Fe con sus hijos Robin y Erick. Autor: Archivo de JR Publicado: 12/04/2021 | 11:22 pm
Al iniciarse la noche del 13 de abril de 1961, alguien descubrió que la tienda por departamentos El Encanto, una de las más grandes de la capital de todos los cubanos, comenzó a arder de una manera tan rápida e insólita, que no pudo apagarse a tiempo, no obstante el enorme esfuerzo de los bomberos y las personas residentes en el lugar.
La solidaridad hay que sentirla para creer en la naturaleza humana. Y ese día, hace 60 años, se puso de manifiesto en el cariño de la gente, en el inmediato apoyo de las autoridades, y en los rostros compasivos e indignados del pueblo ante el crimen concebido y organizado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos.
Las fuerzas especializadas y expertas en enfrentar incendios, salvar vidas y preservar recursos materiales, no fueron suficientes para evitar la destrucción del moderno edificio, de sus muebles, almacenes y mercancías. Mientras ardía la popular edificación, en ningún minuto se escuchó por parte de nuestro pueblo un «no puedo», sino «aquí estoy», «¿qué hago ahora?».
Por supuesto que se actuó con rapidez increíble, pero el fuego pudo más, y el tipo de técnica enemiga empleada en su sabotaje —las petacas incendiarias— arrasó en poco tiempo con todo lo que encontró en su camino. La causa del incendio se sospechó desde el primer momento y sería investigada y comprobada a los pocos días; el hecho hizo reflexionar a las autoridades.
La tienda quedó envuelta en llamas y convertida en carbón, cenizas y humo ante la impotencia masiva de los habaneros de aquel barrio, donde un parque público lleva hoy el nombre de Fe del Valle.
Durante media hora o cuarenta minutos el febril y solidario ajetreo de cientos de personas turbó la intrínseca tranquilidad de la noche. Al ser apagadas al fin las últimas llamas, reinó el humo, la soledad, el dolor y la incertidumbre. En el aire se sintió de inmediato esa calma de plomo que surge de las horrendas experiencias que nutrieron el expediente de las agresiones imperiales contra Cuba.
Pronto se supo que en la tienda solo había una persona al aparecer el incendio, la villareña Fe del Valle Ramos, quien intentó —inocente e infructuosamente— rescatar lo que creyó que podía salvar del fuego, pero ni siquiera ella pudo salvarse y escapar de la tragedia. Su cuerpo apareció varios días después de la búsqueda, y fue muy duro y a la vez muy triste, encontrarlo calcinado, absolutamente quemado, como consecuencia de la furia, el odio y la venganza de los imperialistas.
Cubana de coraje
Todos aquellos que conocieron El Encanto, en la céntrica esquina habanera de Galiano y San Rafael —tienda siempre repleta de mercancías, de empleadas y de clientes—; y después vieron cómo quedó reducida a cenizas y a muros
solitarios, oscuros y quemados, no podían creer lo que veían.
Ruinas de la tienda El Encanto tras el sabotaje.Foto:Archivo de JR.
Fe del Valle Ramos, al morir quemada, mientras trataba de recuperar algunas mercancías, tenía 43 años, estaba de guardia en el quinto piso de su centro de trabajo, y luego de terminar allí, le tocaba también la guardia como miliciana en la zona de entrada, en la planta baja, en el exterior de la edificación.
Tenía dos hijos, Erick y Robin. Dos meses antes este último había cumplido 14 años, y Erick 17. El primero iniciaba sus estudios de Bachillerato y Erick se formaba como piloto militar en la entonces Checoslovaquia.
Fe del Valle nació el primero de agosto de 1917 en el poblado de Remedios, Las Villas, y con su familia se mudó para La Habana donde por su perseverancia y su creatividad, aprendió la confección de sombreros finos, y a la edad de veinte años ya se había convertido en una experta en esa especialidad.
En El Encanto conoció a Orlando Ravelo, con quien se casó en 1938. Era ella una revolucionaria convencida y de coraje, y en todo momento estaba presta a cumplir las tareas que le encomendaran. Además, se distinguía por ser una impenitente luchadora en el arte de dar solución a los problemas objetivos que entorpecían la obra revolucionaria, de ahí que, por ejemplo, se pusiera en función de crear un círculo infantil para que las trabajadoras de la tienda tuvieran donde dejar a sus niños y con ello facilitar el quehacer productivo y de servicio de una de las tiendas más importantes del país.
Según contaron a la prensa algunos compañeros muy allegados de su centro de trabajo, ella tenía un buen carácter, era comprensiva, nunca estaba brava, se caracterizaba por su amabilidad y decencia en el trato a sus compañeros, y era tan modesta, tan honesta y tan honrada, que en distintas oportunidades rechazó con una sonrisa en los labios los obsequios que le brindaban diferentes proveedores de mercancías de El Encanto, y
ofrecimientos que eran dejados para ella, los sorteaba
entre sus compañeras de los distintos departamentos.
Fe, no dudó ni un segundo en su esfuerzo por recuperar de las
llamas cierta cantidad de materiales y recursos económicos del centro, pero todo fue inútil, pues el edificio se derrumbó de pronto y eso la sorprendió en el noble empeño, antes de que llegaran los bomberos, y no se pudo encontrar su cuerpo en las primeras búsquedas.
Cuando el fuego provocado, alentado y pagado por la CIA de Estados Unidos acabó con su preciosa vida, ella tenía tanta confianza en el futuro exitoso y el desarrollo de la Revolución, que, según explicaron con los años sus dos hijos a distintos órganos de prensa, amasaba, con entusiasmo, numerosos proyectos que estaba dispuesta a realizar.
A una periodista amiga, Robin, el hijo menor de Fe del Valle, le confió un día que ella siempre les inculcó practicar la honestidad y el amor a la familia.
El padre de Fe del Valle falleció antes de que ella naciera. Aún no había triunfado la Revolución, y esta noble mujer se preocupó mucho por fundar en la tienda un sindicato, pero a ello se opusieron los integrantes de la gerencia administrativa.
Han transcurrido seis décadas de su heroísmo, nunca su ejemplo y firmeza se han olvidado, y estas líneas lo demuestran. Ella figura hoy en la honrosa lista de las mujeres cubanas más dignas y revolucionarias de nuestra historia.