DDT Autor: LAZ Publicado: 28/04/2018 | 06:21 pm
Ella y él se miraron, ese día cualquiera,
y fue como si el mar descubriera la tierra…
Sonia Silvestre
La luna llena horadaba el oscuro cielo en el lejano horizonte. Su reflejo sobre el tranquilo mar simulaba un camino plateado al infinito. Las olas rompían suavemente contra el muro que limitaba el litoral produciendo un sonido cual rumor sinfónico de cuerdas. Sentados en el indomable y largo sofá de concreto una pareja de adolescentes se perdía en sus miradas hasta que una dulce y titubeante voz rompió el equilibrio de la noche:
Él: Estás hermosa
Ella: Gracias, tú también te ves elegante. Te queda muy bien ese peinado…
Él: Me lo hice en una barbería exclusiva que abrieron nueva, está «echando humo»; Pero hablemos de ti, te queda bien el pelo suelto…
Ella: Gracias. Me gusta tenerlo así, sin mucha complicación…
Él: (poniendo un tono sensual) ¿No te gustan las complicaciones?
Ella: Según el tipo de complicación que sea…
Él: Digamos que una complicación afectiva, quizá amorosa…
Para no hacer demasiado larga la historia, pues estuvieron como media hora en ese hermoso «babeo» de preguntas, insinuaciones, citas filosóficas y otras boberías que tiene el amor, a cualquier edad, y porque además es feo que ahora mismo les relate palabra por palabra esta conversación tan íntima. Les diré, a modo de resumen, que al cabo de los primeros 45 minutos ya estaban tomados de las manos frente a frente, susurrando las últimas frases…
Ella: ¿Y por qué no me lo habías dicho antes? Yo pensé que no te interesaba…
Él: Es que me daba pena, además, yo pensaba que a ti quien te gustaba era Ale «el creisi»…
Ella: No, si ese chiquito es un pesa’o, además, a él le gusta Bad Bunny, y a mí no…
Él: Entonces… ¿nos podemos descargar?
Un breve silencio, miradas lascivas, los labios sedientos se acercaron lentamente y se fundieron en un suave beso que fue tomando tamaño hasta no caber en las bocas, como el beso de Becky G.
Los cuerpos comenzaron a contonearse y las manos palpaban con desespero todos los lugares hasta que… de pronto, se escuchó un grito que dejó perplejos hasta a los pequeños cangrejos que dormían en las grietas del diente de perro:
Él: ¡Chica, no me toques la cabeza que el peinado me costó carísimo y se pasa tremendo trabajo pa’ hacerlo!