué dijo, y lo que sabemos es a través de los evangelistas. No tengo ninguna relación religiosa con Jesús, pero para mí, él es un importante filósofo moral. Y el tercer pensador tendría que ser Buda. No sabemos lo que él decía. No dejó nada escrito. Era un gran psicólogo. Estudió cómo el deseo puede causar dolor. Veo relación entre él y Spinosa».
—Los dogmas son peligrosos para emprender la verdadera revolución que el mundo necesita. ¿No le parece?
—Tiempo después de Sócrates y Jesús, las personas acogieron sus concepciones, y esas ideas se convirtieron en dogmas. Si un ser humano señala algo importante, entonces la gente comienza a mirar su dedo y luego se interesan más por la persona que señala que por aquello importante que está siendo señalado. Buda era una suerte de guía, alguien que señalaba por excelencia.
«Lo mismo ocurrió con Carlos Marx. Fue un pensador importante que advirtió estructuras y reglas en cuanto al desarrollo histórico y el económico. Pero si hubiera estado entre nosotros sería el primero en admitir que su pensamiento fue elaborado en la primera mitad del siglo XIX, y habría dicho que cada generación tiene que discutir cómo es su sociedad, cómo debe ser para que sea buena.
«Podría compararlo con Sigmund Freud, quien vio ciertas verdades que han sido exageradas por sus sucesores. Y lo mismo podríamos decir de Charles Darwin. Estoy completamente de acuerdo con su teoría de la evolución, pero seguramente, si él viviese hoy, diría lo mismo que Marx: no soy un darwinista. Después de Darwin vinieron descubrimientos cruciales como el de la molécula y el genoma humano. De modo que resulta inevitable una constante renovación del pensamiento político, religioso y científico».
—¿Cuántas veces ha estado en Cuba?
—Esta es la segunda vez. Visité la Isla en el año 2000, cuando se presentó El mundo de Sofía.
—¿Qué tienen que ver las creaciones de Gaarder con nuestra Isla? ¿Por qué decide venir personalmente a presentar sus libros aquí?
—Sonará como un cliché, pero me gustan Cuba y el temperamento de su gente, la alegría que aquí se respira. Ella me recuerda un poco mi infancia. Nací en 1952, y algo de la forma de vivir de aquellos años vuelve a mí cuando vengo.
«Confío en que la economía cubana mejore, pero también creo que el mundo puede estropearse siendo demasiado rico. Es por ello que pienso que Cuba solo necesita volverse un poquito más rica, y mi país, Noruega, podría volverse un poquito menos rico. Y tengo que añadir que me parece terrible y estúpido el bloqueo de Estados Unidos contra este pequeño país.
«Los niños suelen hacer las mejores preguntas. Yo me encontré con una madre norteamericana y su pequeña de seis años, la cual, después de ver un discurso de Bush en la televisión, preguntó a su madre por qué el presidente había terminado diciendo que Dios bendiga a América —por supuesto que se refería a los Estados Unidos de América— en lugar de decir: que Dios bendiga al mundo.
«También hay una historia que habla de un niño, de un imperio y el emperador. Hans Christian Andersen, el escritor danés, cuenta la historia del emperador que se pasea por entre los súbditos, y a todos les han dicho que si no ven la ropa del emperador es porque ellos son los tontos. Entonces todos halagan la vestimenta del emperador, y solo un niño dice la verdad: “¿Por qué está desnudo el rey?”».
—Usted insiste en que los jóvenes deben saber que la vida es breve. ¿A qué se refiere exactamente?
—Me di cuenta de eso cuando miré la película de la cual ya he hablado. Y ese descubrimiento me ha perseguido siempre. Creo que desde un punto de vista moral quizá no sea tan importante enviar ese mensaje a los jóvenes. Lo importante es no obviar que tenemos de telón de fondo una eternidad, y que con un simple chasquido de dedos, como quien dice, tendrás mi edad, y estarás sentada en el mismo punto de la vida donde ahora me encuentro.
—Algún consejo para los cubanos que leerán El misterio del Solitario...
—Que lleguen hasta el final. Les prometo que no van a arrepentirse.
Nota: Esta entrevista fue posible gracias a la ayuda y la complicidad de las colegas de Juventud Rebelde, Gusel Ortiz Cano y Yuliet Gutiérrez Delgado.