En una céntrica esquina de la rivera de Sochi, en la calle Lenina, se levanta uno de los varios monumentos que en esta ciudad se dedican al líder de la Revolución Socialista de Octubre, Vladimir Ilich Lenin. La figura del luchador que derrotó al zarismo muestra la mirada recta y oronda de quien, a pesar de su prematura muerte en 1924, pervive como ejemplo histórico de la resiliencia rusa.
A pocos metros del Mar Negro, el Lenin esculpido en bronce resiste los embates del tiempo, los contrastes del clima y hasta la fina llovizna que dejan casi de forma continua los grisáceos meses fríos del año. Ciertamente, el monumento al revolucionario bolchevique, con los aires que transmite su figura impecable, bien puede semejarse hoy a la realidad que vive la Federación de Rusia.
No existen, tal vez, mejores palabras que califiquen al hermano país en Europa del Este que esas: resistencia y resiliencia permanente, porque mientras los ególatras de cuello y corbata han pretendido cercarla desde principios de este siglo y atarla de manos y pies, la nación se reinventa con sus valores y su historia.
La muestra clara está en que lograron vencer ecuánimes, sin fanfarrias ni lamentos, los efectos bélicos de la diplomacia occidental montada sobre la pasarela de sanciones. La economía rusa no solo no ha colapsado, sino que llegó a ser el pasado año la nación europea de mayor crecimiento. Y justo ahora, en este mes de marzo que se acerca, se disponen a celebrar elecciones generales en las que el presidente Vladímir Putin asoma como máximo aspirante a la reelección.
Rusia tiene la gran virtud histórica de aglutinar las naciones cuando la decadente prepotencia apunta directo al mentón, y de devolverle luego la esperanza al mundo como garantía certera del camino de hermandad que deben tomar nuestros pueblos siempre.
Tal vez por eso, el ambiente ahora vuelve a ser propicio para abrazar en la tierra de Lenin la diversidad de un Festival Mundial de la Juventud. Sochi, como ciudad sede, recibe hospitalaria a las nuevas generaciones venidas desde todas las latitudes del planeta, y será al mismo tiempo la vitrina perfecta para mostrar en lo cotidiano de sus calles la realidad rusa.
La mayor evidencia de que el país de la grandilocuencia arquitectónica y cultural camina acompañado es, precisamente, este Festival, con los más de 180 países que llegan a la magna cita y los 20 000 jóvenes protagonistas de esta fiesta de la amistad.
Los cerca de 150 delegados cubanos también conocerán esa verdad de Rusia y, por qué no, verán en alguna de las calles de Sochi asomar intacta la figura de Lenin, recordándonos que, a pesar de los contratiempos, el alma de los rusos sigue permeada hoy por la resiliencia.