Son estilos y ejercicios profesionales distintos, aunque a Ciro Bianchi Ross, José Aurelio Paz y Elson Concepción Pérez, entre los ilustres reconocidos este 2018 con el Premio Nacional de Periodismo José Martí, los une el amor y la entrega a una profesión, que Gabriel García Márquez catalogó como el mejor oficio del mundo, así como cualidades profesionales que los convierten en referentes del periodismo cubano de la Revolución. Con ellos conversó Juventud Rebelde, a propósito de celebrarse este miércoles el Día de la Prensa Cubana, una fecha que honra el nacimiento del periódico Patria, fundado por José Martí. Una sola pregunta, que «se las trae» como ripostaron algunos, guio nuestra conversación: Si a usted le pidieran construir el modelo ideal de prensa para Cuba, ese que tantos debates ha estimulado en los últimos años, ¿qué salvaría del que se ha hecho, qué eliminaría y cuáles nuevos atributos le propondría? Afincándose en décadas de experiencia y defensa de los valores universales y nacionales de esta profesión, todos coincidieron en la urgencia de hacer un periodismo que se parezca a la sociedad, con los matices que esta tiene, y en asumir el compromiso de representar al pueblo con la verdad y las exigencias actuales, renovando cada vez más el discurso de manera ética, creativa, instructiva y crítica. José Aurelio Paz en los zapatos de Martí
Enemigo de los moldes y de las hormas, del periodismo cubano defendido durante todos estos años me quedaría con la honradez de muchos colegas, a pesar de ser una de las profesiones peor remuneradas dentro de la vida social cubana y no siempre comprendida por algunos burócratas de turno (en tanto aplican esa vieja fórmula —y esto no es un simple juego de palabras—, de que el problema no es el problema denunciado por el periodista, sino para ellos el periodista se convierte en el problema al denunciarlo); ese sentimiento de pertenencia patriótica, ¡tan martiano!, de revelar lo mal hecho, desde el más absoluto compromiso con esa verdad restauradora y revolucionaria que nos hace ciudadanos plenos y libres y que puja por una mejor nación, de quienes han persistido, y aún persisten, por contar una Cuba llena de matices, contradictoria, pero donde el sentido histórico de independencia es la prioridad primigenia.
Defendería el intento de aquellos hermanos de camino quienes, frente a un modelo de prensa más apegado a la propaganda que al periodismo, han pretendido, y pretenden, contar historias humanas transgresoras a veces de la tan fría, por manipulada, «objetividad» periodística, para acercarse al alma pura del cubano simple, develando luces y sombras de vidas que construyen la heroicidad cotidiana y que, las más de las veces, extraviamos en los noticieros. Gente del gremio, «desobediente» por querer diluir la fina frontera entre periodismo y literatura, si bien estos pares pueden convivir perfectamente para hacernos palpitar otra dimensión más humanística del propósito primero del periodismo: contar la vida de un país.
Me quedaría con la humildad de tanto periodista nuestro que ha levantado catedrales de entendimiento, incluso dentro de nuestras propias filas (contradictorios como somos, a veces, con nosotros mismos, quizá cualidad intrínseca de una profesión tan poco comprendida todavía), haciéndonos ver que la noticia no somos nosotros los que firmamos una columna de periódico, dejamos nuestra agradable voz en el aire o nos afama una imagen en la televisión, sino que la noticia está fuera de nosotros y existe por sí sola, solo que tenemos que aprender a descubrirla en todos sus matices cuando, a veces, dejamos escapar por falta de profesionalidad, apatía o acomodamiento.
¿Qué le quitaría al periodismo alcanzado hasta aquí? Cierto encapsulamiento que aún pervive, a pesar de mutuos propósitos de desalmidonar nuestra realidad, que va desde los decisores de qué se publica y qué no, qué conviene decir del país y qué no, en qué tonalidad ha de escribirse o hablarse para que no se trasluzcan esas disonancias que, al final, pudieran mostrar un pentagrama más rico y afinado sobre un vivir y un convivir más palpables y humanos sin perder la devoción ni la capacidad crítica, y sin fatuas inocencias frente a un enemigo común que pretende, insistentemente, diluirnos como nación.
