Rafael Rodríguez Ortiz es un empecinado.
Felo, que es como todos le llaman, tiene 81 años de edad y es de los hombres más desinteresados y modestos que se conocen. Vive en San Antonio de los Baños y no posee título académico alguno, pero es un hombre sabio, con los ojos fijos en los libros y el corazón apegado a la tierra. Dicen que se sabe de memoria el último diario de José Martí.
Tenía ya unos 50 años y un trabajo reconocido cuando se empeñó en erigir el bosque martiano del Ariguanabo donde estuviesen reproducidos todos los árboles y arbustos que conoció José Martí durante los 39 días que pasó en la manigua, que serían los últimos de su vida. Hoy no es el único que existe en el país, pero sí el más completo.
Le facilitaron primero un terrenito poco apropiado, que aceptó en su desespero por empezar, y luego otro, con una excelente ubicación a la salida de San Antonio de los Baños y una tierra feraz, pero con un serio inconveniente: daba asiento a un basurero. Lo aceptó aun antes de que le prometieran un buldócer para limpiarlo y, cuando llegó la máquina, ya él había puesto manos a la obra.
Fue por aquellos días cuando le preguntaron sobre la fecha de inauguración del bosque. No había plantado aún un solo arbusto, pero para él ese momento no admitía discusión: 19 de mayo de 1994, dijo, en ocasión del aniversario de la caída en combate del Apóstol.
Hoy, treinta años después, el bosque martiano del Ariguababo cuenta con las más de 50 especies de la floresta que mencionó José Martí en su último diario, De Cabo Haitiano a Dos Ríos, un texto que, al decir de Lezama Lima, es el más grande poema escrito por un cubano, y del que expresó Cintio Vitier: «Leerlo es como leer un libro sagrado».
En su empeño, tuvo Felo el concurso de numerosas personas e instituciones. Muchos de esos árboles fueron plantados por importantes personalidades. Sucedieron cosas curiosas. Los habitantes de San Antonio de los Baños con tal de que el bosque se poblara acudían al lugar con posturas y semillas no mencionadas por Martí. Felo no las rechazaba y hoy, al fondo del bosque hay un espacio destinado a fomentar el cultivo de árboles maderables y frutales, algunos venidos de lejos, como las nueces de Austria y la ciruela venezolana. Hay también un platanal. Afirma Martí en su último diario que su designación como mayor general del Ejército Libertador le fue comunicada junto a un platanal.
Se reproduce allí a escala el recorrido de 394 kilómetros de Martí y sus compañeros desde el desembarco en Playita de Cajobabo hasta Dos Ríos y una piedra marca su caída en combate. La piedra, como símbolo del ser y la cohesión, tiene una fuerte presencia en el bosque. Cientos de toneladas de piedras, movidas por Felo, hablan allí y cuenta historias. Con ellas se reprodujo la cueva de Juan Ramírez, «el templo», que sirvió de campamento a Martí, y un monumento a la mujer… Se erige en estos días, también de piedra, un monumento al árbol. Lleva como inscripción un fragmento que Felo tomó de La oración de la tarde, de Rafael María de Mendive, el maestro de Martí. Dice:
«Alcemos nuestro templo en la montaña / Teniendo por techumbre al mismo cielo, / Por luz la estrella, por alfombra el suelo / Y un árbol por altar. / Oigamos de la fuente que murmura / La desmayada voz, y el querencioso / Armónico gemir del bosque hojoso / Llamándonos a orar».
Hoy Felo es un hombre feliz. Gracias a su empecinamiento hizo realidad su sueño y aun hoy, todas las mañanas sale su casa vestido de azul, como se describe Martí en su diario de campaña, y camina hasta el bosque para sembrar y cuidar su semilla de amor a Cuba.