LAS TUNAS.— Por su magnífica posición estratégica, esta ciudad fue siempre una plaza a la que España le confirió particular atención durante las guerras independentistas del siglo XIX. Por tal causa, sus ingenieros militares la protegieron hasta el detalle con alambradas, fortines, fuertes, fosos, cuarteles de infantería, caballería y artillería, y cientos de soldados armados hasta los dientes. «Somos inexpugnables», decían.
Los servicios de inteligencia del mayor general Calixto García lo tenían al tanto de todo. Así, al amanecer del 28 de agosto de 1897, el valiente insurrecto, quien operaba a la sazón por la zona, decidió propinar un golpe, y asaltó con sus fuerzas la ciudad. Tuvo la ayuda de María Machado, una de sus agentes secretas e hija del general español Emilio March, jefe de la Tercera División del Ejército Español, acantonada en Holguín.
A riesgo de su propia vida, María se las arregló para hacerle llegar al alto oficial mambí, acampado en la manigua, los planos diseñados por el joven capitán del Ejército Libertador Mariano Lerma Varona. Allí figuraba toda la información necesaria para dirigir una riesgosa operación que se extendió por tres días y dio lugar a encarnizados enfrentamientos.
En la refriega los mambises estrenaron un cañón de dinamita. Entre sus artilleros figuró José Martí Zayas-Bazán, hijo del Apóstol. Fue tal el arrojo mostrado por el Ismaelillo en esa batalla que el propio general Calixto lo ascendió a capitán. En la orden de ascenso se lee: «Por su heroico comportamiento, servido en el cañón en la toma de la ciudad de Tunas de Bayamo». Por cierto, el tronar del cañón le afectó de tal manera los tímpanos que padeció de sordera toda su vida.
El 30 de agosto por la mañana se rindieron a los mambises los ocupantes del cuartel de infantería. Los españoles tuvieron casi 200 muertos y se les ocuparon mil 200 fusiles, dos cañones, un millón de proyectiles, medio millar de machetes, otras tantas granadas, así como ropas, víveres y medicinas.
Los cubanos sufrieron 25 bajas, entre ellas una muy sensible: el coronel Ángel de la Guardia, el último hombre que vio con vida a José Martí aquel luctuoso 19 de mayo de 1895, cuando, revólver en mano, cayó peleando en Dos Ríos. También murieron en combate Custodio Orive, Francisco Sidano y Lorenzo Ortiz.
La toma de Las Tunas de agosto de 1897 resultó una de las operaciones artilleras más importantes de la guerra de 1895 y marcó el declive estratégico de la dominación española en Cuba.
El Doctor Rolando Rodríguez, investigador del tema, ha dicho que en aquella acción «los españoles se batieron bravamente y solo cuando les fue imposible continuar la lucha, sin haber obtenido apoyo ninguno del exterior, pactaron la rendición. Calixto García les garantizó la vida a todos y los trató con los honores que los cubanos dispensaban a los vencidos».
La ciudad estuvo en poder de los mambises hasta el 6 de septiembre. Al retirarse, el mayor general Calixto García ordenó incendiarla. Los hechos tuvieron tal trascendencia en la opinión pública internacional que las autoridades coloniales perdieron la confianza en Valeriano Weyler, su hombre fuerte, y dos meses después lo sustituyeron por el general Ramón Blanco.