Adriana prefiere siempre jugar con su pequeña, aunque debe compartir ese tiempo con los deberes como estudiante. Autor: Cortesía de los entrevistados Publicado: 08/05/2022 | 12:06 am
Cuando lo toma de la mano le ofrece paz, armonía. Cuando lo besa en la frente, le regala el mundo. Cuando le lee cuentos, le canta o lo lleva a pasear, le va descubriendo el mundo. Cuando lo abraza para que el llanto pase, le brinda fuerzas. Cuando lo aplaude sus aciertos, le da seguridad. Y todo eso lo puede lograr en segundos porque es su madre.
Sin embargo, muchas veces esa madre va conociendo el mundo al mismo tiempo que se lo muestra a su hijo. Va encontrando en ella capacidades y habilidades que desconocía e intenta superarse, estudiar, ser alguien, para convertirse en un motivo de orgullo para quien hoy la estremece con solo una mirada.
No siempre se pueden planificar las felicidades… Llegan y la vida revolotea en pocos meses. Siempre se llevarán sobre los hombros otras responsabilidades, quehaceres, ambiciones, sueños… y un día recibe el título de graduada en la carrera que escogió, pero el otro título, el materno, se va viviendo a cada instante.
¿Se puede hacer todo a la vez? Ellas demuestran a diario que sí.
Mairet y Marian
Quien la ve temprano en la mañana no puede imaginar que ha hecho la misma rutina de jóvenes como ella e incluso, un poco más, para llegar a tiempo al primer turno de Anatomía, materia perteneciente a la carrera de Medicina, la cual hace unos meses volvió a retomar.
Sin embargo, menuda criatura se entretuvo minutos antes con el biberón para dejarla escapar sigilosa, pues cuando Marian termine su yogur estará entre algún que otro sollozo, extrañando la presencia de su madre.
El sacrificio de volver a los estudios universitarios es un pendiente que dejó para ahora Mairet Herrera Ramos, pues hace tres años tuvo que debatirse entre preguntas cruciales que marcaron su vida para siempre.
Mairet se replanteó varias veces el futuro inmediato que presionaba fuertemente en su vientre. Fue una amenaza de aborto la que la colocó al límite de escoger, ya a sus 20 años, el motivo más bonito de su vida que, con pasos cortos y tropiezos repentinos, se aproxima a ella cada tarde cuando regresa de la universidad.
A pesar de su satisfacción como madre no logra olvidar lo complicado que fueron aquellos primeros meses para ella. «Después que Marian nació, todo cambió por completo. Las cosas que me gustaban pasaron a un segundo plano porque las prioridades fueron otras».
El desafío de ponerse nuevamente el uniforme blanco y azul para asistir a sus clases, en la Facultad de Ciencias Médicas Ernesto Che Guevara de Pinar del Río, no es tarea fácil. Mientras sus compañeras se planifican de forma meticulosa para los deberes de toda la semana, ella utiliza solo las horas nocturnas cuando su pequeña duerme.
A pesar de su satisfacción como madre, Mairet no olvida lo complicado que fueron aquellos primeros meses para ella. Foto: Cortesía de las entrevistadas.
Hay un listado preconcebido que Mairet repite a diario sin quejas, donde incluye el espacio para jugar con muñecas y cantarle las canciones predilectas a su hija, además del tiempo para bañarla, prepararle su comida y alistar las cosas que llevará al círculo infantil el día siguiente.
«No sé aún cómo logro lidiar con tantas responsabilidades y creo que más bien he aprendido a hacerlo sobre la marcha, pero si algo tengo muy claro es que mi prioridad siempre será la niña; de su bienestar depende mi estabilidad».
Marian es alegre, saludable, disfruta de toda mueca graciosa que se le aparece en frente y goza la satisfacción de tener reunidos bajo el mismo techo a una familia numerosa, que sin límites precisos la ha adorado desde que llegó al mundo.
A pesar de ello, solo su madre sabe de la ilusión tan bonita que le hacía en aquel entonces tener una casa propia para independizarse con su pareja o al menos, haber comenzado un trabajo que la ayudara a pagar muchos de los gastos que tenía.
De su lado siempre, con un doble rol y como ejemplo de sacrificio está la mamá de Mairet, la abuela de Marian; el sostén de todas ellas. Sin dudas, la continuidad de los estudios universitarios sin su comprensión y ayuda no hubiese sido posible, y ambas lo saben.
«Afrontar tan joven esta maternidad conllevó posponer sueños para otras fechas no muy cercanas, necesitar aún más de mi familia y amigos, crecerme ante obstáculos y sobre todo, madurar sin perder tiempo».
Quizá sea su hija el impulso más vehemente que la devuelve a la universidad, aunque con certeza nunca lo dijo. Pero se le ve decidida, rodeada de una resiliencia impetuosa que apenas deja espacio para ocuparse de las diferencias: es madre y a la vez, estudiante.
Adriana y Valentina
Valentina tiene dos añitos y le encanta comer vegetales. Es una niña querida, feliz, que quiere mucho a su familia. Cada rato —entre juego y juego— observa a su mamá rodeada de libros y papeles e intenta distraerla del estudio. Mira las libretas con atención, como si entendiera las palabras, o quisiera llenar de colores cada rincón de la hoja.
Su mamá, Adriana García Ruiz, tiene 22 años y prefiere siempre jugar con su pequeña, aunque debe compartir ese tiempo con los deberes como estudiante universitaria. Graduarse como licenciada en la Universidad de Ciencias de la Cultura Física y el Deporte Manuel Fajardo es una de sus grandes metas, y hacerlo en compañía de su hija es una experiencia maravillosa.
«Es complejo buscar el tiempo para hacerlo todo, pero mi familia siempre está ahí para apoyarme cuando más me hace falta», relata la muchacha, quien tiene el respaldo de su mamá y su padrastro, que viven con ella en la casa. «Mi papá y su esposa, aunque no están en Cuba, han sido esenciales en mi vida y la de la niña, al igual que mi pareja», agrega.
Adriana se divierte paseando con su hija y haciendo planes para que ella crezca en un hogar donde siempre habite el cariño. «Cada mañana le preparo su bolsa, nos alistamos y vamos juntas observando las calles, los árboles, la gente, hasta llegar al lugar donde la cuidan. Luego yo sigo a la universidad y allí me concentro en adquirir la mayor cantidad de conocimientos posibles. Todo es cerca, así que no me es complicado ese proceso», afirma.
La universidad la ha enamorado desde que comenzó, y si bien aún cursa el 1er. año, siente que puede desempeñarse en lo que le gusta. Esta habanera residente en el Cerro sabe sobrellevar las dificultades propias de una carrera universitaria, con las de una madre, con las de una mujer. Tener a su hija cerca mientras se prepara como profesional, constituye una certeza y también una inspiración.