Entender las múltiples problemáticas que pueden darse en el escenario familiar implica un trabajo sistemático para quienes intentan hallar el camino hacia posibles soluciones. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 19/08/2023 | 10:31 pm
—No, no, qué va, lo que me describen no puede ser: que una abuela abuse vergonzosa y premeditadamente de su descendencia y tenga el poco pudor de iniciar en el sexo a sus nietos; que un padre presione para negociar su responsabilidad parental a cambio de una moto y unos euros; que una madre les niegue el techo y un plato de comida a sus hijas con el fin de complacer a su pareja de turno; o que otra sea cómplice de la violación de su esposo a una menor. Eso no me cabe en la cabeza —les digo con sinceridad, totalmente confundido y escéptico, a quienes parecen contar y no acabar—.
—Periodista, créalo. Son historias tristes que muchos ni imaginamos que existen, pero están ahí, conviviendo con nosotros, como realidades dolorosas y necesitadas de transformarse con la ayuda de otros —me responde, espontánea y segura, Miriam de los Ángeles Beltrán García, quien desde hace un lustro es la coordinadora general de la Casa de Orientación a las Mujeres y las Familias del municipio habanero de Plaza de la Revolución. Y me insiste en la s, en el plural de mujer y familia, para que no se descuide ni se dé por sobrentendido el necesario enfoque múltiple que requiere cualquier análisis social en la Cuba de hoy.
«Cada vez somos una sociedad más heterogénea y diversa, contamos con una multiplicidad de tipos de familias, y eso, como bien lo recoge el nuevo Código aprobado en septiembre de 2022, tiene que reconocerse y expresarse en lo que hacemos. De ahí que ya hoy sea más adecuado nombrar nuestros centros como de orientación a las mujeres y las familias, entendiendo que nuestro universo de actuación es complejo, amplio y variado, y no hay un patrón único ni existe una metodología absoluta para el trabajo. Ningún caso se parece a otro», me explica esta auténtica y alegre cubana con la experiencia de cinco décadas de vida, formada como doctora en Medicina y especialista en Ortopedia y Traumatología y, como si fuera poco, actual delegada de circunscripción en el consejo popular Rampa.
Miriam de los Ángeles Beltrán García. Fotos: Yoelvis Lázaro Moreno
Los cuidados que en un momento determinado demandó su familia la llevaron a poner en pausa los quehaceres de la medicina, pero Miriam, con esa vocación sanadora que cultiva desde sus primeros años, motivada por la crianza certera y la amorosa rectitud de su abuela Dulce María, decidió seguir aliviando dolores y apostó por procurar el bienestar de otra manera: auscultando ahora desde el alma.
«Lo que más me gusta de la labor de la Casa es escuchar, ofrecer un consejo, servir, dar confianza, sentirme útil. A veces las mujeres están siendo sometidas a diferentes formas de violencia y lo justifican. Y una tiene que hablarles fuerte: “Oye, ya está bueno, no seas boba. ¿Tú no ves que están desconociendo tus derechos? Las cosas no son así como tú piensas”.
«En no pocas ocasiones hay que apelar al coraje y la dignidad propia, pues ciertos patrones de violencia se reproducen de manera acrítica. En la familia es donde se dan las mayores complejidades, y desde ahí, justamente, es donde estas se han de investigar».
Durante los últimos cinco años, sin temor a equivocarse Miriam dice haber atendido no menos de 5 000 casos. «Aquí diariamente llegan de tres a cinco personas buscando apoyo, o para el seguimiento al proceso iniciado. Ninguna situación que se presenta es sencilla. Cada historia lleva su propio análisis».
Sentirse en casa
La tranquilidad de la amplia casona, como señal primera de bienvenida, contribuye a cierto sosiego espiritual, aun cuando puedan arder por debajo de la piel los tormentos internos con que se suele llegar a este céntrico recinto capitalino. Me explica Miriam que las Casas de Orientación a las Mujeres y las Familias, fundadas por iniciativa de Vilma en 1990 ―actualmente existe una en cada municipio del país― constituyen un espacio físico dentro de las sedes de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), y tienen varias líneas de acción, entre ellas la atención y orientación individual y grupal.
