Fidel, Raúl y Camilo, una generación que siempre pensó en su Patria. Autor: Archivo de JR Publicado: 28/09/2019 | 08:32 pm
Como un signo que une a todas las generaciones de cubanos de bien, la preocupación por la dimensión moral ha estado presente desde los tiempos fundacionales. Allí donde está y se le defiende, habitan fuerzas de luz como la hermandad, poderoso lazo que ha hecho de Cuba una familia gigantesca.
«Ningún progreso sería duradero si el cuerpo social se descompone moralmente», expresó en la Plaza de la Patria, en Bayamo, provincia de Granma, el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, durante el acto central por el aniversario 66 del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el 26 de julio último.
Su expresión tuvo lugar después de haber recordado pasajes de la historia patria para subrayar la idea de que valores pertenecientes a lo más elevado de la escala humana emparentaron a quienes defendieron las causas libertarias. El Presidente evocó en sus palabras al revolucionario Ñico López:
«Nuestros hijos y los hijos de sus hijos —dijo— deben conocer la historia de ese joven, descendiente de emigrantes gallegos, que no era bayamés sino habanero, que tuvo que dejar la escuela y trabajar desde niño para ayudar a su familia; que fue de los organizadores de las acciones de hace 66 años y logró salvar la vida batiéndose heroicamente en las calles de esta ciudad. Que, ya en la capital, se asiló en una embajada y emigró a la Guatemala en ebullición de los tiempos de Jacobo Árbenz. Allí conoció al doctor Ernesto Guevara y, según cuentan, Ñico fue quien le puso el apodo con que lo reconoce el mundo: Che.
Raúl junto al revolucionario Ñico López, su gran hermano.Foto: Archivo de JR.
«Ñico cayó asesinado en las horas posteriores al desembarco del Granma, también en tierras de esta provincia, pero no ha estado ni un minuto ausente de la obra revolucionaria a la que se entregó con tanta pasión y fe en el triunfo, por la cual sufrió hambre y penurias de todo tipo, sin perder jamás el entusiasmo ni la sonrisa.
«Es curioso que varias instituciones importantes, como la refinería de Regla o la Escuela Superior del Partido, lleven por nombre, no el oficial de Antonio López, sino el de Ñico. En esas cuatro letras del apodo familiar hay un mensaje: la camaradería y amistad sin límites, como uno de los valores de la Generación del Centenario.
«Eran hermanos Fidel, Raúl, Almeida, Ramiro y aquellos hombres y mujeres que pusieron por delante a la nación, que pensaron al país como una familia.
«De ellos venimos nosotros y es muy importante que nuestro homenaje, anual o cotidiano, no se quede encerrado en un acto, en unos versos o unas palabras de efemérides.
«La Revolución, que necesita ahora que demos la gran batalla por la defensa y la economía, que le rompamos al enemigo el plan de destrozarnos y asfixiarnos, precisa, al mismo tiempo, que fortalezcamos en nuestra gente la espiritualidad, el civismo, la decencia, la solidaridad, la disciplina social y el sentido del servicio público. Porque es uno de los grandes legados de nuestros próceres, de quienes los tomó la Generación del Centenario. Y porque ningún progreso sería duradero si el cuerpo social se descompone moralmente».
Más adelante en su intervención, el Jefe de Estado hizo énfasis en que «cinco años, cinco meses y cinco días después del asalto a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo, negando el supuesto fracaso de 1953, llegaría el triunfo de 1959. El revés se había convertido en victoria.
«La explicación del milagro —añadió— de que un grupo de hombres terminara derrotando a uno de los ejércitos mejor armados del continente, solo puede encontrarse en los valores humanos más sobresalientes de la Generación del Centenario: sentido de la justicia, lealtad a una causa, respeto por la palabra empeñada, confianza en la victoria, fe inconmovible en el pueblo y la unidad como principio».
A partir de ese momento, como definió el maestro Cintio Vitier en su importantísimo libro Ese sol del mundo moral, «comenzó también —preparado por la experiencia campesina de la Sierra y pronto acelerado por los golpes mismos del enemigo imperialista— el avance hacia el socialismo como única solución posible a los problemas y vicios fomentados por la colonia, la neocolonia y el subdesarrollo; como única manera de hacer efectiva la nueva eticidad social que es el eje de la Revolución: una eticidad concreta y práctica fundada en los valores del trabajo y en los principios del antimperialismo, el anticolonialismo, el antirracismo y la solidaridad comunitaria e internacionalista, contenidos todos en el ideario martiano; una eticidad que (…) pudo (y puede) hacer frente al imperio más poderoso y negativo de la historia, y acometer, a la altura de nuestro tiempo y afrontando innumerables dificultades y peligros mortales, el cumplimiento del anhelo sustancial de justicia en que consiste la Patria cubana desde los tiempos de Heredia, Varela y Luz hasta los de Céspedes, Aguilera y Agramonte, desde los tiempos de Gómez, Maceo y Martí hasta los de Mella, Martínez Villena y Guiteras. Una eticidad que es el nervio de la soberanía y el vínculo unitivo de los trabajadores manuales e intelectuales. Una eticidad revolucionaria, en suma, basada en el sacrificio, el “amor a la humanidad viviente” (expresión del Che Guevara) y la transformación espiritual del hombre, que tuvo su máxima expresión contemporánea, fraguada por la Revolución Cubana y proyectada hacia el futuro americano, en Ernesto Che Guevara».
