Huir del “teque” no puede llevarnos a desideologizar el discurso, a despolitizarlo, a evadir el debate que necesitamos. Autor: Roberto Suárez Publicado: 21/09/2017 | 06:04 pm
«En la medida en que el pasado humano es mal conocido, mal interpretado, los hombres, y los grupos de hombres, tienen una visión incorrecta de su presente y de su futuro. Y, como es natural, esto también tiene un alcance práctico».
Con esta frase del historiador marxista francés Pierre Vilar me responde Ernesto Limia, abogado e historiador cubano, también especialista en Análisis de Información, cuando le pregunto sobre la importancia de que un pueblo conozca su historia.
Limia, que deja ver mucho de su personalidad metódica y a la vez desenfadada, lleva adelante un proyecto que pretende contar cinco siglos de la historia de Cuba en cuatro libros, de los cuales ya dos han sido publicados y suscitan comentarios entre intelectuales como Fernando Martínez Heredia, Abel Prieto y Miguel Barnet, estos últimos encargados de presentar los textos en varios espacios.
Fue Martínez Heredia quien propuso el volumen como uno de los libros de texto de la enseñanza media superior y de las carreras universitarias en las que la Historia de Cuba se enseña. Según el académico, «en vez de aquellas viejas narraciones hermosas, omisas, erróneas, imprecisas, acríticas respecto al material historiográfico, Ernesto Limia utiliza los medios, los métodos y los requisitos de exposición de la ciencia histórica actual. Usa los tipos de aproximación, los lenguajes, los datos, las mediciones, los fecharios y los auxilios técnicos de la historiografía. Contiene un gran número de temas que no se tratan, o casi, en los libros de texto, y los trata sumamente bien. Y todo lo pone al servicio de hacer divulgación como ella debe ser, de muy alta calidad. Debemos abogar porque se desarrolle más una corriente de obras con estas características».
Por estos méritos, y por la insistencia con que lo «asedié» durante unos meses, el autor respondió al diario de la juventud cubana, aunque sigue creyendo que lo más importante que le deja cada paso del proyecto es el intercambio de experiencias y criterios que ha propiciado en centros de enseñanza e investigación, momentos en los que ha constatado que es falso que la gente no quiere leer ni saber de historia, sino que se rehúsa el discurso sin compartir, intercambiar y presentar los puntos de vista sobre los desafíos culturales que afrontamos.
—¿En qué consiste su proyecto sobre la historia de Cuba? ¿Cómo y por qué surge esta idea?
—Se trata de analizar el largo camino de crecimiento de la nación y el surgimiento y desarrollo de las relaciones con Estados Unidos, desde una mirada que abarque las dimensiones socioeconómica, educativa, cultural, militar, política y las relaciones exteriores del país en el contexto geopolítico global.
«La idea surgió en 2008, cuando Barack Obama, al llegar a la presidencia, retomó el tema de la nacionalización de las empresas estadounidenses tras el triunfo de la Revolución y culpó de ello a la dirección de nuestro Gobierno. Frente a quienes apuestan a derrotarnos amparados en la desmemoria, asumí repensar cinco siglos de una historia mestiza, de resistencia y construcción.
«El proyecto comprende cuatro libros: Cuba entre tres imperios: perla, llave y antemural —1492-1767— (Ediciones Boloña, 2012; Verde Olivo, 2014); Cuba Libre: la utopía secuestrada —1767-1899— (Ediciones Boloña, 2014, en plan editorial de Verde Olivo para 2015), y Cuba irredenta: la gran rebelión —1899-1959—, que ya comencé. En cuanto al último, solo adelanto lo que resulta obvio: comprenderá todo el proceso revolucionario hasta el presente».
—¿Por qué se propone el empleo de recursos estilísticos literarios? ¿Cómo cree que eso modifica la actitud de los lectores?
—Cuando emprendí el camino de Cuba entre tres imperios… lo hice pensando en mis hijos y en la gente común. Me planteé hacer un análisis que contribuyera a explicar de dónde venimos, por qué hemos llegado hasta aquí y hacia dónde debemos continuar avanzando; pero quise hacerlo con pasión, para compartir las emociones encontradas que viví: felicidad, orgullo y también amargura, indignación.
