maqueta del yate Granma, ubicada en la explanada contigua al monumento Portada de la Libertad Autor: Mailenys Oliva Ferrales Publicado: 01/12/2021 | 09:48 pm
NIQUERO, Granma.— Mosquitos y jejenes que atacan sin tregua, terreno cenagoso, un frío que te taladra los huesos. Mangle, mucho mangle.
Así era el panorama en Los Cayuelos aquel 2 de diciembre, así es hoy, 65 años después. Por suerte, entre los manglares y cortaderas, se construyó luego un puente de concreto de más de 1 520 metros, una distancia que debieron vencer los hombres del yate Granma mientras se hundían y sufrían ulceraciones en los pies.
Cuando uno visita este trozo de Cuba entiende mejor el esfuerzo de los 82 expedicionarios, quienes arribaron después de siete días fatigosos y con la aviación sobre sus cabezas.
«Desembarcamos en los pantanos (…) El primer expedicionario en tirarse al agua fue René Rodríguez, que como era muy delgado, el agua le llegaba al pecho y le decía a Fidel: ‘Ya di pie. Se puede caminar bien’. Cuando se tiró Fidel que era mucho más corpulento que él, se hundió en el lodo. El único bote que teníamos se bajó para ayudar a llegar a los pocos metros que nos separaban de la costa. Pero se hundió», contó Raúl en el documental La guerra necesaria, de Santiago Álvarez.
Por su parte, el Comandante en Jefe expresó en el libro En marcha con Fidel, de Antonio Núñez Jiménez, que el accidentado arribo desde Tuxpan (México) fue una de las cosas más duras que vivió. «Hacen bien en llamarle cayuelo (…), nos encontramos un terreno que no era firme y nuestras costas suelen ser firmes», añadió a la televisión cubana en 1996.
Esos detalles y otros vinculados con el yate y sus tripulantes deberían ser conocidos por viejas y nuevas generaciones.
Algunos no sabían el nombre del yate
La primera gestión encaminada a comprar una embarcación se hizo a mediados de 1956; la idea era adquirir una lancha torpedera conocida por las siglas PT (Patrol Torpedo). La venderían comerciantes de «material de guerra sobrante», en Delaware, Estados Unidos. Pero, como en casi todos los intentos independentistas, no podían faltar los obstáculos: habiendo entregado un anticipo de 10 000 dólares y luego de firmar los contratos, la transacción se malogró: la Secretaría de Defensa de aquel país negó el permiso para trasladar la lancha fuera de su territorio y se perdió el dinero.
El golpe no desalentó a Fidel. En septiembre de ese año, durante un recorrido por el río Tuxpan, vio que un yate blanco de recreo, fondeado en el afluente, se encontraba en venta. Como relataría el escritor argentino Miguel Bonasso, por paradojas del destino, «pertenecía a un yanqui y se llamaba ‘Granma’, en homenaje a la abuela del gringo Robert B. Erickson, que se lo vendió a dos pintorescos personajes, un mexicano y un cubano que hablaba poco y simulaba ser hermano del local».
Se refería a Fidel y a Antonio del Conde Pontones (El Cuate), uno de los fieles colaboradores de la expedición. Este último le diría al líder que ese barco «era muy chico, con apenas un camarote y dos literas, y pañol para un marinero».
El Granma, un yate de madera, construido en 1943, estaba deteriorado por el naufragio durante un ciclón; luego permaneció un tiempo bajo el agua. Y, como contó El Cuate en una entrevista con Susana Lee, hubo que cambiarle desde «montones de tablas al casco, calafatearlo, incrustarle cobre, repararle los motores, adicionarle tanques de combustible, de agua, hasta pintarlo».
Algunos expedicionarios, al mirar aquella pequeña nave, apta para trasladar a unos 20 pasajeros, creyeron que era una embarcación provisional, que los llevaría a otra mayor. Por eso, muchos ni se fijaron en su nombre.
«¿Cómo se llamará este bote?», le preguntó el Che a Raúl al descender al agua. Entonces, el hoy General de Ejército fue hasta la popa y le dijo: «Granma». En realidad «no se nos había ocurrido nunca preguntarnos cómo se llamaba. Empezando porque algunos creían que era un barquito chiquito que nos iba a llevar al barco grande en el cual vendríamos a Cuba. Y otros pensamos que seguro sería un barco de gran velocidad», diría Raúl.
