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La artista cubana Amalia González Besú expone en la galería La Acacia

Una muestra de plena madurez y originalidad, rebosante de imaginación, totalmente dueña de sus recursos

Autor:

Toni Piñera

A la izquierda, la artista Amalia González. Besú obsequia una de sus obras a la directora del Ballet Nacional de Cuba, Alicia Alonso. A la derecha, una de las piezas expuestas en La Acacia.

La piel es muy amplia cuando se habla de... tatuajes. Es que la artista, imprime tanta fuerza lírica a sus trabajos que, más que pintar o dibujar sobre la tela o la cartulina —en este caso—, realiza incisiones profundas en la superficie. Diríamos, pues, que graba o tatúa todo aquello que sus manos y talento ocupan en el instante mágico de la creación.

Ahora, en el espectro artístico de Amalia González Besú convergen los laberintos, y a través de sus complicados espacios, nos dibuja el amor en un sentido muy amplio como la vida. La creadora, que ya nos sorprendió una vez con sus Manzanas, regresa con más vigor en una línea muy propia que es capaz de manifestarse con coherencia en diversas técnicas. No caben dudas de que su obra en estos últimos tiempos ha dado un salto definitivo, algo que sobresale en estos Laberintos de amor, propuestos al espectador desde una sala de la galería La Acacia.

En ellos Amalia González. Besú se muestra en plena madurez y originalidad, rebosante de imaginación, totalmente dueña de sus recursos y, lo que es más importante, repleta de vías de trabajo. Desde siempre, ella quiso apresar la naturaleza y el entorno (con el hombre incluido) y hacerla suya. Todo lo cubano salpicó su obra, y un universo particular tomó cuerpo en sus creaciones, que resultan hoy como el horizonte donde aparecen los más lejanos recuerdos.

Su obra, que atrapa también por el color, resulta un fértil campo donde, además de acrílico, pastel, tinta china y collage, florecen las tradiciones. A primera vista, y en conjunto, el cuerpo de los trabajos se asemeja a una filigrana o bordado, pero esta vez realizado con el pincel. Mucha paciencia y un gusto extremado por el detalle emergen de todos ellos. Pero, dentro de esos espacios, el espectador podrá descubrir mil y un símbolos donde la artista propone muchos instantes-aspectos de su vida, que como en una secuencia fílmica, caminan ante nuestra vista.

Unos cuantos dibujos de su carpeta personal bastarían para reconocer la impronta de una artista, cuya expresión se hace cada vez más orgánica y plena de dinamismo en su estructura bidimensional. Allí late un movimiento interno que imprime fuerza-vitalidad a la composición, y respira la línea, que seduce hasta en los más mínimos detalles cuando se entrecruza, aparece y desaparece regodeando la vista y la imaginación, cual telaraña de mil laberintos... Con ella arma una obra original.

Su pintura es interna, por eso salen a flote muchos detalles que guarda dentro de sí. Hay que mirarla con detenimiento para no perder el sendero y poder salir de esos caminos entrecruzados donde nos habla a media voz, como en un susurro, acerca del amor, de la vida, de lo que todos tenemos delante y pocas veces alcanzamos a ver. Son poemas de mil imágenes que nos llevan por el tiempo del hombre.

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