Desaparecería de las planas y de los telediarios ese parentesco dañino, al publicar la noticia de asunto oficial, que nos hace copia al calco, casi plagiadores unos de otros, y deja una imagen de poco rigor y ausencia de creatividad frente a los destinatarios de nuestro trabajo.
Y, finalmente, mi propuesta, simple ante la tentación de hacer moldes, marcar patrones o asumir hormas. Martí es la mejor respuesta para un periodismo sensible y humano desde el apego a eso que denominamos Patria, demarcada su geografía más en el alma que sobre los límites de esta pequeña Isla. El hombre que, como se ha contado, llevando un maletín lleno de dinero por las contribuciones a su Partido, desandaba Nueva York, desde su duro exilio, con los zapatos rotos y el traje raído como expresión de pureza y fidelidad a las ideas con las que comulgaba, lección de un periodismo profundo, que a pesar de las urgencias de la Guerra Necesaria, no descartaba la sensibilidad y el apego a la virtud lejos de toda vanagloria personal.
Construir, desde nosotros mismos, un ejercicio profesional y ético que logre su sinfonía exacta entre la realidad y su manera de ser contada, tierno y crítico, el cual, lejos de toda coartada manipuladora —como escribiera yo mismo una vez desde las páginas de este propio diario— no sirva solo para azuzar escondiendo lo bello, enfermar lo sano o romper lo intacto, sino cuestione y se cuestione a sí mismo; portador del zumo espiritual de quien le da vida en función de redargüir, sanar, enmendar, engrandecer, para sentir que Martí nos ha prestado, generosamente, su único par de zapatos.
Ciro Bianchi Ross: Alejarse del periodismo retórico y edulcorado
Hace muchos años que el tema de la prensa ocupa la atención de directivos y periodistas. Hubo momentos en que se instó a hacer un periodismo «militante y creador»; con posterioridad se pidió un periodismo «crítico, militante y creador», para después reclamar un periodismo «crítico, analítico, militante y creador», según la «seña» de cada congreso de la UPEC. Algo se ha avanzado sin duda, pero su pregunta me confirma que seguimos bregando con un periodismo retórico y edulcorado, más propagandístico que analítico.
De cualquier manera, no creo que nadie pida a ningún premio nacional de Periodismo, por muy premio nacional que sea, que construya un modelo ideal de prensa. Ni lo tome muy en serio. Pero ya que usted insiste le diré qué me gustaría ver y qué no en el periódico de hoy.
—Quisiera en primer lugar un periódico diario con no menos de 16 páginas, que llegue más o menos a una misma hora a los estanquillos y todos los días a la casa del suscriptor, no dos veces a la semana, como se ha impuesto en La Habana, a riesgo de que el público empiece a desinteresarse.
—Un periódico con grandes firmas, abierto a la intelectualidad cubana. Cuando yo me inicié en el periodismo, el 21 de enero de 1967, compartía espacio en la página editorial de El Mundo, dirigido por Luis Gómez-Wangüemert, con Alejo Carpentier, Chacón y Calvo, Samuel Feijóo, Salvador Bueno, Loló de la Torriente, Raúl Aparicio, José de la Luz León, Cintio Vitier y un largo etcétera.
—Un periódico con una plana cultural fuerte, con una crítica autorizada y que abarque todas las ramas de la cultura, no solo la pintura y la música, como se va haciendo habitual.
—Un periódico que me entere de los problemas del país, sin necesidad de tener que recurrir a fuentes foráneas para saber qué pasa en Cuba. Y al mismo tiempo, me entere de lo que pasa en el mundo.
—Un periódico que no se empeñe en competir con la TV, con fotos en detrimento del texto. Que no olvide que la radio anuncia el hecho, la TV lo muestra y el periódico lo explica.
