Máximo Gómez Báez Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:42 pm
El dominicano General en Jefe del Ejército Libertador de Cuba, Máximo Gómez Báez, fue uno de los de origen más humilde entre todos los jefes que combatieron al imperio español en las guerras independentistas de Latinoamérica.
Respiró el primer oxígeno el 18 de noviembre de 1836 en la casa de sus padres, Andrés Gómez Guerrero y Clemencia Báez Pérez, en el poblado de Baní, al sur de la República Dominicana.
Su madre quería que fuera sacerdote y lo crió el cura de la parroquia. Aprendió a apreciar la vida por su inteligencia natural, que lo empujó a leer mucho, en especial libros de historia. Cuando ocurrió la invasión haitiana a su tierra, fue llamado a la reserva del ejército español en la República Dominicana, a los 16 años.
Renunció a su grado de comandante cuando vino a Cuba con su madre y sus dos hermanas. Fijó su residencia en Manzanillo, y se dedicó a negocios madereros. Luego se trasladó a El Dátil, donde arrendó un terreno para dedicarse a la agricultura. Había renunciado a su pensión del ejército español por no ceder frente a un alto oficial ebrio que lo maltrató de palabra.
Se alzó en armas el 16 de octubre de 1868 en El Dátil. El 4 de noviembre de aquel año emboscó a una tropa en Pinos de Baire, y le dio una paliza, en la primera carga al machete de los mambises, táctica que lo inmortalizó. Algún tiempo más tarde, Céspedes lo ascendió a general de división y luego se unió al general Donato Mármol. Al morir Ignacio Agramonte, le asignaron el mando de Camagüey.
Luego del Pacto del Zanjón, triste ante discordias y rivalidades mambisas, regresó a Santo Domingo y trabajó, escribió y pasó hambre y necesidades. Fue a Centroamérica, dirigió regiones militares, estrechó lazos con Antonio Maceo, fue a Estados Unidos y conoció a José Martí.
El 13 de septiembre de 1892 el Maestro le propuso a Gómez ser el General en Jefe del Ejército Libertador de Cuba en la guerra necesaria, pues en el intrépido dominicano estaba presente todo lo que Martí admiraba en los hombres.
El alma sensible
Ese fue el Generalísimo, el Mayor General que solo vemos a caballo, dispuesto a combatir. Pero era también de sensibilidad artística y humana, gran bailador, aficionado a la música, al piano, a la poesía y al teatro, y hacía tertulias literarias y sobre pintura con su tropa. Escribió textos como Las mujeres, La fama y el olvido y El sueño del guerrero.
Su calibre moral se aprecia bien cuando le ofrecen la Presidencia de la República y la rechaza sin pensarlo. Como un obrero lo calificara, era dos personas en una sola pieza: el militar y el civil. Al oler la pólvora, su barbilla se levantaba y ¡pobre de quien lo desobedeciera! El civil era un bonachón padre de familia y fiel amigo.
Rey de la táctica
La Invasión a Occidente fue su sueño desde 1874. Lo intentó ese año; lo hizo a medias en el siguiente; y en 1895 llegó con Maceo a La Habana. Se quedó allí para la célebre campaña de la lanzadera: ir de un lado a otro por un camino, regresar rápido en sentido contrario por otro paralelo, y así confundir al enemigo.
Su táctica de la Reforma fue su más brillante campaña militar, basada en constancia y audacia. En menos de un año cambió 337 veces de campamento. De 41 acciones, solo tuvo bajas en 15, mientras que el enemigo sufrió 25 000.
Valeriano Weyler tenía a su mando 220 000 soldados. Los insurrectos eran 21 000, pero solo 12 000 estaban armados con las armas que podían. España dio a sus 88 batallones el fusil Máuser de repetición, de cinco tiros calibre siete milímetros (el mejor de la época), y contaban con el cañón Krupp, de 75 milímetros, el más moderno.
El diario inglés London News llamó a Gómez «El Napoleón de las guerrillas», pero mientras Bonaparte perdió guerras, el Generalísimo no conoció la derrota. Cuando los grandes jefes militares españoles en Cuba se reunieron para analizar la dirigencia mambisa, comentaron: «Maceo es el toro que dondequiera que nos ve nos embiste. Y Gómez es el que nos torea a todos nosotros».
Fuente: Gómez tras las huellas del Zanjón y Gómez, utopía y realidad de una república, ambos del Doctor Yoel Cordoví Núñez, y archivo del autor.