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Socialismo cubano: la tercera resurrección

La Revolución avanza en el inevitable y delicado terreno de prueba y error que reclama el ignoto camino hacia la construcción del socialismo. Y el amuleto perfecto para resguardar ese modelo fundacional se ubica precisamente en la práctica política inaugurada en aquella intercepción habanera de 23 y 12 donde se proclamó el carácter de nuestro proceso: la soberanía popular

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

La interrogante salta como las liebres de los sombreros mágicos. Se la hacen medios internacionales de derecha y amigos de izquierda. También se instala en no escasos corrillos internos. La enardece cualquier detalle, por insignificante que parezca. Cada movimiento entre las mangas socioeconómicas isleñas —como acaba de ocurrir con la aprobación de la nueva Ley de Inversión Extranjera— anima a brincar el inquieto animalito:

¿Hacia dónde va Cuba? ¿Se actualiza hacia un socialismo más completo, racional y pleno, o en su intento puede derivar hacia el capitalismo? ¿Puede seguir siendo la nuestra la Revolución Socialista de los humildes, por los humildes y para los humildes que Fidel proclamó en la histórica esquina habanera de 23 y 12?

Para responderse dudas de semejante naturaleza tal vez habría que comenzar por otra interrogante: ¿Era posible, en las condiciones de 1961, sin escoger la opción socialista, levantar un país independiente y con justicia social?

Sin caer en el simplismo nihilista de que no había «agua bendita» antes de 1959, porque aquella sociedad dio al país hombres, actitudes, obras y hechos como la Constituyente de 1940, cuyas trazas no pueden borrarse, historiadores reconocen que la experimentación democrático-burguesa tuvo su punto final en el archipiélago con la gran decepción en la que lo sumieron los denominados Gobiernos Auténticos.

Estos últimos, autoproclamados herederos de los anhelos de la Revolución de 1930 —levantamiento popular que culminó con el derrocamiento de la dictadura de Gerardo Machado— terminaron por empujar al país hacia un abismo insalvable de entreguismo político a los intereses norteamericanos, corrupción generalizada, dolorosos males sociales y hasta componendas con poderosos grupos gangsteriles que soñaban con levantar en Cuba una «isla del placer».

El nombrado modelo seudorrepublicano desbordó su copa con el golpe de Estado del general Fulgencio Batista en 1952. Este cuartelazo, afirman estudiosos, fue el punto de ruptura que marcó el fin del multipartidismo (piedra preciosa de la llamada democracia liberal burguesa), como opción política en Cuba. Ya este modelo se había agotado, y con esa decepción se levantaban los ardores de la Generación del Centenario que, inspirada en José Martí y encabezada por Fidel Castro, condujo al triunfo del 1ro. de enero de 1959.

No es casual que el primer gran encontronazo entre el proceso revolucionario naciente y la oligarquía nacional aliada a Estados Unidos ocurriera precisamente al aprobarse la Primera Ley de Reforma Agraria. Las nuevas leyes y el nuevo orden en fundación, con su inconmensurable contenido social, se situaban verticalmente frente a los peores intereses que habían desgobernado la república mediatizada.

En la nueva opción que se anunciaba el 16 de abril de 1961, la víspera de los combates de Playa Girón, y que alcanzaría su forma institucional con la aprobación de la Constitución socialista de 1975, se fundían lo mejor de las tradiciones y la historia nacionales con las corrientes sociales y políticas más avanzadas internacionalmente, buscando romper definitivamente con el orden que durante más de 50 años caotizó a Cuba en lo político, económico y social.

A partir de ese momento no puede obviarse que hemos sido un país sujeto a la tiranía de las circunstancias. No fuimos hasta ahora la nación que queríamos —la que ha dejado un rastro de sacrificios inmensos en aras de la justicia y la libertad—, sino la que se nos permitió levantar. El acoso metódico y persistente de Estados Unidos empañó el espacio entre el dibujo y lo que se pretendía, sin obviar nuestros errores.

En entrevista concedida al intelectual Ignacio Ramonet, Fidel ha sido el primero en reconocer que el peor, entre todos los de idealismo, fue el de considerar que alguien sabía cómo se construía el socialismo. Ello ocurrió pese a que los arrestados jóvenes rebeldes dieron una dimensión inusitada a la conquista de la libertad y la justicia en los convulsos inicios de los años 60.

Ya el estalinismo y otros traspiés habían mellado el modelo socialista establecido en la Unión Soviética, cuando el ideal llegado por vez primera al occidente del mundo, por intermedio de los irreverentes y sorprendentes barbudos, confirió nueva energía al ansia liberadora de los pueblos y al modelo político que en Europa del Este, años de culto a la personalidad, burocratismo, inercia y presiones para aniquilarlo, habían desfigurado.

El socialismo como referente de emancipación humana tuvo dos renacimientos de la mano de los revolucionarios dirigidos por Fidel. El primero tras el triunfo de la Revolución y la declaración de su carácter político, y el segundo después del derrumbe del sistema en Europa del Este y la URSS. La resistencia asombrosa del país ante el más grave golpe moral al socialismo fue como la flecha del valiente Robin Hood atravesando el escudo fukuyamista del fin de la historia.

