Los restos del Comandante del Ejército Rebelde, Pedro Miret Prieto, descansan en el panteón erigido a la memoria de los participantes en las acciones del 26 de Julio. Autor: Estudios Revolución Publicado: 21/09/2017 | 06:26 pm
SANTIAGO DE CUBA.— Desde la mañana del viernes, los restos mortales del querido Comandante del Ejército Rebelde, Pedro Miret Prieto, descansan en el panteón erigido a la memoria de los participantes en las acciones del 26 de Julio del año 1953, ubicado en el cementerio Santa Ifigenia de esta oriental provincia.
La ceremonia fúnebre, a la que asistieron el Presidente cubano Raúl Castro Ruz y el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, comenzó con el cambio de la guardia de honor en el mausoleo al Apóstol José Martí, situado a la vera del monumento donde reposan las cenizas de los moncadistas.
Luego se escucharon tres salvas de fusilería junto al Himno Nacional y fue depositada en el nicho la urna con los restos de quien ostentara también el título honorífico de Héroe de la República de Cuba. Allí fueron colocadas tres ofrendas florales, a nombre de sus familiares, del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y del General de Ejército.
Este sagrado lugar, nacido del talento del escultor santiaguero Espinosa Ferrer, fue construido en el año 1961 para honrar a aquellos jóvenes que se hicieron héroes en la mañana de la Santa Ana. Así lo había precisado Fidel en el Manifiesto a la Nación, escrito en el Presidio de la Isla de Pinos, el 12 de diciembre de 1953: «Espero que un día en la patria libre se recorran los campos del indómito oriente, recogiendo los huesos de nuestros compañeros para juntarlos todos en una gran tumba, junto al Apóstol, como mártires que son del centenario y cuyo epitafio sea un pensamiento de Martí».
Justamente, donde reposan ahora las cenizas de Pedro Miret, al lado de las de Melba Hernández y de Haydée Santamaría, está inscrita la frase martiana: «Ningún mártir muere en vano, ni ninguna idea se pierde en el ondular y el revolverse de los vientos la alejan o la acercan, pero siempre se queda la memoria, de haberla visto pasar».
Y esa memoria fue honrada por sus compañeros de lucha, familiares y amigos, quienes luego de depositar flores en el osario conversaron con Raúl sobre la trascendencia de un hombre que muriera a los 88 años de edad, como consecuencia de un infarto agudo del miocardio, luego de haber entregado su vida sin reparos a la Revolución.
Más tarde, y como casi siempre sucede cuando acude al cementerio Santa Ifigenia, el General de Ejército colocó una rosa blanca ante la urna que guarda las cenizas de Martí y visitó las tumbas de Mariana Grajales, María Cabrales y los hermanos Frank y Josué País.
Al salir del camposanto, cautivado por la belleza de la ciudad que recién llegó a su aniversario 500, Raúl caminó por el remozado malecón, ubicado en el paseo de la Alameda y que se ha convertido en uno de los sitios preferidos de esta urbe, donde los santiagueros, sorprendidos por la inesperada visita, lo saludaron con la efusividad de siempre.