«Casi siempre las personas vienen buscando ayuda. Los casos, en un primer momento, se registran y se les abre un expediente. Atendiendo a la particularidad de la situación, se buscan entonces a los colaboradores más afines, como profesionales que de manera voluntaria brindan sus conocimientos para atender la problemática que nos ocupe.
«El recibimiento al que viene hasta aquí lo brinda, como en muchos lugares, la recepcionista, que es quien escucha el primer desahogo, toma las notas preliminares y registra. Y siguiendo ese viejo refrán que invoca que no existen segundas oportunidades para una buena impresión, siempre velamos por que se ofrezca una acogida respetuosa, ética y sensible en ese acercamiento inicial a la institución. Posteriormente yo, en calidad de coordinadora, clasifico los casos, pero luego cualquier decisión que se adopte se toma de manera colegiada en los grupos multidisplinarios.
«Acá nosotros contamos con tres equipos de este tipo, que atienden objetivos diferentes. Hay un primer grupo, que es de consejería general; un segundo, que es de consejería sobre violencia de género, y un tercero, que es el de Tribunal de Familia, que solo trabaja y se activa, como una estructura asesora, si el Tribunal nos los solicita».
El camino más que la solución
Sara Ida Hernández Valdés, miembro del equipo multidisciplinario de la consejería sobre violencia de género de la Casa de Plaza de la Revolución, explica que estas instituciones han sido puntos de referencia importantes en el nuevo contexto cubano. «Sí, porque todo el mundo sabe que tenemos un Programa nacional para el Adelanto de las Mujeres, o una estrategia integral para la atención y prevención de la violencia de género en el escenario intrafamiliar, o un nuevo Código de las Familias, muy moderno, inclusivo y útil.
«Ahora bien, no todo el mundo sabe adónde ir para hacer valer sus derechos. Entonces, por esa dirección, en un centro como este lo que se hace es orientar, acompañar y apoyar. Y es significativo resaltar que la orientación a veces es lo más importante, pero para los seres humanos que afrontan un conflicto sentirse acompañados y saber que alguien está a su lado es de un valor extraordinario, aunque ese alguien no le pueda resolver de inmediato su problema.
«Casi siempre la consejería es aquí, aunque en ocasiones, si la persona involucrada no quiere venir, nosotros vamos al lugar. Más de una vez hay quienes nos han dicho: “La Federación no tiene ningún poder para citarme a mí”. Y eso es verdad. Pero la Federación sí tiene toda la fuerza moral que representa el hecho de ser una organización por las mujeres, para las mujeres y sus familias para acercarse a cualquier ciudadano. Y ahí radica el propósito más meritorio y útil de las casas: su capacidad para mediar desde el diálogo.
Sara Ida Hernández Valdés. Fotos: Yoelvis Lázaro Moreno
«Con el trabajo que hemos ido desarrollando, no es difícil que una se dé cuenta de que esta Casa está más proyectada a lo externo que a lo interno, pues nos hemos centrado más en las posibles soluciones de los conflictos que en lo que realmente pueda suceder aquí dentro, como mero espacio físico. Eso ha hecho que se nos hayan acercado personas de diferentes municipios de la capital, incluso de otras provincias.
«Esta es una institución multimodal porque se utilizan diversas formas de actuación y, sobre todo, siempre lo que se procura no es, de manera absoluta, la solución, sino que las personas entiendan el camino para hallar la solución. De lo que se trata es de intercambiar en todos los términos que sean necesarios, y eso es lo que hace que la gente sienta que, cuando viene a la Casa, está en un escenario para aliviarse, en que es escuchada, entendida.
«Yo digo que siempre hay que tejer una delicada cuerda que no se puede partir, y que tiene que servirnos de hilo conductor para atender una problemática de principio a fin. No puedes pensar que las personas y sus conflictos son piezas de un rompecabezas que se pueden organizar fríamente.
«Se hace todo lo que es lícito para estar al lado de la persona, desde ir al barrio y conversar en el escenario más cercano, hasta tocar la puerta del fiscal o ir al tribunal. Para ese mesurado seguimiento hace falta un trabajo bien coordinado, cohesionado, atemperado a la realidad, pues la vida y sus historias son más ricas que cualquier generalidad a la que se pueda arribar. Hay problemas que no admiten espera».
Por favor, ¡ayúdenme!
