La curiosidad. No lo duda dos veces Luis Eduardo Aute para asegurar que justamente esa cualidad es la que lo ha llevado a indagar en la pintura, el cine, la literatura, la música, para entregarnos una obra artística rotunda y atractiva.
«Soy muy curioso, asegura, e intento mantener la curiosidad todo lo que pueda. Me quiero seguir sorprendiendo por las cosas, me niego a perder la capacidad de asombro. La curiosidad me mueve a curiosear —valga la redundancia—, por todo tipo de medios, para manipularlos, utilizarlos, conocerlos y, después, expresarme a través de ellos. Cuando al ser humano le falta la curiosidad, ya no está bien. Vivir es ser curioso. Y el arte, desde mi punto de vista, no es más que buscar, buscar, buscar: buscar respuestas, ir al otro lado del espejo, buscar el espejo, ir más allá de la realidad o de lo evidente, soñar y, constantemente, estar buceando entre lo que pueda ayudar a que las sombras desaparezcan y aparezcan las luces».
Reconocido este jueves con la Distinción por la Cultura Nacional durante la apertura de su exposición antológica Transfiguraciones, en el Edificio de Arte Universal del Museo de Bellas Artes, el autor de temas inolvidables como Sin tu latido, La belleza, Las cuatro y diez, Slowly y Ay de ti, ay de mí, se encuentra en La Habana, ciudad donde clausurará el Festival Barnasant 2008, que acogió el homenaje a quien es, sin duda, uno de los artistas más representativos de la cultura iberoamericana.
—¿Sorprendido?
—Eso de los homenajes me pareció un poco incómodo, pero también muy grato. Por supuesto, mejor homenajes que ninguno. El hecho de que parte de él tenga lugar en Cuba es un sueño compartido y un sueño realizado.
«Este tipo de encuentros son imprescindibles para la convivencia cultural, social y política de cualquier país en el mundo civilizado. Ojalá se hicieran más muestras similares entre nuestros dos países, pues hay talento en ambos lados. Lamentablemente, en este siglo de la comunicación no tenemos demasiada información ni los unos sobre los otros, ni los otros sobre los unos. Y eso me parece terrible. Cualquier esfuerzo que se haga por promover el conocimiento de artistas, de pensadores o de lo que sea, por promover la cultura interactiva, me parece no solo plausible, sino urgentemente necesario. En fin, no creo en el pecado, pero si existe estoy pecando mortalmente... de placer».
—En Cuba se le identifica como cantautor. ¿Cómo apareció ese furor por la pintura?
—Eso quisiera saber yo. La pintura fue mi primera actividad, y lo sigue siendo en el sentido de que empecé a pintar de niño. Mis primeras pinturas, que están en la exposición —datan del año 1951—, fueron realizadas en Filipinas, donde nací, con ocho o nueve años. Cuando pinté esos cuadros ya tenía la decisión muy clara de que quería pintar, de que quería ser pintor. Porque en el colegio no era, precisamente, un estudiante brillante, era un desastre con las notas, y la única asignatura donde me daban notables y sobresalientes era en Dibujo.
«Bueno, evidentemente me agarré a esa mayor facilidad, no sé por qué, pues en mi familia no ha habido artistas. Es decir, que no me puedo explicar esa querencia hacia la pintura, pero es muy, muy apasionada. En mi cuarto había un aparte, que era mi pequeño estudio, y allí me pasaba horas y horas dibujando. De alguna forma contrarrestaba ese desastre que era como alumno en esas otras asignaturas, con la autoestima que me producían los halagos que me hacían por mis dibujos.
«Desde entonces nunca dejé de pintar. La primera exposición personal la hice en Madrid en los 60 —también algunos cuadros de esa etapa están aquí—, y en lo adelante he ido exponiendo a lo largo de todos estos años, no de forma regular, porque la música se cruzó en mi camino y me condujo por derroteros que exigían más tiempo. Así que he trabajado por rachas, según mis necesidades de comunicar algo concreto o, simplemente, de mantener el equilibrio mental para estar considerado como un ser humano normal.
«Cuando tenía un período largo de componer, de grabar, de dar conciertos, terminadas las giras, necesitaba urgentemente esconderme en el estudio e intoxicarme con la pintura. Era mi forma de respirar. Mi visita al psicoanalista es pintar, lo cual es más económico que pagarle a uno».
