Skating
los jueves me transformaba en sarah reilly
y me iba al cono de hormigón:
solo yo
y un bolso / colgante piel de llama,
repleto de papas fritas:
mi cerebro solo
fundido por el embotamiento del hielo.
iba —creo— a ver el hielo fuera de mis sienes.
sopesarlo mientras acariciaba el bolso/
superficie andina.
era yo como sarah reilly entonces
y aplaudía y aplaudía
alelado por las eses y ochos de los patinadores canadienses:
“los giros de la vida” señalaba el vecino,
la butaca de al lado,
el bolso exótico/ herencia de la reilly
a quien golpeé hasta la saciedad
día tras día,
como en una conferencia donde se quiere demostrar
que el hielo es quebradizo siempre,
nimia la distancia entre mi cerebro y la armazón de vidrio.
un salto enano,
cabriola de principiante
tras recibir aplausos de la familia enceguecida/
padres y hermana: congelamientos sucesivos
y la ignorancia de que yo ya no soy yo
sino la cuchilla que hiende el agua petrificada,
engendro que mastica papas fritas
como una extensión del humo blanco.
iba —admito— a ver la pista entregándose al humo,
mi alma a la cuchilla del patín,
el deseo a la sonrisa de los patinadores nórdicos
que ahora abandonan el local
tras recibir sus nueves y sus dieces.
era jueves y bien lo sabía:
acariciaba el bolso/
como quien deletrea su confesión/
o trata de recordar entre la escarcha
el rostro de una fanática nombrada sarah,
la cuchilla otra:
un óvalo sangrante en sus saltos cíclicos
y estas ganas enormes
de aplaudir (me)/
y aplaudir (me).
Jim Sausalito—una foto sin marco
antes de que los transeúntes se desbocasen;
antes, incluso, de que la Policía Montada
me exigiera disimular el cilicio contra mi tobillo,
yo posé para robert mapplethorpe:
cegato por la luz,
tornasolado como un cáliz,
pendiendo hasta el tuétano en mi ilusión de figurante.
aunque otros lo arguyan robando el protagónico,
solo yo podría describir
el efecto del smog sobre sus ojos,
el temblor de su dedo resbaladizo
en esa foto podada que él nombró autorretrato
y en la que estuve yo, apocado a su diestra,
alcanzándole mi dedo filoso para ensartar el suyo
como las figuras de michellángelo
en el techo de la sixtina.
no he querido escapar.
fueron otros quienes zurcieron la máscara,
o confundieron el cristal con el azogue.
amparado por la calidez de los haluros de plata,
aún hoy poso para robert mapplethorpe:
nunca pregunté cuántos pasaron antes,
desde qué bar trepanaron la ruta hacia el estudio,
si su piel era piel o sólo pátina.
sé que sonreí, y oía una música,
un aria de triunfo que aún hoy me sostiene...
como a una cartulina en blanco.