«El gran desafío de la sobrevivencia de la nación cubana es que el país florezca airoso de la contienda entre el capitalismo y el socialismo en el terreno de la cultura. Ello impone que seamos capaces de encontrar los códigos adecuados para que la historia irradie.
«La Revolución Cubana está entre los acontecimientos culturales más importantes del siglo XX en el hemisferio occidental, y el gran desafío es que ese hecho no sea ignorado, manipulado o tergiversado, porque los responsables de contribuir a defender la nación desde las ciencias sociales, seamos incapaces de sensibilizar, de conmover, al narrar la historia de una forma que atrape al lector, mientras se tributa al conocimiento de la nación.
«Las circunstancias exigen poner al servicio del pueblo todo el patrimonio generado a lo largo de nuestra historia en términos de cultura de la resistencia contra el colonialismo y contra el neocolonialismo, hasta evolucionar de la mano de Martí a una vocación de cultura raigalmente antiimperialista, antídoto contra la banalidad, el consumismo y la falta de compromiso social.
«En lo personal, me cuestiono la investigación histórica por el placer de la erudición. Mas, incluso en el peor de los casos, el Doctor Fernando Martínez Heredia ha planteado que “la erudición tiene aspectos peligrosos; pero no debe ser sinónimo de aburrimiento, de utilizar muchos datos y tener pocas ideas, o de pedantería bien organizada”».
Ernesto Limia durante la reciente presentación de su texto en Villa Clara
—Usted denota la intención de acercarse a lugares, ambientes y hasta estados de ánimo. ¿Cómo lograrlo sin que parezca que pierde seriedad o exactitud el texto? ¿Cuánto aporta al lector este modo de escribir?
—No creo que la seriedad de un texto sufra porque se transmitan sentimientos; por el contrario: se redimensiona. Ningún héroe es del material con que se construyen sus efigies, sea yeso, mármol u hormigón. El comportamiento humano no está exento de amor y de pasión, de odios y de rencores, que en no pocas ocasiones determinan el curso de los acontecimientos.
«No puede hablarse de una nación sin reflejar las alegrías, las penas, el sufrimiento de sus hijos, incluso de aquellos considerados “sin historia”, que en la práctica son los que soportan el mayor peso del país. Es imposible sacar lecciones de un ambiente acrítico, frío, que en la práctica no ha existido. Apuesto porque el conocimiento nos haga mejores personas, premisa para construir al hombre nuevo —y la mujer— que anunció el Che. La experiencia fallida en Europa del Este dice a las claras que no basta la instrucción; se necesita de mucha sensibilidad para construir el socialismo. La educación es tan solo el camino hacia la cultura, hacia un individuo culto, pleno y sensible».
—¿Cuál ha sido la acogida del público en general, de las academias cubanas y el gremio de los historiadores?
—Creo que el libro ha sido acogido con interés. En cuatro meses Verde Olivo ha vendido 2 500 ejemplares, lo cual desmiente la afirmación de que ya no existe interés por la historia en Cuba o de que nuestra sociedad olvidó leer. Tampoco hay que idealizar. Se ha producido un retroceso en la lectura, mientras las posibilidades que ofrece la revolución de las infocomunicaciones han propiciado que se masifique el consumo acrítico de subproductos culturales.
«Sin embargo, una lectura fatalista del problema puede conducirnos a subestimar las capacidades creadas por la Revolución, que pueden constatarse en las instituciones educacionales, científicas y culturales del país, en las que existe una fuerza potencial de enorme significado, reservorio del que saldrán las soluciones a los complejos problemas que afrontamos.
«De las presentaciones del libro me ha quedado claro que no se puede generar compromiso sin llegar al corazón del actor principal del socialismo, que es el pueblo, a quien debemos acudir para aprender de sus expectativas, de sus necesidades, de su percepción de las dinámicas actuales y de sus puntos de vista, que es la mejor manera de contribuir desde las ciencias sociales a consolidar el pensamiento nacional.
