René de la Nuez. Premio Nacional de Artes Plásticas 2007
«Virgilio es uno de los grandes dibujantes de humor del siglo xx cubano. Extraordinario historietista, como lo demuestra el perro Pucho, creación imprescindible para entender la participación de la juventud en la lucha clandestina contra la tiranía batistiana y de denuncia al imperialismo yanqui».
Juan Padrón. Premio Nacional de Cine 2007
«Virgilio es el más grande dibujante de Cuba que he conocido, el más completo. Un verdadero artista. Lo que se mostró en la prensa es solo una pequeña fracción de su arte».
Jesús Hernández. Compañero de armas
«Vivió con la sencillez de los seres que ignoran sus virtudes, o no quieren saber de ellas».
Tomás Rodríguez. (Tomy) Caricaturista editorial de Granma Internacional
«Cuando llegué a La Habana procedente de la Columna Juvenil del Centenario, Virgilio fue el primer maestro que me enseñó el arte de llevar mis desordenadas ideas al mundo de la gráfica y las rotativas. Con esa modestia que caracterizó al excelente dibujante e historietista, me enseñó además el paradigma de artista y ser humano que fue. Siendo un ejemplo a seguir por muchas generaciones de humoristas gráficos. Lamento mucho su desaparición pero también que no se haya reconocido suficientemente la obra que dejó durante su fructífera vida en la Revista Mella, El Sable, La Chicharra, El Caimán Barbudo, Juventud Rebelde, Pionero, Dedeté, Granma y en la memoria gráfica que ayudó a consolidar antes y después del triunfo de la Revolución».
Adigio Benítez Jimeno. Premio Nacional de Artes Plásticas 2002« Virgilio me sustituyó en el magazzine Mella cuando pasé a trabajar al periódico Hoy. Tuvimos una gran amistad. Por un tiempo dejamos de vernos porque yo estaba quemado.
«En el 58, a finales de la dictadura de Batista, me apresó el Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC). Me acusaban de ser el autor de Pucho y de Luis y sus amigos —personajes de Virgilio—. Desde el momento de mi detención buscaron cómo probarlo.
«Ellos registraron la agencia de publicidad donde yo trabajaba. De allí se llevaron como prueba la imagen de un perro que encontraron en un file junto a otros animales. También fueron a mi casa y cargaron con un cuadro que tenía dibujado una guagua. En los asientos de atrás—destinados a los fumadores— se veía a un hombre blanco dándole fuego a un hombre negro para encender un cigarro. Tomaron el cuadro como evidencia porque obreros blancos y negros era común que Virgilio los reflejara en Luis y sus amigos.
«Considero que todo lo bueno que pueda decirse de una persona cabe en Virgilio, su vida y su obra así lo confirman».
Juan Ayús. Amigo de Virgilio
«V irtuoso del arte humorístico, la ilustración y la historieta
I maginación prolija, reciedumbre en el carácter, sensibilidad esotérica
R evolucionario de ideas y acción
G ran hijo, esposo y padre
I nformado y actualizado en muchos saberes
L eal, humilde, austero y frugal en su conducta
I rrelevante hacia la vanidad y placeres anodinos
O rganizado, productivo y certero profesional
M ilitante comunista a ultranza
A migo selectivo hasta las últimas consecuencias
R aigambre cubanísima, internacionalista visceral
T rabajador incansable, disciplinado, vanguardia
I rascible con la grosería, el oportunismo y la irresponsabilidad
N o claudicó, supo escoger siempre el camino más difícil
E tico, de entrega sin condiciones, maestro de generaciones
¡Z as!, no se fue, queda su obra y su ejemplo de hombre singular».
Pedro de la Hoz. Periodista cultural de Granma
«Si dijera que Virgilio deja un vacío en el humor gráfico cubano, no haría más que apelar a un pésimo lugar común y, por demás, a una mentira. Porque con su obra y su ejemplo es (y será) todo lo contrario: nutriente infaltable, espacio de plenitud. ¿Un recuerdo? Su pasión por el blues y la rumba. En su puesto de trabajo solía escuchar páginas de la mejor música afronorteamericana y descargar energías mientras tamborileaba el un-dos, un-dos-tres solariego en la mesa de dibujo. ¿Otra vivencia imborrable? Su interés por el manga. Compartíamos los hallazgos de esa estética de las tiras cómicas japonesas con fanática avidez. ¿Una frase suya inolvidable? «Algún día tendrá que elevarse la Capilla Sixtina del humor cubano con Abela, Horacio, David y Posada en el santuario».
