Como voluntaria en la fase III del candidato vacunal Abdala, Bettsy Senón Castillo prolonga la decisión de estar entre los primeros, que aprendió de su madre Beatriz Castillo Autor: Miguel Rubiera Publicado: 14/04/2021 | 12:21 pm
Mientras esperaba gozoso —¡esperábamos!— recibir la primera dosis de Abdala, de súbito en mi memoria afloró un sentimiento de gratitud hacia esos hombres y mujeres de ciencia que sin horario para el bregar o empatando el día y la noche, le plantaron cara al nuevo coronavirus con una proverbial consagración. ¡Hay que quitarse el sombrero!
Supongo las tensiones, la preocupación cuando algo no salió como esperaban, los continuos análisis y el riguroso proceder en el camino hacia la fórmula salvadora, y la inmensa alegría, rematada quizá con aquella expresión de sabor criollísimo de «¡Ya la tenemos, carajo!». O con otra parecida del léxico popular, desenfadado y viril, que puede significar, más o menos, lo mismo.
Los deseos de abrazar y apretar las manos resultan fáciles de imaginar, a pesar de que son científicos que están acostumbrados a hacer descubrimientos para el bienestar humano, incluso muchos desde el anonimato, porque sus nombres no suelen andar, aunque lo merecen, en la actualidad pública.
La fructífera entrega de esos equipos científicos refleja también el prestigio internacional con que cuenta nuestro país en la creación de vacunas, recordado ahora con ímpetu por reconocidos especialista e instituciones de otros países. ¡Bienvenido ese gesto!
Ahí están, como una muestra más, Soberana 02 y Abdala, candidatos vacunales que demostraron su vigor en los ensayos clínicos y se despliegan en la geografía cubana bajo la mirada de satisfacción y agradecimiento de la tribuna de la calle.
Lo plasmado en apenas un año tampoco cayó del cielo; vino gracias al artífice del desarrollo de nuestra salud pública, Fidel, ¡y siempre Fidel!
Como si no bastara, mi Cubita bella, aún bajo el maléfico bloqueo yanqui, levantó una estructura capaz de responder ahora a la demanda de los millones de vacunas necesarias, avalada por más de 20 años produciendo cifras millonarias de dosis de productos inyectables.
Esa seguridad que tenemos en lo nuestro —lo cubano primero, jamás olvidarlo— se manifiesta en la rotunda respuesta de la gente que voluntariamente firma su consentimiento para recibir el candidato vacunal.
En ese momento tan trascendente comprobé —¡comprobamos!— que nada se deja al azar. Especialistas recuerdan, una vez más, sobre las condiciones para vacunarse, vigilan si en ese momento se siente algún malestar y aclaran cualquier duda que surja, además de explicar sobre las leves reacciones que pueden sobrevenir.
En todo eso pensé —¡pensábamos!— mientras esperábamos la inyección anhelada, y envueltos en dicha pusimos el brazo, sin ninguna vacilación o inquietud, para recibir de maravillas a la criollísima Abdala.