«Predomina el interés entre la gente por sentirse útil y aportar de alguna forma al universo sociocultural en el que se redimensiona la nación. En los lugares en que estuve aprecié a muchas personas convencidas de la necesidad de leer y eso es lo importante.
«Constaté que se rechaza el “teque”, ese discurso paternalista, vertical, que por presuponer un oyente pasivo, se vuelve hueco. Durante las presentaciones de Cuba entre tres imperios… en pedagógicos de La Habana, Pinar del Río y Matanzas, Abel Prieto explicaba que ello puede conducir a personas con poca preparación a un limbo ajeno a la Revolución y, en esencia, reaccionario. Compartía que el proceso educativo no puede concebirse de manera unidireccional y que lo más perdurable es muchas veces lo que nace del diálogo, del debate entre profesores y alumnos; sin embargo, alertaba de algo importante: huir del “teque” no puede llevarnos a desideologizar el discurso, a despolitizarlo, a evadirse del debate que necesitamos. También se rechaza “el ladrillo”, esos textos farragosos destinados a los eruditos, imposibles de leer para el común de las personas sin un diccionario.
Portada de los dos primeros libros del proyecto
«Lo otro que comprendí es que se impone un esfuerzo superior en materia de divulgación y comunicación, en lo cual los medios de difusión pudieran ayudar, para que llegue a todos la amplia y abarcadora producción historiográfica que ha generado —y está generando—una vanguardia intelectual que ama a Cuba y asume la defensa de las ideas revolucionarias con la mayor responsabilidad».
—¿Por qué pone en la dedicatoria a su familia: «Para que nadie los engañe sobre nuestra historia»?
—Esa dedicatoria a mis hijos no constituye una consigna política, ni un pensamiento vacío de contenido. Lleva implícita la toma de conciencia sobre el enorme desafío cultural que afronta la Revolución Cubana.
«El retroceso del socialismo europeo —que los manuales soviéticos habían declarado “irreversible”— generó un tsunami de tal dimensión, que la izquierda y gran parte del movimiento intelectual que hasta aquel instante sostenía sus banderas fueron sepultados. El desaliento que sobrevino se multiplicó, como consecuencia del control mediático ejercido por los centros de poder del capitalismo mundial. En el imaginario de las personas, el mundo se dividió entre ganadores y perdedores, no ya por las condicionantes socioeconómicas develadas por Marx, sino por la actitud ante la vida. El mercado fue proclamado el Mesías; consumir, la salvación. Se impuso como moda lo efímero, lo individual, lo subjetivo; para muchos —no pocos en Cuba— la sociedad y sus intereses dejaron de ser lo más importante.
«Cuba —en el tablero geopolítico global desde principios del siglo XVI— cobró una vez más protagonismo como centro del debate ideológico mundial. Nuestros adversarios optaron por multiplicar los esfuerzos desintegradores para asestar la última estocada y necesitaban desmontar lo avanzado en la reconstrucción de la identidad nacional y el pensamiento, desde una mirada clasista y antiimperialista de nuestras raíces. Todo lo que ensayaron y aplicaron a lo largo del siglo XX la CIA y las instituciones estadounidenses encargadas de formular e instrumentar las políticas de subversión ideológica, fue descargado con marcado desprecio contra nuestro país.
«Al cine, la televisión y la literatura como medios habituales de diseminar la propaganda, se sumó el aprovechamiento de las nuevas prácticas de acceso a los contenidos en Internet. Cambiaron hasta los patrones del consumo audiovisual. En la era de la galaxia digital, las audiencias pasaron del consumo tradicional al disfrute de una programación que acompaña al usuario a cualquier lugar al que se mueva mediante una “pantalla móvil” (laptop, tableta, teléfono celular), que cambió las reglas del juego en materia de comunicación política en un mundo en el que las grandes empresas estadounidenses como Google, Facebook, YouTube, Twitter, Yahoo!, Apple y Amazon, han tomado el control de las comunicaciones de masas. Es innegable que su impacto ha acrecentado las posibilidades de influencia del capitalismo en el terreno de la guerra cultural.
