Marlon Bordas y Willanny Darias, junto a su profesora Hortensia Upmann. Semanas atrás llegué hasta la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, ante la convocatoria de dos muy jóvenes pianistas, a los cuales sigo desde sus primeros pasos en el instrumento. El recital que Willanny Darias Martínez y Marlon Bordas González ofrecieron sirvió de colofón a sus estudios de nivel elemental en el Conservatorio Manuel Saumell de la capital cubana.
Sorprendido quedé al llegar: primero, porque me vi obligado a ocupar uno de los últimos asientos de la sala —debido al numeroso público que allí concurrió—; y segundo, porque al salir tuve la grata emoción de haber disfrutado uno de los mejores conciertos que he presenciado en los últimos tiempos.
Para quienes llevamos algunos años en estos menesteres, siendo testigo de tantos concursos de piano, el virtuosismo de estos noveles instrumentistas no es ya noticia, sino una consabida realidad. Pero, artistas al fin, nos deslumbraron nuevamente con un repertorio en verdad muy difícil para cualquier pianista, máxime si tenemos en cuenta sus edades: 14 y 15 años respectivamente.
Willanny hizo una interpretación impecable del Preludio y Fuga en Do menor del Tomo II, de Johann Sebastian Bach, con bien logrados contrastes de toques y especial entendimiento de la polifonía. De otra parte, en el primer movimiento de la Sonata Op. 13 Patética, de Ludwig van Beethoven, le faltó lograr, en ocasiones, mayor fuerza y un sonido más concreto, propio del compositor alemán. Empero, pudimos percibir que el concepto general de la obra fue captado muy bien, incluso al hacer los silencios prolongados de manera tan artística, que en distintos momentos de la partitura nos dejan contenidos ante la carga emotiva que en ellos se encierra.
Hermosa su manera de frasear y lograr sutiles timbres en Octubre, de Piotr Ilich Tchaikovski, así de angelical como su propio rostro de adolescente; actitudes doblegadas y asumidas con total conocimiento de causa en la Balada Op. 23 en Sol menor, de Frédéric Chopin, donde fue impresionante la manera de «armar» la música, a mi juicio una de las principales dificultades que presenta la obra. A su Chopin sí le faltó un poco de lo que muchos pecan: el apasionamiento desmedido o bien disfrutar más el espacio de tiempo en que la misma música está diseñada.
Por su parte, la interpretación del Estudio Trascendental No. 10, de Franz Liszt, fue sencillamente espectacular, con derroche de virtuosismo y excepcional despliegue sobre el teclado, a lo que añadiría la necesidad de utilizar menos el pedal en el Estudio Tableaux Op. 39 No. 1, de Serguei Rachmaninov, quizá pronunciada su resonancia ante la no tan favorable acústica de la sala.
Marlon inició su actuación a través del Preludio y Fuga en Si bemol menor del Tomo I, de Johann Sebastian Bach, al construir, con la tranquilidad de quien posee el don de escuchar con absoluta confianza, las entretejidas líneas. Tal vez fue el primer movimiento de la Sonata en Si bemol mayor Kv. 333, de Wolfgang Amadeus Mozart, la obra menos favorecida del programa debido a leves, pero continuos, atropellos a la hora de decir la música.
Luego siguió con Liszt-Paganini en el Estudio La Campanella, donde Marlon Bordas mostró un amplio dominio de dificultades técnicas —yo le llamaría acrobacias, no debidas al intérprete, sino a la misma escritura— que no solo recibieron la admiración del público, sino el asombro ante la velocidad con que las abordó. Sabemos que, de haber recapacitado en este aspecto, su interpretación hubiera lucido más limpia y cómoda.
El Estudio Tableaux Op. 39 No. 5, de Serguei Rachmaninov, me cautivó especialmente por la sensibilidad con que asumió los momentos cantables y la fuerza interna imprimida a las robustas armonías de la obra. Para el final, con la Balada Op. 52 en Fa menor, de Frédéric Chopin, Marlon no dejó más que una absoluta convicción entre los asistentes esa tarde de que es un pianista dueño de un amplio abanico de recursos expresivos y un muy atinado olfato musical.
Más allá de cualquier valoración, y sin el afán de realizar un balance detallado del concierto con el mero propósito de hallar altas y bajas —porque en verdad el saldo íntegro fue asombrosamente profesional, considero que Willanny Darias es una pianista de un enorme talento, con capacidades muy especiales que la harán ascender cada vez más en su camino artístico. Al observarla tocar —sobria, tranquila, apacible—, nos transmite una seguridad tal que anticipa un discurso plenamente analizado y probado, sin espacio para titubear. Así, con plenitud de dotes pianísticas, convence y brilla.
Marlon Bordas es un artista con personalidad propia. Disfruta como nadie exponerse al público y sabe, pese a su corta edad, hasta dónde llevar los «pianissimos», según le sugiera la energía que prime en cada presentación. Él es un músico impredecible sobre el escenario y, aun cuando la pasión domina la razón, logra establecer una especial comunicación con el auditorio.
Acertadas y diversas son sus proyecciones y ¡qué bien que así sea! Tales logros han sido alcanzados gracias al acucioso y arduo trabajo guiado por la profesora de ambos, la maestra Hortensia Upmann, quien ha contado entre sus discípulos también a Aldo López-Gavilán Junco. Con ella, Willanny y Marlon obtuvieron el Gran Premio de los Concursos Nacionales Amadeo Roldán y Musicalia, así como otros importantes premios en el IV Concurso Iberoamericano de La Habana y el I Concurso Internacional de Maracaibo, Venezuela.
Más allá de los lauros que puedan alcanzar en un futuro, lo perdurable en sí es la constancia artística. Willanny Darias y Marlon Bordas son dos talentos excepcionales sin precedentes en las últimas décadas dos talentos excepcionales sin precedentes en las últimas décadas, llamados desde ya a dar continuidad a la rica tradición pianística cubana dos talentos excepcionales sin precedentes en las últimas décadas, llamados desde ya a dar continuidad a la rica tradición pianística cubana.
*Pianista y crítico musical