Arístides Hernández. (Ares) Artista visual. Vicepresidente de la sección de artes plásticas de la UNEAC.«Cuando trabajaba como caricaturista de plantilla en Juventud Rebelde yo andaba por la calle Ayestarán de mi casa hacia el periódico o viceversa y coincidí varias veces con Virgilio, casi siempre íbamos en sentido contrario y yo lo saludaba porque él nunca reparaba en mí. Intercambiábamos algunas palabras acerca de la vida y del humor gráfico mientras unos cristales profundos se interponían entre su mirada y mis ojos, sus gafas simulaban catalejos a través de los cuales él quería observar las cosas más allá de lo que todos las vemos.
«No he pretendido nunca copiar de Virgilio, quiero andar mi propio camino pero en muchos puntos hemos coincidido, como lo hacíamos en la calle Ayestarán.
«Virgilio se pareció... se parece a su tiempo; su obra tuvo músculos robustos de gráfica soviética y aderezo de comic norteamericano para darle sabor a aquellas historietas de humor criollo. Comenzó a dibujar vestido de convicciones y se marchó con ese mismo ropaje sin cambiarse la casaca».
Silvio Rodríguez. Trovador, poeta.
«Conocí a Virgilio a finales de 1961, cuando yo estaba a punto de cumplir 15 años. Cuando vio mis dibujos mandó a que pusieran una mesita junto a la de él, la señaló y me dijo: “Desde hoy ese es tu puesto de aprendizaje; tienes que trabajar duro para que cuanto antes se convierta en tu puesto de trabajo”.Y así fue. Al cabo de unas semanas me dio a entintar la primera página de El Hueco, que él había trazado a lápiz. Los siguientes capítulos los hice yo solo. Aquella transformación, que desde esta perspectiva puede parecer milagrosa o exagerada, fue tal y como lo cuento. Lo único que tengo que aclarar es que aquello no pasó porque yo tuviera un talento especial, sino por la extraordinaria capacidad de Virgilio como maestro, por su facilidad para transmitir aspectos del aprendizaje del dibujo que en una escuela se tardaban años en aprender. Él partía sobre todo de un libro genial de Andrew Loomis, titulado Divirtiéndose con un lápiz, pero después Virgilio aportaba su extraordinaria capacidad de síntesis, basada en la maestría que ya tenía para dibujar con suma facilidad cualquier objeto o situación. Virgilio también tenía un talento enorme para mostrarte como se resolvían las dificultades. Prácticamente bastaba con sentarse a su lado y ver como trazaba cualquier cosa.
Cuando yo llegué al Mella, a pesar de ser casi un niño tenía problemas. Mi familia se había fracturado y estábamos pasando por una situación más bien precaria. Yo trabajaba en un bar y hacía la secundaria por las noches.
Virgilio con mucha discreción se enteró perfectamente de toda aquella situación e hizo que incluso mientras aprendía se me diera un pequeño estímulo, lo que a nosotros nos sirvió para sobrevivir y a mí me permitió dedicarme totalmente al Mella y a los estudios. Fue como una beca y él se convirtió en un padre o un hermano mayor para mí. Todos sabíamos de su participación en la lucha clandestina contra la tiranía de Batista, las veces que le habían registrado la casa y que se había tenido que beber la tinta china para después hacerse lavados de estómago en las salas de urgencia de los hospitales. Él nunca hablaba de eso, era un hombre de una modestia y de una abnegación asombrosa, en esos sentidos una especie de arquetipo de integridad. Su ejemplaridad ética me ha acompañado durante toda la vida y creo que influyó decisivamente en muchas actitudes que asumí y decisiones que tomé mucho más tarde. Yo quise ser fotógrafo desde que vi a Virgilio con una cámara. El fue la primera persona que le escuché hablar de las Artes Plásticas como un todo. La palabra Renacimiento también la oí por primera vez pronunciada por él. Recuerdo cuando Homero, el dibujante comunista, cuando estaba ya muy mayor hizo el logotipo del periódico Granma en la mesa de Virgilio. Yo estaba presente. También estuve cuando Virgilio hizo desde los primeros bocetos hasta que dio color al escudo de la UJC. Años después le agregó la efigie del Che. Cuando empezamos a armar Ojalá, le llevé a Virgilio la idea del logotipo que queríamos y él le dio forma perfecta a nuestra idea. O sea que todo lo que hacemos en nuestro pequeño estudio de grabación también lleva su aliento. Cuántas razones para darle gracias a esa vida».