Amanecer de invierno para un pastor, obra de Juan Alberto Díaz. Las obras del joven artista Juan Alberto Díaz son como una mirada al despertar, a los amaneceres en el campo cubano. Y constituyen espacios de ensueño, porque «retrata» con mano sabia y mucha destreza, ese instante efímero, fugaz, casi irreal que resulta un puente entre el sueño y la vigilia.
En estos trabajos (óleos sobre lienzo) —expuestos en la galería La Acacia (San José No. 114, e/ Industria y Consulado, La Habana Vieja) bajo el título De mi realidad a tu sueño—, emerge una magia particular que está dada, en primer lugar, por la capacidad de «teñir» las pinturas con una tenue neblina —que pudiera ser el tiempo—, pero que en sus creaciones hablan del momento del cambio de la noche al día, cuando comienzan a asomar, delicadamente los rayos del sol, y la oscuridad se despide, entre rosas y azules blanquecinos que abrazan todo el espacio... Detrás de esas telas, con los contrastes o veladuras que le suministra la luz, con las estridencias e intimidades que anuncian paisajes idílicos y reales, yacen las horas y días que el autor despertó en plena campiña, esperando el momento de la transición, captando el ambiente, las diversas y difíciles tonalidades con las que la caprichosa naturaleza también pintó ese tiempo.
Recrear aquello que muchas veces no se ve a simple vista, o en la primera mirada al despertar, es lo que hace este pintor del centro de la Isla, quien vive inmerso en la hermosa tierra matancera, y expresa, sobre telas y cartulinas, la sorpresa del universo que tiene ante sus ojos. Detrás de las formas exteriores de la naturaleza cubana, yace ese otro paisaje, donde se integra la visión propia con que el artista contempla su entorno, se contempla a sí mismo y nos hace cómplices de tales visiones.
Juan Alberto Díaz sigue la tradición del paisaje que hay en la pintura cubana, cuyos albores datan del siglo XVIII, y en él es original, hasta donde se puede ser en esta época. Las obras llevan su sello, a pesar de la juventud, y todos, al enfrentarnos a las piezas, sabemos que es él. Son paisajes nuestros, repletos de cotidianidad, a los que va sumando, en los más recientes trabajos, personajes y acciones conocidas de la vida rural que en su paleta cobran un significado y una forma diferentes. ¿Es el color?, ¿la forma?, ¿la manera de decir? Es más bien el sentimiento, lo que yace adentro de cada uno y que en él florece como un paisaje personal, que se mueve entre lo interior sentido y soñado y la realidad que le toca a las puertas día tras día, llegando a una complicidad tal, que no sabe a ciencia cierta el límite entre realidad e irrealidad...
Con una amplia imaginación, logra en el estrecho marco del cuadro climas extremos, contundentes, acompañados de una impecable realización. La figura humana está tratada de modo nítido, y hasta cierto punto apacible como el paisaje. Un gran amor a la naturaleza y a la vegetación —de la que parece conocer hasta el último detalle— se observa en este recorrido por su universo creador, que se presenta ante nosotros como un enigma, como un canto pictórico, en el que más que transmitir, nos traduce su experiencia de lo vivido...
Esta muestra personal de Juan Alberto Díaz (Los Arabos, Matanzas), forma parte de la exposición Paisaje en La Acacia (IV), que cada año en primavera regala la prestigiosa institución habanera. En ella se pueden apreciar, además, otras dos muestras personales: de Kelvin López (Pasarela) y del maestro Mario García Portela (Retratos), juntamente con otra colectiva donde resaltan muchos trabajos con visiones muy particulares del entorno, rural o citadino, de creadores que van desde los de la Academia hasta los más jóvenes contemporáneos, que resulta una interesante y variada incursión a aquello que bien podría denominarse la «casa» del hombre.