El período especial, en la década de los años 90, dejó indeleble un ejemplo, uno más, de esa proverbial actitud de los cubanos de reaccionar de manera indomable ante cualquier zarpazo por muy bárbaro y traicionero que sea.
La historia lo confirma desde nuestras luchas por la independencia con muestras impresionantes de perspicacia, audacia y coraje, seguidas después por Fidel para acabar con aquella República mediatizada, y plantar el verde olivo redentor.
Ante las adversidades, en una época o la otra, ha sobresalido siempre ese don criollísimo de maniobrar para frenar el nudo corredizo de la soga sobre el cuello, y fastidiar a los que la halan.
En el actual contexto, en el que el imperio apuesta por añejas y fracasadas recetas en su afán de acabar con la Revolución, aflora ese arsenal de respuestas, cuya mayor potencia radica en la unión y en saber adaptarnos para afrontar las circunstancias que nos imponen, sabiendo perfectamente el miserable fin.
Esa criollísima creatividad de los cubanos que permite buscar variantes para resistir y progresar tuvo en el período especial un buen despertar, a pesar del indiscutible daño realizado por el bestial cerco, tras la desaparición de la Unión Soviética y el resto del campo socialista.
En aquellos tiempos hubo que recurrir hasta a la leña y el carbón para cocinar lo que apareciera, enyugar los bueyes, utilizar jabón hecho artesanalmente, inventar los metrobuses, bautizados por el verbo popular como camellos, y los puntos de recogida de pasajeros, mientras las calles se desbordaron de miles y miles de bicicletas, de coches y carretones de caballos.
En el plano económico se otorgó prioridad a la producción agropecuaria, basada en una buena parte en la autosuficiencia local de alimentos y la participación de las comunidades, incluida la repartición de tierras para fundar cooperativas. Apareció el trabajo por cuenta propia y los mercados privados de productos agropecuarios, industriales y artesanales.
Entre las respuestas, para capear el temporal se despenalizó la tenencia de divisas, se incentivó la inversión extranjera y el turismo; se crearon las tiendas recaudadoras de divisas, el mercado cambiario, Cadeca, con el fin de captar las ganancias por remesas y el turismo, y para que fueron utilizadas en ofertas de bienes y servicios u otras necesidades.
Mucho se ha hablado y escrito sobre el funesto impacto de lo acontecido en la década de los años 90, pero también ante la adversidad impuesta no hubo inmovilismo, sino que las medidas aplicadas para contrarrestar lo duro del momento abrieron nuevos horizontes en el entramado económico, que perduraron y progresaron después para bien.
El país se empinó, a pesar del deterioro causado a la economía, al patrimonio tangible y hasta en el plano social, la Revolución siguió intacta, victoriosa.
Esa fortaleza criollísima de unión, perspicacia, audacia y coraje, enraizada en la mente y el corazón, deviene bastión inexpugnable que sostiene erguida e inatrapable a la Revolución por las garras del águila imperial. ¡Así de lógico, así de sencillo!