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Teresita Fernández: La maestra que canta

La destacada cantautora de música infantil confesó a JR que quisiera tener simpre el don y la oportunidad de escribir canciones para los niños y de cantar para ellos

Autor:

Miguel Ángel Valdés Lizano

En la sala, por un lado, un busto martiano y una bandera. Por el otro, una palangana que, a juzgar por el óxido, lega su existir al verdor del coralillo que en su interior se hospeda. Sembrada dentro de similar vasija, en la cocina, una pequeña mata de aguacates intenta atrapar la luz con sus gajos que se estiran por la ventana desde el piso 12.

El sitio de los ángeles con los recuerdos de sus seres queridos, la caricatura del gato Vinagrito, su colección de llaves antiguas... Aunque aparentemente solitaria, esta señora comparte el techo con la invocación de personas y épocas que nacen de la selva de sus pertenencias en el más barroco de los decorados.

En un edificio de 20 plantas entre las calles Infanta y Manglar vive la matriarca de la música infantil, Teresita Fernández, en un apartamento que parece el pasadizo hacia otra dimensión, ajena a etiquetas, flores plásticas y otros simulacros. Afuera queda el bullicio citadino, no solo el que sale de bocinas y armatostes, también el de adentro, el de la gente, el que no se escucha por los oídos, pero a veces resulta más difícil de silenciar.

El desconocido luce desmantelado tras varios camellos. Ha atravesado La Habana para escucharla. Tenerla frente a sí, con su tabaco a medio uso y la guitarra, le borra todo maltrato y le devuelve la nostalgia por los días de pisadas desnudas, de pedradas inconfesas, de horas aplazadas antes del baño... Como quien le habla a un amigo de siempre ella le regala sus palabras...

«Como Sócrates, solo sé que no sé nada. No sé para dónde vamos, pero en el camino, y este sí es un mensaje para los más jóvenes, vale la pena ser bueno. No lo somos, pero vale la pena esforzarnos por serlo».

—¿Cómo define el ser bueno?

—Sufrir un poco al prójimo. Darse cuenta de los orígenes. Nadie sabe de dónde venimos. Somos 48 cromosomas que si los dividimos se nos pierden entre nuestros antepasados. Cuando me di cuenta de que los españoles provenían de los bárbaros germanos, me dije: hay que controlar la ira, porque sabrá Dios qué antecesor ejerce su influencia sobre mi carácter. Uno decide en la vida al escoger entre el bien y el mal. Ya lo dijo Martí: los que aman y fundan, los que odian y destruyen. En el medio los mediocres que todo lo echan a perder. Ser buenos es definirse por los que aman y fundan.

—¿Cómo puede ayudar el arte para alcanzar el ser bueno como cualidad?

—Los artistas son cronistas de los siglos. El mal está presente, pero también hay una tendencia en el hombre a rechazarlo. A nadie le gusta que le mientan, al mentiroso hay que revisarle los cromosomas. Yo pienso —como pedagoga que obtuvo nota sobresaliente en Psicología—, que el malo no es malo porque quiere ser así. Hay que analizarlo para determinar las causas verdaderas desde sus orígenes y brindarle ayuda.

—De su amistad con la poetisa y compositora Ada Elba Pérez (autora de clásicos infantiles como Señor Arcoíris, El despertar, El trencito y la hormiga...), ¿cuáles son los pasajes que recuerda con mayor cariño?

—Mi amistad con Ada Elba viene del misterio de la luz, de la sombra, de las líneas, del sonido de los árboles; esas no son cosas de conversaciones cotidianas, sino cosas de poetas, de músicos... Adita me preguntaba cosas muy inteligentes y eso generó gran simpatía en mí, aunque se las contestara con la misma ironía, medio en broma. Nos reíamos mucho. Ada tenía unos ojos, como los de su madre, que revelaban el universo, eran profundos... El gran talento siempre va unido a la sencillez.

«A mí no me gusta juzgar el trabajo de nadie porque aquí hay gente buena que compone para niños. Por ejemplo, Liuba María Hevia es mejor que yo en cuanto al dominio de la técnica. Sin embargo, Ada, cómo decirte, Ada es... de Jarahueca como yo soy del Capiro en Santa Clara. Pienso, como Martí, que la riqueza de los pueblos está en el campo. Yo también me crié subiendo y bajando lomas, metida en los ríos, cogiendo guajacones. La naturaleza es la gran maestra de todo y como dice Walt Wiltman, uno solo hace la croniquita del viaje».