—Un periódico que dé entrada en sus páginas al reportaje largo; algo se está haciendo ya en este sentido. Reportajes humanos, con el hombre como centro, que cuenten una buena historia. La gente está ávida de que le cuenten buenas historias. Si la historia es buena y está bien contada, la gente se la lee hasta el final, por larga que sea.
—Un periódico en que el reportero abandone los despachos oficiales, salga de la pantalla de su computadora y se vaya a la calle a verle los ojos a la gente.
—Un periódico que informe, pero también entretenga.
—Un periódico que no sea esclavo de la efeméride, pero que no olvide la historia patria ni sus héroes.
—Un periódico que tome por los cuernos el toro de la corrupción que está carcomiendo el país y quebrantado la confianza y la fe de la gente.
Elson Concepción Pérez: No perdamos más tiempo
El modelo ideal de prensa no existe. Del que hemos hecho salvaría su verdad, su ética, los valores que encierra su contenido cuando se ha ejercido identificado con el pueblo, con lo que sucede cada día, con las dificultades que se afrontan.
Quitaría los aún existentes contenidos apologéticos. Eliminaría las notas uniformes, faltas de elaboración y de contenido. Las descripciones que parecen más un acta de cualquier reunión que un artículo periodístico.
Por supuesto, también considero que es tiempo de que desaparezcan los vacíos informativos, la falta de respuestas por organismos y funcionarios cuando se publica algún análisis que le «toca de cerca» y a la vez lo expone a la crítica y muchas veces no tiene o no sabe cómo responder.
Tenemos que identificarnos con un modelo de prensa cada vez más cercano a la realidad, en el que se exprese lo que pasa cada día, los problemas que tenemos y, por supuesto, con nuestro aporte al perfeccionamiento de la obra misma. Esa es una tarea pendiente pero posible.
Tener la verdad y la ética como premisas, harán de cada crónica, reportaje o artículo que hacemos, un servicio real a la obra grande que construimos.
No olvidar ni un momento tantas cosas hermosas como la solidaridad humana, la atención social para todos, el patriotismo, y, muy especialmente, la identificación del periodista con esa obra. Tenemos el deber de conocerla y llevarla al pueblo a través del periodismo que hacemos. Esa es, en mi opinión, la única forma de cumplir el pedido de Fidel de cambiar todo lo que deba ser cambiado.
Como cosas nuevas propondría lo que ya, desde décadas pasadas, en congresos de periodistas, en seminarios, plenos, talleres, en fin, en los más disímiles marcos de debate, venimos proponiendo, y, en mi opinión, está pendiente su ejecución.
Es importante y me atrevo a decir, urgente, que muchas de las preguntas aún sin responder sobre el periodismo que hacemos y el entorno en que nos movemos, incluyendo el tema salarial y de condiciones de trabajo, tengan soluciones o al menos respuestas no más dilatadas.
Hoy hay cientos de nuevos y buenos periodistas jóvenes que en su gran mayoría quieren y deben involucrarse más en la perfección de nuestra obra. Y no debemos temer a que puedan equivocarse en algún enfoque, cosa que a todos —desde adentro— nos ha pasado.
Hoy vemos en nuestras redacciones, a los comentaristas de los más difíciles temas nacionales e internacionales, que son en su gran mayoría jóvenes muy bien preparados y con ansias y compromisos de hacer, de participar, de aportar.
Entonces, ¿por qué no hacer ese periodismo si lo tenemos todo para llevarlo adelante?
Hagámoslo, no perdamos más tiempo.
Fidel, donde quiera que esté, se sentirá muy contento si su «artillería de primera línea» cumple con su pedido de hacer un periodismo a la altura de una Revolución tan grande y hermosa como la que construimos. Cumplamos con Fidel.
Los jóvenes periodistas también le aportan sus ideas frescas y renovadoras al periodismo que necesitamos hoy. Foto: Abel Rojas Barrallobre