Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Letras escritas en fuego

Ante las turbulencias del presente, el concepto de Revolución presentado por Fidel aparece para superar incertidumbres y dogmatismos

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Parece que fue ayer, y han pasado 25 años. Parece que no fue hace tanto cuando se escuchó por primera vez el concepto de Revolución y, sin embargo, el tiempo ha pasado: lo suficiente para el surgimiento de una nueva generación.

Desde aquel 1ro. de mayo del año cero de este siglo, ¿cuántas cosas han pasado en Cuba? Porque no es solo lo que ha ocurrido, sino el modo tan vertiginoso, a veces agónico, en que ha transcurrido.

Y en medio de ese devenir, en su mismo núcleo vital, en la raíz misma del sentir de un pueblo, ha estado ese concepto desafiante, que algunos dicen conocerlo de memoria; pero, en la vida real, ¿cuántos lo aplican de verdad?

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Resulta sorprendente que Fidel lanzara el concepto de Revolución en una síntesis de 140 palabras. Fue al inicio de un discurso, donde resumió la lucha por el regreso de Elián González; pero con tantas intervenciones a sus espaldas, algunas capitales para entender la historia del país y la política del siglo XX, sorprende que una formulación tan precisa apareciera, justo en el hombre que se había hecho famoso por sus intervenciones kilométricas.

Hasta ese momento, el acto de esclarecer qué era Revolución se movía mucho más en el terreno de los sentimientos que en el de la racionalidad. Quizá una de las razones más fuertes para que la definición no apareciera se hallaba en que la Revolución se había concretado más en hechos que en palabras. Las personas, muy en su interior, sabían cuál era el significado y, también, qué era lo opuesto a ella.

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Cuando se eliminaba el analfabetismo, se imprimían cientos de miles de libros, se desarrollaba la economía y se dignificaba al ser humano, aquello era sencillamente Revolución.

Pero había un punto muy pequeño, aunque demasiado importante en todo eso. Un algo decisivo. ¿Qué era, pues? En una entrevista, Silvio Rodríguez lo definió en pocas palabras: el sentido de la justicia del proyecto social. 

Es decir, el Gobierno podía distribuir con generosidad todo lo que tuviera a su alcance, incluso lo que le faltaba, que si esa distribución no estaba marcada por una participación real de las personas, pues al final podía ser otra cosa, a lo mejor muy buena; pero nunca sería una Revolución.

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A veces se olvida que, antes de hacerla o para continuarla, a las revoluciones primero hay que meditarlas. Y la de Cuba se alimentó de un pensamiento que, antes de 1959, estaba en muchas partes.

Estaba en La historia me absolverá, el alegato de autodefensa de Fidel durante el juicio del Moncada. Pero, antes, estaba también en el ideario de Eduardo Chibás, en el de Antonio Guiteras, en el de los revolucionarios del 30, en el de los mambises y estaba, por supuesto, en José Martí.

Sin embargo, una Revolución también se ve obligada a hacerse sobre la marcha. Y la cubana debió hacerlo bajo el fuego de las circunstancias y en ese actuar se precisó una línea primera: lo que era revolucionario y lo que devenía en contrarrevolucionario. 

Ante lo primero, lo segundo muchas veces quedaba deslindado por la propia fuerza de los hechos. Estar en contra era aquello que salía de la reacción, de lo antinacional, de lo proyanki, de los privilegios. En ese campo, los bandos estaban claros. Pero, ¿y en el otro?

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Cuando se lleva tiempo en el poder, cuando en ese espacio se intenta desarrollar una sociedad, casi que por gravedad aparecen las contradicciones lógicas de la vida, esas que obligan a reflexionar para luego poder ganarse la oportunidad de avanzar.

El concepto, por ejemplo, dice con toda claridad que Revolución es tratar a los demás como seres humanos. ¿Qué ocurre, entonces, cuando la inhumanidad aparece desde los propios funcionarios o la institucionalidad que debe representar a la Revolución?

¿Qué sucede si la burocracia, el mal gusto, la chapucería, la arbitrariedad o la improvisación laceran la vida cotidiana del pueblo, sobre todo de los más humildes? ¿Es que eso, necesariamente, tiene que formar parte de la Revolución, aun cuando se produzca desde sus filas?

¿Cómo o por qué vías desafiar poderosas fuerzas, cuando estas surgen dentro del país y del bando revolucionario, pero con los ropajes del acomodamiento, el desinterés, la apatía, el mandonismo y el tener un oído más atento a las jefaturas de arriba que al sentir de la ciudadanía en los barrios?

¿Qué hacer con esa persona, que se dice revolucionaria y, sin embargo, hace lo contrario a lo que está recogido en el concepto de Revolución, pese a tenerlo todos los días delante en un cuadro bellamente adornado con la imagen de Fidel?

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Frente a esos y otros males se levanta la raíz ética del concepto. Frente a las necesarias preguntas que, con el paso lógico del tiempo este pueda provocar, ahí están las respuestas que emanan de sus esencias y que se encuentran recogidas en las líneas finales de la definición: unidad, convicción profunda, luchar por sueños de justicia en Cuba y el mundo.

Su propia lectura es una invitación al ejercicio de pensar. ¿Qué debe ser cambiado, por qué y para qué? ¿Por qué preocuparse de luchar por la justicia en Cuba si ese bien ya se alcanzó con el triunfo de enero de 1959, como rezan ciertos criterios en ocasiones tan repetidos? 

Ante las comodidades o las soberbias del pensamiento ahí está la definición de Fidel para alertar de las simplificaciones. También para llamar a la creación de una obra, que es revolucionaria cuando se alcanza la felicidad individual porque se trabajó desinteresadamente para alcanzar el bien de la colectividad.

En el ideario político cubano, al menos desde 1959 hasta acá, pocas cosas son tan antidogmáticas y tan subversivas para los enquilosamientos como lo es el concepto de Revolución. Frente a los torbellinos del presente, ahí están sus ideas, como una brújula grabada por siempre con el fuego de la historia.

Concepto de Revolución

«Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo».

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