—¿Qué de la obra pictórica de Aute se puede encontrar en Transfiguraciones?
—En mi pintura se manifiesta una mayor vehemencia, una mayor energía, que en mis canciones y en mis poemas. Mi pintura siempre ha sido figurativa —por eso Transfiguraciones. En algún momento he rozado el formalismo, pero nunca me llegó a inquietar hasta el punto de indagar en la abstracción, digamos. Siempre primaba en mi pintura la representación de las imágenes. En la exposición creo que se ve ese proceso seguido, pero zigzagueante, no muy coherente.
«En mi obra hay influencias de muchas corrientes. Desde el impresionismo, pasando por el cubismo a través de Cézanne, hasta el expresionismo —alemán sobre todo. Después llegó un largo coqueteo con el surrealismo que dura hasta hoy. Y es que todo lo que un artista necesita expresar es una transgresión de la realidad, una visión personal que, de una forma u otra, no está de acuerdo con el ordenamiento estético o lógico de las cosas. El artista recurre a los sueños, o a un estado mental específico, para poder desarrollar sus ideas y descargar todos los fantasmas que tiene dentro.
«A partir de esta muestra antológica he descubierto que mi pintura es religiosa. Yo no me había percatado. En muchísimos cuadros hay motivaciones que recurren tanto a la iconografía de la pintura religiosa como a reflexiones más o menos metafísicas dentro de una lógica de búsqueda de la razón de ser de las cosas. No sé si de una búsqueda de Dios o como se llame, pero hay constantemente una indagación del sentido de la vida, e involuntariamente aparecen tonos litúrgicos, religiosos. Digo involuntariamente porque ni soy creyente ni dejo de serlo. Dudo. Espero que todo esto tenga un sentido, pues si no lo tiene vaya mal chiste que nos han hecho. Yo creo que mi trabajo general se nutre de esa necesidad de saber quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, quién soy yo, qué es eso del yo...».
—¿Cómo se define Aute: ¿músico, pintor, poeta...?
—Bueno, primero pintor. En verdad yo no me considero un profesional. Es más, pintor, músico, cantante... yo no soy nada de eso. Más bien soy alguien a quien le gusta pintar, le gusta escribir, le gusta trabajar con barro o con otros elementos, le gusta agarrar una cámara, grabar y luego contar... Soy un amateur de todas estas mal llamadas disciplinas —la palabra «disciplina» me parece una contradicción, pues no existe nada más indisciplinado que el artista. Amateur me acomoda más que «profesional», porque esta última viene de «profesar» —lo que no me gusta nada—, mientras que la primera nace de «amador», alguien que ama, y yo prefiero el amor a profesar.
—Quien haya seguido su quehacer artístico notará que su obra es un todo...
—Efectivamente. Salgo de una actividad a la otra muy inconscientemente, pero sí que está moderadamente claro que la música, o mejor dicho mis canciones y las pinturas son opuestas y complementarias. La canción se construye a partir de unos textos, de palabras, de unas armonías, de unas melodías, de algo que no se puede ver, mientras que la pintura es exactamente lo contrario: es forma, es color, es textura, es todo aquello que no es la música. La pintura llega hasta un punto y nada más allá, en tanto que la música añade lo que no se puede contar con las imágenes. Algunas veces haciendo canciones llega un momento en que necesito la imagen para seguir desarrollando esa emotividad musical, ese proyecto musical.
«El cine, por su parte, me apasiona. El cine es perfecto, porque es el medio que reúne todas las artes: se nutre de la literatura, del teatro, de la fotografía, de la pintura, de la música, son todas las artes en una sola, y con lenguaje propio. El cine es lo que más se puede parecer a un concierto de arte total: cabe todo. Quién sabe si con las nuevas tecnologías, lo digital, el 3D, podremos tocar algún día el volumen de las imágenes. ¡Ojalá!».
—Ha afirmado que la música es para usted un hobby, sin embargo, son incontables en el mundo los seguidores de sus canciones...
—Agradezco muchísimo que la gente manifieste interés por las cosas que hago. Solo les sugeriría que no insistieran demasiado en eso, porque pueden acabar en la consulta de un psicoanalista (sonríe). En verdad agradezco mucho cuando alguien que conoce mi trabajo se me acerca y me da las gracias porque le he ayudado en un momento difícil de su vida, porque escuchando mis canciones ha podido sobrellevar las cosas. Eso es lo que más agradezco: ser útil. Creo que el cine, la literatura, la música, la plástica deben ayudarnos a vivir, a ser más sensibles, a ser más inteligentes; un poco menos brutos.
