En Las Tunas nació un reconocido pintor comprometido con el buen arte, Alexander Lecusay, y en esa ciudad oriental ha desarrollado la mayor parte de su obra. Da lo mismo que asuma un grabado, un mural cerámico, un entablado, o un diseño. De cualquier modo siempre se puede apreciar su «mano bendecida» o la limpieza de la línea, aunque esté dibujando al carboncillo. En su caso, no se trata de dibujar por dibujar, sino de que detrás de cada propuesta haya una pensada concepción artística.
Desde que tuvo verdadera noción de las cosas, Lecusay quiso pintar. «Hacía lo mismo que el resto de los niños, pero no podía evitar tomar una hoja en blanco y llenarla de colores». Después lo estudió, pero entonces «ni siquiera imaginaba que iba a poder hacer todo lo que he hecho, que sería profesor, ni que mis obras iban a ser exhibidas en otros países».
Miembro de la UNEAC, Alexander Lecusay es de esos creadores que, aunque lo tienen más encasillado como dibujante, es graduado de grabado, y un cultivador y defensor de la cerámica. De hecho es autor de varios murales que toman como base ese soporte ubicados no solo en la capital de la escultura cubana, sino también en otras provincias del país, como los que embellecen el Estadio Latinoamericano y el hotel Sierra Maestra en Bayamo. Asimismo, se desempeña como ilustrador de la Editorial Sanlope, donde ha aportado obras para más de 40 títulos de autores diversos.
—¿Qué ha distinguido tu quehacer artístico en todos estos años?
—Mi obra siempre se ha centrado en el ser humano, en la vida, desde las cosas más bellas hasta las más feas: la contaminación ambiental, el amor, el desamor, la traición..., aunque en los últimos tiempos he estado muy ocupado en los ancestros, en el panteón yoruba, como lo evidencia mi más reciente exposición Sin ir más lejos, una especie de retrospectiva. En ella había fotografía digital, pintura, dibujo... Ahora estoy investigando mucho, acudiendo a los estudios realizados por Fernando Ortiz, Miguel Barnet y otros.
Lecusay realizó sus primeros estudios en la Escuela Elemental de Arte El Cucalambé, donde culminó su nivel elemental. A los 14 años matriculó en la Escuela Nacional de Arte, en la capital. Luego regresó a Las Tunas, donde comenzó a impartir clases, en el plantel donde mismo se había formado, hasta que se le solicitó que se convirtiera en profesor de dibujo de la Escuela de Cerámica de nivel medio (hoy de Artes Plásticas, donde se estudian todas las asignaturas y especialidades), centro donde continúa formando parte del prestigioso claustro. «Ya he perdido la cuenta de cuántas generaciones de artistas he graduado, lo que, en verdad, me llena de orgullo».
—¿No le roba el magisterio demasiado tiempo a tu labor artística?
—Ni siquiera pienso en eso. Son dos maneras de realización que asumo con mucho placer. El tiempo para desarrollar mi obra lo encuentro de cualquier manera. Es un esfuerzo grande, no lo niego, que no tiene absolutamente nada que ver con lo económico. Lo hago porque me gusta comprobar cómo los muchachos aprenden, al tiempo que provocan que me supere constantemente. Ser profesor no es una labor cualquiera, sino una de las profesiones más creativas que conozco. No hay orgullo más grande que recorrer una exposición de tus ex alumnos y constatar que fuiste capaz de encauzar tanto talento».