El IIA, que junto a su sede central, posee las estaciones experimentales de La Pitucha y Jucaibama, cumplió en diciembre pasado 43 años. Autor: Radio Bayamo Publicado: 06/01/2024 | 10:17 pm
BAYAMO, Granma.—Llevan más de 40 años en una guerra complejísima, un tiempo en el que han cultivado paciencia y tenacidad increíbles. Están librando esa batalla para tratar de impedir que el conocimiento vaya a los archivos pasivos y se convierta, finalmente, en indiferencia u olvido.
Todo comenzó el 14 de diciembre de 1980, fecha fundacional del Instituto de Investigaciones Agropecuarias (IIA) Jorge Dimitrov, nacido a instancias de un programa de colaboración entre Cuba y Bulgaria. Desde entonces sus profesionales desarrollaron proyectos científicos relevantes, pero unos cuantos no terminaron aplicados a gran escala en el campo.
«Tenemos insatisfacciones porque sabemos que hay mucho conocimiento acumulado que permanece engavetado, necesitamos seguir derribando viejas barreras para que las investigaciones se pongan en práctica», reconoce el Máster en Ciencias Agrícolas e investigador auxiliar Eduardo Manuel Tamayo González, director general de la institución, única de su tipo en el país, porque atiende la rama agrícola, la pecuaria y la dimensión ambiental.
A la antigua mentalidad de no mirar tales indagaciones científicas se suma hoy otro problema, como señala el directivo: «A partir de la actualización del modelo económico la ciencia también hay que pagarla en alguna medida y no todo el sector empresarial dispone de financiamiento para poder ejecutar esta actividad; es decir, para demandar del sector académico su participación en proyectos científicos».
Pese a esas contrariedades, el instituto, ubicado a unos 15 kilómetros de la ciudad de Bayamo, ha conseguido concretar programas para el mejoramiento de semillas de diferentes cultivos, también para la descontaminación del medio ambiente, la nutrición de los suelos, la producción de alimentos en ecosistemas de montaña, entre otros logros.
En todo caso, sus 240 trabajadores, entre los que se incluyen seis doctores, 17 másteres, 25 investigadores con categoría científica y 110 universitarios creen que es posible hacer más para convertir la institución en referente del país.
Varios laboratorios del Instituto de Investigaciones Agropecuarias Jorge Dimitrov no pueden utilizarse por la falta de agua, un problema que golpea al centro hace años. Foto: Luis Carlos Palacios
Desde el burro hasta la semilla de mango
El Máster en Ciencias Agrícolas Manuel Nieto Martínez, director de Ciencia e Innovación en el IIA, posa la mirada en su modesto buró; entonces deja soltar una queja: «Nosotros, junto a la Universidad de Granma, nos pasamos cerca de nueve años investigando sobre el cultivo y los momentos óptimos de cosecha del tabaco para el oriente cubano, donde no existen los mismos tipos de suelo que en el occidente. Se hicieron tesis de maestría
sobre el tema y hasta se presentó toda la
información recopilada al Instituto de Investigaciones del Tabaco, pero eso quedó ahí, no pasó nada».
Para este prestigioso investigador auxiliar, quien tiene varias décadas de trabajo, es importante que los empresarios
vinculados con la rama agropecuaria tomen conciencia de la importancia de la innovación, «de lo contrario, no avanzamos».
Además, habla de otros rigurosos estudios que no se han generalizado, como el empleo de radiaciones en semillas para mejorar el rendimiento de algunas hortalizas y la utilización del burro cubano en la obtención de sueros hiperinmunes para el tratamiento, profilaxis y diagnóstico de enfermedades en humanos y animales.
Por su parte, el doctor en Medicina Veterinaria y Máster en Nutrición Animal Yordanis Nuviola Pérez, director de la Estación Experimental de Pastos y Forrajes, ubicada cerca del caserío La Pitucha y perteneciente al IIA, expone más ejemplos de investigaciones que siguen sin aterrizar en la realidad cotidiana: tecnología para producción de hembras de remplazo en el ganado vacuno, métodos para la ceba vacuna en las condiciones climatológicas del oriente cubano, la utilización del silvopastoreo para mejorar rendimientos en el ganado, tecnología para la obtención de semillas de pastos y forrajes, entre otros.
Mientras, el ingeniero agrónomo y Máster en Nutrición Animal Gutberto Solano Silvera, refiere con la experiencia de sus 75 años que no siempre es posible aplicar los proyectos investigativos porque estos requieren de inversión o recursos y «si no tienes el recurso, aunque haya voluntad, no se puede».
Además, «muchas veces los directores de empresa desconocen estas investigaciones y algunos tienen una mentalidad de reuniones que no se cambia en un momento».
Él es uno de los autores de un estudio titulado Utilización de residuales y subproductos agroindustriales en la producción de alimentos alternativos para animales monogástricos, basado en el empleo de la almendra de la semilla de mango y otros desechos del tomate, la guayaba y la fruta- bomba en las fábricas y minindustrias de conservas de Granma para la alimentación de cerdos, aves y conejos.
Ojalá esa investigación, iniciada en 2021 y en la que también participan José Luis Sierra Alarcón y Eliecer Pérez Pineda, de la Universidad de Granma, no caiga en saco roto ni demore demasiado tiempo en aplicarse.
«Algunos estudios en el mundo se socializan a los 20 años, por eso hay que seguir insistiendo», dice con una sonrisa este fundador del IIA.
En su opinión, no basta con los sueños del investigador, quien casi siempre es un ente aislado. «Es clave que los decisores piensen en cómo hacer más eficiente las producciones y se involucren en estos procesos», sentencia.
Eduardo Manuel Tamayo González, director general de la institución, perteneciente actualmente al Ministerio de la Agricultura, debe y necesita ser más conocida. Foto: Osviel Castro Medel
Hay variantes, pero...
Ante este panorama, uno de los caminos del instituto está en ganar mayor visibilidad. «Si bien nuestro centro tiene prestigio y reconocimiento, no todo el mundo sabe qué es el Dimitrov; necesitamos sentirnos más ocupados y demandados», admite el director general, Eduardo Manuel Tamayo.
Él expresa que es preciso mejorar el uso de la comunicación y la informatización. «Estamos actualizando el sitio web de nuestro instituto, mediante el cual el cliente y el académico podrán interactuar, conocer mutuamente sugerencias, opiniones, dudas, etcétera».
Además, explica que una de las variantes para expandir el trabajo es llegar a los productores de avanzada, no solo a las grandes empresas.
Sin embargo, estos propósitos chocan contra realidades aplastantes. El instituto, digamos, ha visto inutilizadas varias de sus instalaciones especializadas por la falta de agua, un problema que se arrastra hace más de 15 años.
«Hemos perdido capacidad de respuesta por esta situación, porque recibimos el agua en pipas y eso ha inhabilitado el laboratorio de biotecnología vegetal, que aporta a la producción de vitroplantas; el de bromatología, que sirve para la determinación de la calidad de alimentos para animales; el de parasitología y otros que están vinculados con el análisis de suelo», advierte el director general.
A estos inconvenientes se suman las dificultades generadas por el recorte de combustible, que impiden la movilidad por municipios de Granma y de las otras cuatro provincias orientales. Tan vasto territorio debe ser atendido, teóricamente, por el instituto.
Al margen de contratiempos y carencias, los trabajadores de la institución procuran establecer alianzas con empresas y centros, promueven la superación, especialmente de los jóvenes, capacitan... no se rinden. Se empecinan en seguir investigando, creando, haciendo. Continúan una larga guerra contra las gavetas y requieren, para ganarla, mejores municiones.