Arabey de la Caridad Gómez Sosa, de 28 años, es subdirectora de escuela desde hace tres cursos. Autor: Luis Raúl Vázquez Muñoz Publicado: 31/10/2023 | 08:47 pm
MAJAGUA, Ciego de Ávila.— Allá, a lo lejos, sobre los palmares y los montes de Lázaro López, se veían unas nubes oscuras que andaban buscándose. En el aire todavía no se percibía el olor a lluvia. Más bien lo que se sentía era el calor de la tarde, y los niños en uniforme se abanicaban en el Bosque Martiano del centro mixto Ángel del Castillo Agramonte.
Los que no se refrescaban, simplemente jugaban con sus chistes. Era un
bullicio noble frente a un busto rústico de Martí, erigido sobre un montículo con altura suficiente para servir de tribuna.
Todos aguardaban por la visita. El
motivo del encuentro era una joven de pelo castaño y ojos pardos, de 28 años, que andaba impasible entre el grupo y sus profesores, velando cada detalle.
Solo que esa tranquilidad no era completa. Porque a ratos, cuando se detenía, se llevaba las manos a los bajos del pulóver y apretaba el borde de la pieza. ¿Por qué estaba nerviosa?
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«Sí, es cierto: estaba nerviosa. A mí ya me han dado algunos reconocimientos; pero, ¿uno cómo este, aquí en la escuela? La verdad que es fuerte», dice Arabey de la Caridad Gómez Sosa, subdirectora del centro y ahora primera delegada directa de la provincia de Ciego de Ávila al 12mo. Congreso de la UJC.
El acto, previsto a realizarse en el Bosque Martiano, se vio interrumpido por el inicio de la lluvia. Participantes e invitados pasaron al comedor. Cuando terminaron las declaraciones y se escuchó que ella era la delegada directa y, sobre todo, cuando se le entregó la credencial, un centenar de voces infantiles lanzó una exclamación y empezó a corear: «¡A-ra-bey, A-ra-bey, A-ra-bey!»
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Al preguntársele si es nacida en el poblado de Majagua, Arabey responde suave, aunque bien firme: «No, nacida y criada en Lázaro López».
La voz tiene un matiz de orgullo. A ese dato se le debe añadir otro: es subdirectora del mismo centro donde cursó la primaria y la secundaria, hasta que en el nivel de preuniversitario pasó a otro centro a estudiar para maestra.
Por las vueltas de la vida, su niña, Jennifer Morales Gómez, de nueve años, estudia en la misma escuela.
«Soy subdirectora desde hace tres cursos —explica—. Antes era profesora de Español-Literatura y la guía base del centro. El trabajo con la lengua materna me gusta. Me satisface ver la manera en la cual los niños trabajan con el vocabulario y mejoran su expresión a medida que avanzan. Por eso la inclinación por la asignatura.
«Lo de maestra es algo muy personal. Creo que desde niña quise serlo. Nadie en la familia ha ejercido antes el magisterio. Cuando era niña, tomaba unos pedazos de zinc y yeso, y en la casa me ponía con los primos a jugar a que estábamos en la escuela y yo era la profesora. Fue una inspiración. Creo que lo tenía en la sangre».
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El centro mixto Ángel del Castillo Agramonte cuenta con 225 estudiantes. Durante muchos años, con mucha paciencia y trabajo, esa institución ha alcanzado un reconocimiento a nivel nacional.
Detallar sus avales es difícil, porque son numerosos. En sus singularidades se encuentra un pequeño museo con piezas arqueológicas encontradas en la zona, un lugar lleno de historias de aborígenes, mambises o fuertes españoles, de cabalgatas de Máximo Gómez y Antonio Maceo, quienes acamparon en el lugar cuando se constituyó el Ejército Invasor, el 30 de noviembre de 1895, por solo mencionar un hecho.
En buena medida, el artífice de esos resultados ha sido Orelvis Hernández Mendoza, director del centro, quien guía al colectivo desde hace más de 20 años.
«Bueno, de Arabey lo que debo decir es que ella está en todo —expresa—. Sabe de metodología, le gusta meterse en las cosas de las clases, en la manera de impartirlas. Ayuda mucho en la organización. Y una de las cosas buenas que tiene es que si un profesor falta por algún problema, la muchacha asume ante cualquier grupo. Porque, oye, lo mismo da una clase de español que de historia o de inglés. Sí, de inglés. También le sabe al inglés».
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«Como delegada —dice Arabey—, un tema que me gustaría ver analizado en el Congreso es la falta de motivación de los jóvenes para ser parte de la UJC. Yo quiero que esta organización con tanta historia se sostenga. Desde mi perspectiva de joven y militante creo que hay una falta de estímulo, de reconocimiento a su membresía, y es necesario revertir esa situación.
«Al joven comunista se le debiera ver como algo relevante, no por obligación o imposición; sino por el derecho ganado con su actitud, su trabajo, sus valores. A veces escucho que los muchachos se preguntan: «¿Para qué vamos a entrar en la UJC si ahí no nos motivan para nada?».
«Más allá de la falta de recursos, que es real, también existe una falta de interés, una inercia que se ha extendido y frena las iniciativas, la creatividad, los deseos de hacer. Eso hace mucho daño y hay que romper esa apatía. ¿Por qué no se piensa en una acampada, en un río que tenemos cerca, en una caldosa, en hacer cosas en nuestras comunidades y ponerle nuestro sello de jóvenes?
«Ahí está la cuestión. Son cosas que se pueden hacer sin grandes recursos, pero hay que tomar la iniciativa. Y eso es uno de los problemas por los cuales no está creciendo la UJC. Hay que dinamizarla, extender las buenas experiencias, hacer visibles a los jóvenes hasta en las pequeñas cosas; hacer ver y sentir que ellos pueden participar por hacer mejor el país desde la organización».