Escena de la raíz primigenia
Muchos ejemplos podrían ilustrar cómo el universo de una familia cubana entretejió su suerte con la de otras tantas para así ir conformando la nación: en un viaje apasionante a la lectura, puede encontrarse la conferencia magistral ofrecida por el Doctor Eusebio Leal Spengler el 1ro. de noviembre de 2007, en el Complejo Monumentario Antonio Maceo, en San Pedro, donde dibuja la vida del Titán de Bronce.
Las palabras del historiador resultan conmovedoras desde la primera hasta la última línea, y dentro de estas la memoria atrapa para siempre el pasaje referido al juramento de los Maceo, como se le dice al momento en que la heroica prole se suma a la gesta libertaria de 1868:
«Después de maquinaciones y expectativas —expresa Eusebio Leal—, el 10 de octubre de 1868 se levantó Céspedes en su ingenio La Demajagua, situado frente por frente al Golfo de Guacanayabo y teniendo a la sierra oriental como frontera interior. En ese sitio, el Padre de la Patria proclama la independencia de Cuba y emprende la marcha con un pequeño grupo armado de apenas 37 hombres, a los que se les irán uniendo otros patriotas que respaldan el movimiento insurgente.
«La incorporación de los Maceo a la contienda fue casi inmediata. Cuentan que tuvo lugar el 12 de octubre, cuando Antonio, José y Justo respondieron a la exhortación del capitán Rondón, quien era amigo de la familia y se había personado en Las Delicias con su tropa de insurrectos en busca de alimentos y pertrechos.
«Hay una carta en la que María Cabrales describe que Mariana Grajales, llena de regocijo, entró al cuarto, cogió un crucifijo y dijo: “De rodillas todos, padres e hijos, delante de Cristo, que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos libertar a la Patria o morir por ella”.
«Pocos días después, toda la familia —incluidas mujeres y niños— tiene que internarse en la manigua, pues es denunciada a las autoridades españolas. Comienza la epopeya de la tribu heroica, unida toda en el campo de la Revolución y que, al poco tiempo, derramará su sangre en la lucha redentora».
De la patria pequeña a la de todos
«Éramos el conjunto de la familia y la cercanía, además coincidimos todos en distintos momentos en las escuelas y ahí tuvimos fraternidad a nivel del barrio y nos fuimos conociendo. Julio, Rigoberto, Ciro, Emilio, distintos compañeros que participaron después en todo lo que tuvo que ver con el asalto al Moncada, de ahí salieron, de esa cercanía del barrio, de la escuela».
El Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez estampó en esas palabras —en conmovedora entrevista concedida a la periodista Arleen Rodríguez Derivet para el espacio En Persona, de la Mesa Redonda, transmitida el 3 de agosto de 2018— el salto de hermandades nacidas en lo cotidiano, a cercanías más sublimes, purificadas en el fragor de la lucha insurreccional:
Los 28 artemiseños eran del barrio La Matilde, dijo Arleen a Ramiro Valdés, quien confirmó: «De La Matilde».
—¿Por qué la mayor parte de los hombres que asaltan el Moncada en Santiago de Cuba y el Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo son de Artemisa?, indagó la periodista.
—Era el círculo, el círculo limitado estrecho del barrio La Matilde, que fue donde nacimos, nos criamos y nos conocíamos con profundidad y teníamos la confianza unos con los otros, todos los compañeros éramos fraternales, éramos hermanos de la vida y después fuimos de la Revolución, y teníamos una confianza ilimitada y la seguridad en los que estaban siendo reclutados e incorporados a la acción futura, que nadie nos dijo dónde era, nunca.
(…)
—¿Qué los unía a ustedes?
—La familiaridad, el barrio. Las ideas.
—Pero también la rebeldía contra el Gobierno.
—Sí sí, sí, (…) eso sin falta, claro, por eso estábamos enrolados todos, sin falta, sin falta. Éramos antibatistianos todos.
En otro momento del diálogo, cuando el Che aflora como tema, Arleen comenta al excepcional luchador: «Y su familia lo reconoce como el compañero del Che…».
La respuesta lo dice todo acerca de cómo los hermanos y hermanas en la lucha se hacen inseparables en la vida: «Sí, sus hijos y Aleida, los muchachos, me reconocen a mí como reconocen a Fidel, a Raúl, muy cercanos, eran hermanos, éramos hermanos o somos hermanos, independientemente de si estamos vivos o no».
