Tanto Pomares como Daysi Sánchez (izquierda) y Gina Caro se lucen en esta puesta de Julio César Ramírez a partir de un texto de Eduardo Rovner. Foto: Pepe Murrieta Con el estreno de Compañía, del dramaturgo argentino Eduardo Rovner, Teatro D’Dos regresó a las tablas de la sala Adolfo Llauradó de la capital. El espectáculo, dirigido por Julio César Ramírez, reunió un elenco de destacadas figuras de nuestra escena, cuya contribución al dinamismo de la puesta es notable.
En Compañía la rutina que lacera a una pareja es rota cuando el esposo se rebela contra la abulia cotidiana. La, en apariencias, intrascendente fuga de Osvaldo de la oficina donde labora, lo lleva primero al flirteo y luego a una relación intensa con una mujer más joven. Este es el suceso antecedente que hará desencadenar una trama vigorosa e incluso absurda. A partir de aquí los sucesos se precipitan y el gris equilibrio de una vida diáfana, pero aburrida, es arrasado.
Rovner concibe un texto cuya situación dramática es intensa y rauda. Apelando a la violencia que caracteriza a la farsa enfrenta a los personajes a lances inéditos para ellos donde se combinan certeramente la inocencia y el escándalo. El revuelo moral que provoca la proposición del esposo y su nueva amiga de vivir en «compañía» se realiza a partir de probados recursos humorísticos, los cuales devienen mecanismos propiciadores del juego teatral. La intromisión del personaje ajeno a la pareja conduce a esta última a una toma de conciencia. Es a partir de entonces que se percatan de la inercia donde están atrapados, de su soledad y el desconocimiento mutuo.
La cubanización del texto, así como su insistencia en el doble sentido de carácter sexual, cuando no al planteo directo de estas temáticas, devienen también ganchos capaces de entablar una comunicación inmediata con el público.
Sencillez y eficacia son dos de los pilares que vertebran la puesta en escena. A partir de una obra en apariencias ligera, Ramírez enhebra un montaje que convida a la reflexión a través de la risa. Diversión y agudeza se cuentan también entre los ingredientes de esta propuesta que juega con lo paradójico para, en un clima de aparente intrascendencia, traer a colación aspectos de importancia. El director apela, una vez más, a ese minimalismo que lo caracteriza. Acudiendo a escasos elementos piensa un montaje donde son los actores quienes llevan la voz cantante. Ese es, precisamente, el punto fuerte de Compañía, la labor de los intérpretes. No podía ser de otro modo, pues se trata de un texto que exige histrionismo de altura para no caer en lugares comunes.
Ramírez —quien contó con un equipo mínimo de colaboradores— se responsabiliza también con la escenografía. El decorado conformado por dos paneles blancos y una pequeña escalera, en un inicio se yergue estático, pero luego demuestra su funcionalidad. Las luces de Reinier Rodríguez y el propio director del montaje cumplen con eficiencia su función. La puesta renuncia a la utilización de una banda sonora, pero en cambio se apoya en los fragmentos cantados por los actores quienes acuden a canciones antológicas de nuestra trova tradicional, manejadas ahora con certera intención cómica.
Como ya había apuntado, la labor de los intérpretes resulta lo más sobresaliente en Compañía. Ramírez contó en esta ocasión con tres figuras de primera línea a quienes guió con sabiduría. Raúl Pomares, Gina Caro y Daysi Sánchez recurren a su ya probado oficio, demostrando inteligencia, habilidades técnicas y mesura. La contención, el tino que les impide explayarse en insinuaciones, «morcillas» o gestos innecesarios y vulgarizadores, es otro de sus méritos. Los actores han sabido estilizar y no abaratar, pulsar las cuerdas de la sensibilidad nacional —tan proclive a disfrutar con el doble sentido—, conduciendo el espectáculo por los rumbos de la reflexión y la elegancia. El trabajo con la máscara facial, la voz, las posturas y la cándida inocencia con que Pomares y Sánchez enfrentan la situación a que conduce su propuesta, son otros de los atractivos de la faena de estos tres excelentes comediantes.
Compañía termina siendo un montaje ameno y franco que, sin demasiadas pretensiones, recrea y trae a colación, con una mezcla de ingenuidad y sorpresa, temas muy actuales. No es esta una obra compleja que demande demasiado esfuerzo del público. Todo lo contrario. No obstante, en medio de ese aire de aparente intrascendencia son sometidas a discusión dolencias morales, angustias existenciales, abulias y otras calamidades del mundo de hoy.