El piñazo sonó como un golpe seco pero rotundo, como un martillazo sobre la mampostería, y Sara Ida, que venía bajando las escaleras de la Casa corrió para ver qué pasaba entre aquella pareja que discutía en alta voz y, al parecer, había superado los límites del más civilizado entendimiento. «Yo vengo a pedir auxilio aquí a la Federación. Por favor, ayúdenme», dijo la mujer todavía medio mareada por el impacto de la mano provocadora sobre el rostro. «Bueno, pero ahora mismo lo primero que debemos hacer es llamar a la Policía», se le hizo saber ante la irritación del hecho. Y la evasiva fue tan dura y triste como el propio mazazo. «No, qué va. No llamen a la Policía. A la Policía no, que su madre no me perdonaría que lleve a su hijo a un calabozo», responde la agredida, tajante y sin reparos, como si nada hubiera pasado, como si aquello fuera lo más normal del mundo.
Y ahí hubo entonces, explica Sara Ida, que abrir un largo conversatorio para destejer e invertir aquella lógica marcada por la sumisión y la escasa autoestima. «A ver, fíjate, tú te sientes comprometida con su mamá, pero él no tiene el más mínimo compromiso ni tan siquiera contigo. ¿Qué pasa si él te agrede, te causa un daño mayor o llega a matarte?», se le enunció a modo de pregunta y repuesta buscando un cambio de actitud o una vuelta a aquella concepción de pensamiento tan humillante.
«Muchas veces tenemos que utilizar el recurso de hacer pensar, hacer reflexionar en alta voz, —comenta Sara Ida—, porque las personas vienen urgidas de que los ayudes a discernir la gravedad de su caso y de que también los auxilies en examinar las motivaciones de actuación de cada una de las partes involucradas. Requieren que los hagas meditar en torno a las causas y consecuencias del hecho que les preocupa, y, sobre todo, necesitan darse cuenta de que hay múltiples rutas por las que pueden conducirse para dejar de ser las víctimas.
«Hay quienes asumen de modo tan natural sus dramas cotidianos que simplemente no saben qué hacer para salir del estado en que están. Y no tienen claro que están siendo sujetos de maltrato, víctimas de violencia, porque para mucha gente violencia es solamente golpe.
«Las cuestiones más inimaginables están siendo conocidas en las consejerías sobre violencia de género. Y no siempre estamos hablando de personas de bajo nivel de escolaridad, hemos tenido situaciones que involucran a profesionales, quienes actúan con posturas machistas y hasta agresivas. Y una, si se deja llevar por lo que ocurre a simple vista, no es capaz de pensar lo que verdaderamente pasa».
Cuando las apariencias engañan
«Hay tragedias que te entran por los ojos, que una tiene que leer y buscar más allá de la mirada», me dice Miriam preñada de tantos episodios en la mente que se le hace difícil priorizar unos por encima de otros.
Para ilustrar, evoca el caso de la mujer que vino argumentando que su esposo no le daba dinero, que ella tenía muchas dificultades de convivencia en su casa.
«Resulta que cuando citamos al hombre, a mí se me salieron las lágrimas. Llamaban la atención los arañazos que traía, las marcas de las agresiones de ella. Fuimos a contrastar a la comunidad y, efectivamente, todo el mundo allí coincidió en que él era un padre amoroso, preocupado, y que ella era la que no tenía nada en la cabeza. Él llegó a estar detenido durante 72 horas por falsas acusaciones de ella. Ante esa situación, nosotros le dimos a él las herramientas legales sobre qué hacer. La verdadera intención de esta mujer era la vivienda del esposo.
«Mi mayor característica siempre ha sido oír a las partes, las dos campanas. Usted puede venir y decirme lo que me diga, pero siempre voy a confirmar de alguna manera eso que me cuenta.
«Una va desarrollando una especie de sexto sentido y sabe cuándo hay sobreactuación, mimetismo, cuando se está fingiendo. Igualmente, una también intuye a veces cuando el dolor es tan hondo que desgarra».
Ansiedad, angustia y desesperación
Una de las historias más tristes que ha sido atendida en los últimos años en la Casa, narra Sara Ida, es la de una madre, cuyos dos de sus tres hijos han accionado traicioneramente contra ella, la que los trajo al mundo, quien pasó años y años dándole al pedal de una máquina de coser para criarlos.