Los protagonistas
El promedio de edad de los expedicionarios era de 27 años; 44 de ellos tenían nivel primario, 20 habían vencido la enseñanza elemental media, ocho la media superior y diez la universitaria.
Así lo expone el libro La guerra de liberación nacional en Cuba (1956-1959), de Mayra Aladro, Servando Valdés y Luis Rosado, un texto que brinda otros pormenores interesantes: 53 eran empleados, 16 obreros, cuatro estudiantes y nueve profesionales o técnicos.
Por provincias, 38 jóvenes eran de La Habana, 11 de Las Villas, nueve de Pinar del Río, igual cantidad de Oriente, siete de Matanzas y cuatro de Camagüey. También se enrolaron un italiano (Gino Doné Paró), un argentino (Ernesto Che Guevara de la Serna), un mexicano (Alfonso Guillén Zelaya Alger) y un dominicano (Ramón Emilio Mejías del Castillo.
Sobre la travesía en aquella «cáscara de nuez» escribió el Che en Pasajes de la Guerra Revolucionaria: «Teníamos muy mal tiempo y, aunque la navegación estaba prohibida, el estuario del río se mantenía tranquilo. Cruzamos la boca del puerto yucateco, y a poco más, se encendieron las luces. Empezamos la búsqueda frenética de los antihistamínicos contra el mareo, que no aparecían; se cantaron los himnos nacional cubano y del 26 de Julio, quizá durante cinco minutos en total, y después el barco entero presentaba un aspecto ridículamente trágico: hombres con la angustia reflejada en el rostro, agarrándose el estómago. Unos con la cabeza metida dentro de un cubo y otros tumbados en las más extrañas posiciones, inmóviles y con las ropas sucias por el vómito. Salvo dos o tres marineros y cuatro o cinco personas más, el resto de los 82 tripulantes se marearon».
Una fecha de la juventud cubana
Después del triunfo de la Revolución los jóvenes cubanos han reeditado el desembarco de manera simbólica prácticamente cada 2 de diciembre. En el lugar donde aquellos 82 expedicionarios tocaron tierra, se levantó el monumento Portada de la Libertad; en sus alrededores se celebran acampadas, veladas y otras actividades para esperar esa fecha.
La plaza de ceremonias fue estrenada el 2 de diciembre de 1981, en un acto presidido por Raúl. Las palabras centrales estuvieron a cargo del Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez.
Como en otros momentos, los jóvenes protagonizarán la reedición simbólica del arribo de Fidel y otros 81 hombres a las costas de Niquero. Foto: Luis Carlos Palacios/Archivo
En 1986 en este sitio se colocó, contigua a la explanada, una maqueta del yate Granma, que solo ha sido sacada para desfilar en 1996 en la capital del país, o para repararla tras el azote del ciclón Dennis, en 2005.
Juan Almeida Bosque presidió los actos de 1986 y 1996. Vale señalar que en el primero de estos pronunció las palabras centrales.
En diciembre 1991 tuvo lugar una fiesta inolvidable, en la que se presentó el grupo Mayohuacán. En esa ocasión se encendió una antorcha gigante, alrededor de la cual se cantaron canciones a guitarra.
Varias veces jóvenes cubanos realizaron caminatas desde diferentes lugares históricos del país hasta Los Cayuelos. Se recuerda, por ejemplo, las de 1977, 1981, 1983 y 1988, que quedaron reseñadas en la prensa.
En 2014, la Unión de Jóvenes Comunistas, lanzó desde allí, a casi dos kilómetros de la playa Las Coloradas, la convocatoria al 10mo. congreso de la organización. Estuvieron presentes, entre otros, José Ramón Machado Ventura, Ramiro Valdés Menéndez y Guillermo García Frías.
Hoy el sitio Portada de la Libertad (Monumento Nacional desde 1978) no tiene viviendas a su alrededor. Los pocos lugareños de antaño ya no están. Sin embargo, sí vive una luz, nacida de una proeza, que alumbra para todos los tiempos.