«A esas personas que amablemente siguen mis canciones les diría que si algún día llegáramos a conocernos me dijeran: me acompañaste, me ayudaste y soy un poquito mejor ser humano, gracias a tus canciones y a tu trabajo».
—Dentro de ese público que sigue sus canciones, las mujeres sobresalen, quizá porque ha sido capaz de descubrir el sentir femenino...
—Hubiera preferido hablarte sobre eso después de cinco o seis rones... (sonríe nuevamente). No sé, el gran protagonista en mis dibujos y pinturas, y en mis canciones es el ser humano. Ese es el único universo que me interesa, y el universo de la mujer me despierta una infinita curiosidad, primero porque nunca llegaré a ser mujer, y no sé cómo es eso de ser mujer. Debe ser una experiencia muy conflictiva y muy hermosa eso de poder engendrar una vida, me parece que es un milagro al cual solo ellas tienen derecho.
«Eso por un lado y, luego... bueno, me gustan mucho las mujeres. Cada vez más y, lamentablemente, cada vez más soy más viejo. Pero siento un profundo interés por la mujer en su aspecto externo —todos los pintores hemos tenido fascinación por el desnudo, la pintura está llena de él—, y por la dimensión interior de la mujer. Yo creo que, y ya eso es manifiesto, son evidentemente más guapas que nosotros, más inteligentes, mucho más fuertes, mucho más con los pies en la tierra, y que nos van a barrer en cualquier momento.
«¿De dónde me sale ese descubrir del sentir femenino? Siempre he estado rodeado de mujeres, siempre ha habido muchas mujeres en mi entorno, y, además, me gusta mucho conversar con ellas, mucho más que con los hombres, que nada nuevo me van a contar, pero una mujer siempre me enseña. Creo que todo lo bueno que he aprendido en la vida me lo han enseñado las mujeres. Por eso no pueden faltar en mis canciones, ni en mis poesías ni en mi pintura».
—En sus más de 25 discos el amor es centro, pero aparece enfrentado a la vida, la muerte, la huida, la rabia...
—Porque el amor es, probablemente, el sentimiento más fuerte del ser humano después de la supervivencia: esa necesidad de apasionarse por muchas cosas, de amar la vida, y de sentirse amado por otra persona, que justifique tu propia vida. El amor es un invento del ser humano para huir de la muerte. Cuando uno descubre que la vida es fugaz y se acaba, lo invade la maravilla del amor para olvidarse de que la muerte existe. Entonces, todo tiene sentido, todo es coherente. El amor también es la urgencia de huir de la soledad. No queremos estar solos y necesitamos que alguien nos acompañe. La vida se justifica cuando estás con personas que agradecen que estés vivo. Nada es más bello y necesario que ese sentimiento.
«Toda obra poética, musical, cinematográfica, plástica, es, en el fondo, una historia de amor. La historia está llena de historias de amor, maravillosas o desastrosas, pero historias de amor: Paris cuando rapta a Helena y arma la de Dios en Troya; Marco Antonio y Cleopatra, Napoleón y Josefina... ¿Cómo entonces el amor no va a ser el centro de mi creación?».
—¿Alguna vez el arte le ha quedado corto para expresar sus sentimientos?
—Un artista nunca está satisfecho del todo con su trabajo, siempre piensa que no ha llegado a donde quería llegar, eso es bueno, lo malo es cuando aparece una tremenda satisfacción, porque, entonces, se pierde la dinámica de perfeccionar. Todo lo que yo he hecho es puro aprendizaje. Estoy apenas aprendiendo a escribir canciones, a hacer música; apenas estoy aprendiendo a pintar. Quisiera mantener esa conciencia de que estoy aprendiendo todavía, porque tengo muchas ganas de hacer proyectos que, por motivos diversos, se han ido aplazando y que me gustaría tener vida suficiente para desarrollar. Ojalá nunca se produzca en mí la satisfacción completa por algún trabajo. Me daría terror, porque, entonces, para qué vivir. ¿Qué hago yo aquí si he hecho todo lo que se puede hacer?