Lo que ellos ahora quieren es que su progenitora biológica, de 82 años, no tenga derechos a vivir en la casa en que está, que era propiedad del padre de ellos, ya fallecido. Estos hijos han buscado todos los recursos posibles para sacarla de ahí, al punto de que argumentaron que no se podía reconocer la unión de hecho entre sus padres por las razones más bajas e inexplicables.
Cuenta Sara Ida que la anciana llegó a la Casa con una de sus nueras, la esposa del único hijo que la atiende. «Y cuando la vimos por primera vez quedamos estremecidas, pues los hijos que la han emprendido contra ella no la miran, no se preocupan por su estado, no la saludan y lo más duro: han obligado a su descendencia a no relacionarse con la abuela.
«Te diría que lo más doloroso para esta mujer octogenaria no es ser o dejar de ser la propietaria de la casa, sino la indiferencia, la humillación a la que la tienen sometida, el no poder darles un abrazo a sus nietos porque se los prohíban. Ahí radica el mayor sufrimiento, en el ámbito sentimental, en ese daño no visible que va corroyendo por dentro más que por fuera.
«Ante esta situación, nosotros más bien lo que hemos hecho es conducir, llevando a los familiares adonde los pueden asistir, desde el punto legal, pero también con asistencia sicológica y hasta siquiátrica, ya que la anciana llegó aquí en un estado de desesperación tal que no podía explicar lo que estaba pasando. Hemos ido, además, a la comunidad para corroborar lo que se nos decía acá y entender hasta qué punto les correspondía la razón».
Entre tantos casos con que pudiera ejemplificarse, Sara Ida refiere una historia tratada en fecha reciente, cuando una madre y sus dos hijas, ya desequilibradas emocionalmente, vinieron hasta acá porque el padre de las muchachas y esposo de ella lleva más de 20 años queriendo que las tres se vayan de la casa. «Y les ha hecho de todo, ha aplicado las más increíbles formas de maltrato, tanto físico como sicológico, para que se retiren.
«Ellas llegaron muy mal, porque la tensión es terrible, pero quien ve al hombre, con su postura correcta, piensa que nada de eso está sucediendo. De ahí que tengas que estar todo el tiempo movilizada para buscar más allá de lo que se ve, en un ejercicio escrutador de la vida que es tan exigente como apasionante».
Lo que Vilma Soñó
Además del trabajo orientador, la capacitación es también una línea de acción de las casas. Desde su experiencia personal y profesional, Sara Ida manifiesta regocijo por el logro de mujeres que hace unos meses decían que no sabían qué querían hacer, y han enrumbado el curso de sus vidas por las manualidades, salidas de los programas de adiestramiento que se ofrecen.
Precisamente, esa permanente posibilidad del ser humano de volver a empezar, de transformarse, de iniciar una y otra vez, y que la Casa potencia, es lo que ha llevado a Sara Ida a pensar que estos centros son, en una dimensión perfectible, pero bastante funcional, la concreción de lo que Vilma soñó cuando se crearon estas instituciones en 1990: que fueran espacios con sus puertas siempre abiertas y no apagados, ni divorciados del mundo cotidiano, sino sitios en movimiento, inmersos en los tejidos más vulnerables de la sociedad. Un lugar para las mujeres, donde estas pudieran encontrar oportunidades de crecimiento espiritual y material, y lograran mayor participación en las diferentes esferas de la vida del país.
En su animada conversación con JR, Miriam es enfática en el placer que le da su trabajo, en ese júbilo profundo que le produce lo que hace: «Estamos aquí todo el tiempo dispuestas a ayudar y sabemos de la pasión amorosa y el sentido de la imparcialidad que demanda una labor como esta, a la que una se entrega como un sacerdocio, a tiempo completo, a corazón abierto. Esto no es cosa de coser y cantar como algunos pudieran pensar, de dar un criterio cualquiera y ya. Y que el sol salga por donde salga... Si algo se requiere es afecto, paciencia, y sin dejar de ser imparciales ni llegar nunca a comprometimientos afectivos ni sentimentalismos baratos, se necesita mucha sensibilidad y decencia frente a los problemas de los otros».