«Frente a tal coyuntura, no pocos se quiebran; algunos por complicidad, otros por desconocimiento histórico. He sido testigo de cómo una profesora de la Universidad de La Habana defendía el concepto del “descubrimiento” hispano del Nuevo Mundo y cómo algunos celebraban a bombo y platillo la conquista y colonización durante el quinto centenario de las villas prácticamente fantasmas fundadas por Diego Velázquez; de una maestra de primaria que sostenía la tesis de la “extinción” aborigen, con el argumento de que así lo recoge “el programa”, y todavía está abierto el debate sobre la rebelión de José Antonio Aponte, porque 200 años después algunos historiadores lo presentan como un levantamiento sin fines políticos.
«Mientras, el pensamiento y el ejemplo civilista de Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, siguen ausentes de los planes de estudio de la enseñanza superior —pese a los valiosos aportes del Doctor Rafael Acosta de Arriba en Los silencios quebrados de San Lorenzo. Sin embargo, Armando Hart ha alertado que el tema de la ética y, en especial, de la juridicidad, se revela en los tiempos de crisis en que vivimos, como cuestión clave para evitar un colapso definitivo de la civilización.
«También he leído que Gómez y Maceo no tenían un pensamiento social radical; qué decir del Apóstol y de la imagen que pretenden construir, en la que su república inclusiva tendría a los “pobres de la tierra” —base social con la que organizó la revolución y junto a la que echó su suerte— a merced de las “fuerzas vivas” de la sociedad, o sea, de la burguesía de generales y doctores que entregó el país al capital yanqui.
«Ha recobrado vigor la “reproducción” de ideas que parecían ya superadas por el tiempo, como la defensa del autonomismo frente al raigal independentismo mambí; el interés en desmontar el contenido antiimperialista que marcó al más genuino pensamiento revolucionario en la República mediatizada; la satanización de toda la militancia comunista organizada en el Partido Socialista Popular y los esfuerzos por deslegitimar a la Revolución Cubana mediante el edulcoramiento de la década de 1950 y de la impresentable figura de Fulgencio Batista».
—¿Qué opina del modo en que se enseña la historia en Cuba?
—No voy a caer en la tentación de cuestionar a nuestros maestros, que es la práctica de moda. Soy hijo de una maestra, esposo de una maestra, alumno de extraordinarias maestras y maestros que tuvieron un papel determinante en mi formación, de algunos de los cuales guardo un recuerdo agradecido, permanente: Marilda Santiesteban, Maira Riverón y Fernando Doimeadiós, de la vocacional de Holguín, Martha Núñez e Hilda Saladrigas, en La Habana.
Predomina el interés entre la gente por sentirse útil y aportar de alguna forma al universo sociocultural en el que se redimensiona la nación
«Contrario a lo que piensan algunos colegas, aprecio un gran esfuerzo en los ministerios de Educación y Educación Superior por revertir los problemas acumulados durante los últimos 25 años. La conferencia impartida por la Ministra de Educación en la inauguración de Pedagogía 2015 debería ser debatida entre los claustros de profesores y el alumnado de todas las escuelas del país, porque contiene fundamentos medulares de cara a la construcción del futuro.
«Pero los grandes desafíos que afrontamos requieren de un sistema de enseñanza que ponga el énfasis en la educación integral y una formación humanista completa, lo que implica transformar a la escuela en la institución cultural más importante de la comunidad, objetivo al que todos debemos tributar. Armando Hart, integrante de esa extraordinaria generación que tomó el cielo por asalto y nos legó una nación salvada del despeñadero al que caería cuando concluyeran las inversiones destinadas a convertirla en el paraíso del juego y la prostitución del turismo estadounidense, nos ha convocado desde su ejemplo y acción personal a ocupar un lugar en las trincheras del pueblo: “El gran reto histórico que […] tiene planteada la intelectualidad cubana, está, precisamente, en trabajar por ocupar un lugar en la vanguardia de nuestro pueblo. A aquellos que por vacilaciones, dudas o cualquiera otra razón prefieran quedar al margen, les recordamos las palabras de Martí: “Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos […] ¡Los flojos, respeten: los grandes, adelante! Esta es tarea de grandes”».