Esta pieza constituye una verdadera leyenda del teatro musical. La inauguración de la sala Tito Junco del Complejo Cultural Bertold Brecht es una grata noticia
El estreno tanto de Cabaret como de la sala Tito Junco del Complejo Cultural Bertold Brecht resultan muy gratas noticias. Mefisto, joven colectivo teatral que dirige Tony Díaz, fue el encargado de llevar a las tablas esta pieza que constituye una verdadera leyenda del teatro musical. De este modo se verificaron simultáneamente dos acontecimientos de real interés para nuestra escena, por un lado la reapertura de un espacio que deberá convertirse en sitio de encuentro con modos menos convencionales de asumir el espectáculo, y por el otro el regreso a un género que se cuenta entre los preferidos del público cubano.
David Guerra se encargó de rescribir el texto acudiendo a diversas fuentes entre las que sobresalen la novela Adiós Berlín, de Christopher Isherwood, y el libreto de Cabaret concebido por Joe Masteroff. Su interés —según confiesa en las notas al programa de mano— estuvo enfilado a rescatar tanto la atmósfera como los personajes que tipificaron al Berlín de los años 30 del pasado siglo. La versión respeta la estructura discontinua que tipifica al teatro musical, pero al mismo tiempo se interesa por transparentar la fábula. En este rubro debo hacer notar que junto al ineludible triángulo amoroso se enfatiza el clima represivo e irracional desatado por el auge del fascismo. De tal suerte que la liberal conducta de los personajes que viven alrededor del Kit Kat Klub —considerados como una dañina plaga por sus detractores— es contrastada con el pavoroso accionar de la maquinaria nazi.
Con esta puesta Tony Díaz se impuso un reto difícil, sobre todo si tomamos en cuenta que el musical es un ave rara en nuestras tablas. A esto se le suma el hecho de que, luego de su estreno en Broadway (1966) y, fundamentalmente, a partir de su versión cinematográfica (1972) que tuvo en Liza Minelli a una intérprete de lujo, Cabaret ha devenido rasero y quimera difícil de alcanzar. El líder de Mefisto supo utilizar un espacio escénico desacostumbrado (se trata de una suerte de pasarela que divide el lunetario en dos) distribuyendo y alternando la acción en el dilatado espacio destinado a la representación. Agilidad, ritmo en los numerosos cambios de locación así como en los engarces de las escenas, claridad en los presupuestos de dirección y capacidad para guiar a un elenco mayoritariamente joven, son algunos de sus méritos.
Díaz contó con la colaboración de un equipo de lujo, entre los que se cuenta Iván Tenorio, quien se responsabilizó con el entramado coreográfico, pero que sobre todo fue capaz de hacer danzar a un colectivo novel y poco entrenado en estos menesteres. Mención especial merecen los vistosos y distintivos vestuarios de Vladimir Cuenca, cuya proclividad para caracterizar a los diferentes personajes, remitirnos a una época, a un entorno deliberadamente errático, y definir las inclinaciones o el status social de cada quien, es palpable. Las luces de Carlos Repilado contribuyen notablemente al realce del espectáculo o la consecución de atmósferas sobrias o severas, según las demandas de la acción. La escenografía de Ricardo Axel apoya esa adecuada utilización del espacio escénico de que hablaba líneas antes, favorece la agilidad de los cambios de locación y contribuye a crear una imagen coherente con el discurso integral del montaje. Los arreglos de Rey Montesinos y el montaje de voces de Gladis Puig, tienen, entre sus muchos méritos, el de adecuar la música original de John Kander y las letras de Fred Ebb a las posibilidades de la nómina de Mefisto.
Entre lo que llama la atención de esta puesta en escena está el hecho de que no es asumida por comediantes musicales. Como ya había apuntado, se trata de un joven conjunto cuya formación ha estado dirigida al teatro dramático casi exclusivamente. Sin embargo, son capaces de cantar y bailar con dignidad y, en ocasiones, con destreza.
Del numeroso elenco debo mencionar la faena de Rayssel Cruz, quien a partir de la gestualidad, la mímica o las posturas, transparenta el mundo interior del maestro de ceremonias. Gretel Cazón canta con soltura y, a veces, con brillo, actúa con desenfado y espontaneidad para terminar consiguiendo un saldo positivo en su incorporación de un personaje clave en la trama. Ingenuidad, creencia, naturalidad, son los pilares sobre los que se asienta el desempeño de Enrique A. Estévez. Una vez más Ramón Ramos da muestras de su dominio técnico e inteligencia al encarnar a un ilusionado y crédulo judío víctima de las coyunturas de su tiempo. Hedy Villegas resuelve a golpe de experiencia y oficio los obstáculos de un rol también importante. Solo le restaría enfatizar la angustia e incertidumbre que se ciernen sobre una mujer madura atrapada entre la ilusión de un amor otoñal y el miedo. Jorge Luis Curbelo labora con sobriedad y limpieza, mientras que Yenly Veliz da señales de poseer fuerza y temperamento.
Al estrenar Cabaret, Tony Díaz y Mefisto dejan claro que su propósito es apuntar a lo alto. Sin que este sea un espectáculo fastuoso ni impecable, lo cierto es que constituye un buen momento en la cartelera teatral. Ahora bien, Cabaret no debe constituir una meta para nuestro futuro teatro musical, sino un punto de partida, un rasero a superar para seguir elevando el listón del rigor y los resultados.