Las ondas expansivas de un hogar
«Nunca en la casa nos prohibieron tratar con los obreros, relacionarnos con los haitianos, blancos, negros. Tal tipo de manifestación nunca la vi en la casa. No se discriminaba a nadie por el color de la piel, la pobreza, la posición social. Nunca vi una manifestación de tal tipo. Los conflictos eran porque se preocupaban por nuestra salud, por lo que comíamos o por lo que hacíamos, no fuera a ser que enfermáramos».
Ese recuerdo pertenece al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y forma parte del libro Fidel Castro Ruz. Guerrillero del tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, de Katiuska Blanco Castiñeira (primera parte, tomo I. Casa Editora Abril, año 2011, página 48).
En tales líneas, en otras de carácter también testimonial y en tantas otras evidencias que la historia ofrece, pueden advertirse los inicios de la impronta que más tarde el hombre excepcional pondría en toda su entrega: la lucha por la igualdad y la justicia entre los seres humanos, el amor a los semejantes, y el proceder ante ellos, sin barreras o esquemas preconcebidos.
Es la misma mente abierta, amante de la humanidad, que animaría a hombres como Céspedes o José Martí. Es la vocación de piedad, todavía hoy tan necesaria en Cuba, que está allí donde se da lo más puro de la Revolución.
De familias a causas grandes se ha hecho el viaje, del mismo modo que entre cubanos una causa transcendente o justa ha convertido a hijos ajenos en hijos propios.
Fue así, por ejemplo, que con solo cinco años el cubano Elián González Brotons se convirtió en hijo de cientos de familias de la Isla, las cuales se lanzaron a dar la batalla, en 1999, por traer de regreso al pequeño secuestrado en territorio estadounidense.
El padre de Elián, Juan Miguel González, ha contado a la prensa, para que lo vivido no se diluya en el tiempo, que en su primer encuentro con Fidel el Comandante en Jefe se interesó por su vida y por la de su familia, quiso saber si lo que el hombre sentía por su hijo era un cariño verdadero, le dijo incluso que si lo que él quería era dirigirse a Estados Unidos y estar allí con su pequeño no habría problemas.
Cuando Juan Miguel dejó claro su deseo de que le regresaran a su hijo, Fidel le aseguró que al día siguiente el país en pleno se volcaría al combate por el regreso del niño.
El 28 de junio del año 2000 Elián regresó a suelo patrio: el anhelo de una familia se había convertido en el de millones de cubanos que no cesaron en la batalla liderada por Fidel, hasta que el pequeño estuvo de vuelta.
Díaz-Canel aseguró que la Generación del Centenario pensó al país como una familia y de ellos venimos nosotros. Foto: Angélica Paredes
Como si fuese destino, los cubanos siempre andamos de batalla en batalla. «Nos toca —como también dijo en el mencionado discurso el Presidente Díaz-Canel— pensar como país porque nadie va a pensar por nosotros».
Y ese gran desafío, teniendo cerca al «gigante con botas de siete leguas que va por el cielo engullendo mundos, hace tiempo dejó de ser una metáfora visionaria de Martí para transformarse en una cruel certeza de lo que nos espera si, por ingenuidad o ignorancia, subestimamos o creemos que no es para nosotros el plan de reapropiación de Nuestra América que ha emprendido el imperio con la bandera de la Doctrina Monroe en el mástil de su nave pirata».
Es ese un sufrimiento, desde hace 60 años, que han tenido «varias generaciones de cubanas y cubanos, impedidos de construir una nación a la medida de nuestros sueños».
¿Y cuál es el delito por el que se nos castiga?, planteó el 26 de julio, en Bayamo, el Jefe de Estado: «Nuestros padres —reflexionó seguidamente— tuvieron la osadía de acabar con el abuso y recuperar lo que se le había arrebatado a la nación una y otra vez a lo largo de siglos: en primer lugar la tierra, comprada por transnacionales yanquis al ridículo precio de seis dólares la hectárea, al final de la larga y cruenta guerra de 30 años que terminó con un pacto entre el pujante imperio en gestación y la vieja metrópoli decadente en el cruce de siglos. La colonia sustituida por la neocolonia. La intervención».
El plan genocida del imperio consiste, hoy, en «afectar, aún más, la calidad de vida de la población, su progreso y hasta sus esperanzas, con el objetivo de herir a la familia cubana en su cotidianidad, en sus necesidades básicas, y paralelamente acusar al Gobierno cubano de ineficacia. Buscan el estallido social».
Elián González Brotons, junto a su padre, se convirtió en hijo de cientos de familias de Cuba y el mundo.Foto:archivo de JR
Antonio Maceo y su hermano José son un ejemplo de cómo numerosas familias se entregaron por Cuba en las luchas independentistas.Foto:archivo de JR
Así lo denunció el mandatario, quien dedicó unas líneas a esa admirable protagonista de todos los tiempos: «¡Qué poco nos conocen! ¿Cuándo acabarán de entender que la heroica familia cubana es capaz de enfrentar y resistir con dignidad los peores asedios y seguirse amando, aun en la distancia, porque nada ni nadie puede dividirla?».