—¿Además de su amistad con Ada qué otras razones la han convertido en incondicional huésped de las bienales en Jarahueca, en Sancti Spíritus?

—Ha sido el reencuentro con mi niñez. Especialmente de mis recientes visitas a Jarahueca, cuando las bienales en honor a Ada, yo conservo el recuerdo del portal del maestro más anciano del batey, a quien le estoy muy agradecida. Es una cosa misteriosa: cada vez que vamos a ese pueblo llueve y hay un arcoíris, tal vez en tributo a Ada Elba. Me encanta tomar leche acabada de ordeñar. Allí suceden cosas sorprendentes. No resulta extraño ir por la calle, y que venga un campesino para decirme: «ese tabaco hay que cambiarlo». Entonces me pone un «torcidito» nuevo en la boca. Me encanta ir al bar y comprar chiviricos para los perritos. Inmediatamente vienen los pequeños con sus trompos y pelotas para ayudarme a matarle el hambre a los animalitos. Yo me siento niña, tengo una niña por dentro que no se me ha muerto nunca.

—¿Cómo influyó su niñez en la natal Santa Clara sobre su obra posterior?

—La palangana esta que conservo en mi sala es un recuerdo de mi padre porque él sembraba violetas, para eso recogía vasijas viejas por ahí. Las flores se las obsequiaba a mi madre. Hay cosas que no pueden obtenerse en la shopping, que no son del mundo externo, sino del mundo espiritual, de la conciencia de cada uno. La verdad está en esa vida interior.

«Yo canto El Gatico Vinagrito y siento una alegría tremenda. Sin embargo, el gato me provocó muchísimo sacrificio, tremendo dolor. Lo feo no es más que un resumen de mi forma de ver la vida. Nunca pensé que estas canciones fueran a impactar como lo hicieron. Sencillamente me gusta mirar a lo que casi siempre pasa inadvertido, como el hecho de que un basurero a la luz de la luna puede parecernos un cuadro de Monet. A veces entrecierro los ojos, como hacen los fotógrafos, para comprobar si puedo ver mejor. Con todas esas cosas aparentemente feas hice la canción, mi casa, hice mi propia vida».

—¿Qué representa Martí en la vida de Teresita Fernández?

—Te responderé de forma sencilla: una especie de Cristo político. Martí, el unificador del pensamiento, fue capaz de retomar la necesidad del bien, de la lucha contra el mal.

—¿Qué sintió al ver por primera vez los restos del Che en su ciudad?

—Esas muertes han sido para dar más vida. Al ver que todos eran tan jóvenes, siento un poco de pudor porque yo he llegado a los 77 años. Ante ellos no creo que yo merezca ni aplauso por haber sido fiel a todo lo que creo.

—¿Cómo valora los tiempos que corren?

—Son tiempos de crisis, pero con un matiz esperanzador. El mundo está dividido en ricos y pobres. Los desposeídos y los bien intencionados, ya no aguantan más. La pobreza puede ser una virtud, pero la miseria llega a ser insoportable. Por eso, la gente lucha. A los ricos no los entiendo porque después que acumulan riquezas se dan un tiro en la bolsa de valores porque perdieron varios millones. El dinero enajena. No sé cómo algunas personas pueden dedicarse al arte teniéndolo todo, no sé cómo les vendrá la inspiración.

«Tener la facilidad para adquirir con dinero todo lo que uno quiera no tiene gracia ninguna. Cuando uno alcanza las cosas con el sacrificio de cada día resulta más satisfactorio; es como tener sed y de momento no poder saciarla porque primero hay que conseguir el líquido. Cuando la obtienes, el agua toma otro sabor, es más refrescante».

—Si le concedieran el privilegio de conservar algo para siempre, ¿qué elegiría?

—La fuerza de voluntad que me permite asirme a la vida, a pesar de todo. El don y la oportunidad, no solo de escribir canciones para los niños, sino también de poder cantar para ellos. Por regla general es muy difícil encontrar un niño malo. La maldad la fabrica la propia vida y las actitudes del ser humano frente a ella. Los niños están por la alegría, por los animalitos. Doy gracias entonces también al haberme convertido en maestra, la profesión más importante de la sociedad, por eso yo soy una maestra ambulante, con un aula inmensa: una maestra que canta».

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