El poeta
Lee versos para mí
sin importarle si levanto la cabeza
hacia donde circula el aire tibio
con que su vehemencia certifica como verdad
las palabras que en silencio escucho.
Sin importarle el estremecimiento
de sus labios,
ni el engarrotamiento de los dedos,
finos y flexibles
como suelen ser los entrenados para la escritura.
A veces mueven sus manos, de una a otra,
el pesado silencio
que intenta escurrirse entre palabras
pronunciadas por un moribundo.
No hay ninguna que le resulte más conmovedora
de las múltiples que se refieren a la muerte
que la propia palabra muerte.
Tanto que a veces la escribe
sobre el vacío de un papel,
cegado por el sonido con que la deletrea,
por la sensación de creerse otro
y vencer el miedo
a las tantas cosas a las que teme
quien se cree un único sobreviviente.
Es un hecho comprobado
desde la distancia disfruto del ritual
en que Dios le ordena sus palabras
y él las sopla desde su herida garganta
a sabiendas de que sus ojos han quedado fijos
como si no existiese otra verdad.
El canopysta
A Daniel Meriño
Atado a un cable traspaso, entre nubes,
el apacible cielo de Las Terrazas.
Ni tu mano rozó la mía,
ni el ángulo de mi visión clarividente alcanzó
lo que con tanta seguridad se define
desde el vacío como realidad.
Siempre preferí los paisajes
no descritos en mapa alguno.
Descender por sus pendientes,
bañarme en el temblor de las aguas
de verdes y fríos afluentes.
Tejer prendas inservibles, pero hermosas,
con sus largas hebras de lino
que como nata de leche recién hervida
la superficie equilibra.
Puede que sean cicatrices, restos del dolor
de cuánto reflejan,
pero a través de sus aberturas
diviso lo que se oculta
en la perfecta armonía de su fondo.
La niebla pesa sobre el ánimo de los robustos pilotes
que sostienen las casas en medio del calor
que se desprende de un sol inmóvil
en los desvanecidos tejados.
Contemplando la majestuosidad del paisaje que el amanecer acerca a la ventana
me desplomo sobre cierto lugar aparecido en el limbo
que antecede un sueño.
De un gesto a otro gesto
puedo atisbar la verdadera distancia
entre los paisajes
cuyo reflejo del ave que las sobrevuela
los hace aún más inmensos.
He volado sin percibir las fronteras
desconociendo cuál es el norte o el sur,
si es lunes o viernes
y en cuál de las encrucijadas reposará el cielo
que le dará sitio a la próxima noche.
Puede que el destino no me lo permita
y no pueda escribir ninguna palabra,
ni siquiera mi nombre
en alguno de los incontables árboles,
pero me es fácil reconocer los sitios
que en mi cabeza se representan.
Por eso cuido de que cuando mi ojo pestañea
mi mano no abandone el cable del que estoy suspendido.
*Poeta, narrador y promotor cultural (Santa clara, 1962) Los poemas que presentamos hoy pertenecen al libro inédito Dimensiones de la cotidianeidad