Pero la Revolución Cubana y el socialismo y sus modelos construidos tienen desafiantes pruebas por vencer. Por ello, no es disparatado afirmar que podríamos contribuir a gestar una tercera resurrección del socialismo.

Hacia una nueva geografía sociopolítica

Lo que está ocurriendo en Cuba con el proceso de actualización liderado por Raúl y el Partido que representa la opción socialista del país es un verdadero volcán, que terminará por dejar una nueva geografía en la economía y en otros importantes aspectos, pese a que no siempre se pueda percibir la fuerza del magma que está sacudiendo al país, algunos no vean con claridad los caminos abiertos, o las transformaciones no ofrezcan hasta hoy todos los beneficios esperados en la vida cotidiana.

La Revolución avanza en el inevitable y delicado terreno de prueba y error que reclama el ignoto camino hacia la construcción del socialismo: cambiar todo lo que deba ser cambiado al decir de Fidel. Y el amuleto perfecto para resguardar los sueños fundacionales se ubica precisamente en la práctica política inaugurada en aquella intercepción habanera de 23 y 12: la soberanía popular.

Como ha subrayado Raúl en sus últimas intervenciones públicas, ninguna decisión trascendente pueda ser adoptada en el país sin consulta con el pueblo: democracia socialista como la que defendió en la clausura del Congreso de la Uneac. Transparencia, contrapeso y control popular levantándose como aquellos fusiles del 16 de abril de 1961.

Analistas afirman que la magnitud de las medidas en marcha trasciende el significado que tradicionalmente se le ha asignado a la palabra actualización, con la que se definieron las transformaciones aprobadas en el VI Congreso del Partido —sin concesiones hacia el capitalismo—, recogidas en los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución.

En el tablero de las transformaciones están en juego aspectos estructurales, funcionales, institucionales, jurisdiccionales y hasta políticos con derivaciones en lo económico y lo social, con un énfasis especial en la importancia de solidificar el proceso de institucionalización.

Uno de los vuelcos conceptuales y prácticos menos difundidos, aunque de los más significativos, es que se haya aceptado que una cosa es el Estado como propietario en nombre de la nación y del pueblo, y otra los diversos modelos en que puede gestionarse la propiedad.

Una aclaración de esa naturaleza es la que permitió avanzar hacia la ampliación del trabajo por cuenta propia o la pequeña propiedad personal o familiar, la apertura experimental de cooperativas en el sector no agropecuario, la entrega de tierras ociosas en usufructo, el arrendamiento de locales estatales de servicios, y el esperado ensayo para transformar raigalmente la empresa estatal socialista, categorizada como el corazón de la economía y de la actualización.

Cuba salta la barrera de una economía y una sociedad verticalizadas hacia otra más horizontal, con un mejor balance entre las atribuciones nacionales, locales y territoriales; se abre a formas más socializadas de gestión de la propiedad, y define en mayor medida las diferencias entre la propiedad estatal y la social, en beneficio de la segunda; todo lo cual debe contribuir a zanjar el arrastre de las experiencias socialistas con respecto a la enajenación de los trabajadores de los procesos productivos y a alcanzar lo que Raúl ha denominado una sociedad socialista sostenible y próspera.

¿Tecnocracia versus humanismo?

Desde el sagrario derechista, el famoso escritor Mario Vargas Llosa ha proclamado que la utopía no es realizable: «La sociedad perfecta no existe ni va a existir, básicamente porque es imposible que la idea de la sociedad perfecta coincida en dos seres humanos (...) No se puede universalizar una idea de la felicidad, es cosa de fanáticos», arguye.

Esta consideración del Vargas Llosa literariamente esplendoroso aunque éticamente derrotado —o afiebrado por la nada utópica felicidad de los poderosos y los ricos— la rebate otro grande de las letras continentales, Eduardo Galeano, para quien «la utopía está en el horizonte: Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para avanzar».

La intelectual cubana Graziella Pogolotti argumenta que, cuando en el mundo parece imponerse un utilitarismo miope, plantearse la necesaria refundación del humanismo no es pura especulación de ilusos. «La respuesta no habrá de proceder del materialismo vulgar, falsa moneda que, en última instancia, desconoce el papel del hombre ante las fuerzas ciegas de la economía».

Graziella, como otros, alerta que es tarea primordial en los tiempos que corren rescatar, atemperados a las premisas de la contemporaneidad y extrayendo las lecciones de nuestro propio aprendizaje secular, nuestra plataforma, válida para el porvenir y para dar respuesta a nuestros desafíos actuales.

También advierte que más que ninguna otra, la circunstancia cubana exige la asunción de una perspectiva humanista. «Conferir a las personas un real protagonismo, basado en una participación responsable en la tarea concreta, en el empleo social de los diversos saberes, en la reivindicación del destino de la patria, hacer de cada quien objeto y sujeto de la historia».

También para el Che —encarnación de todas las utopías humanas e intelectual y marxista profundamente práctico— es «evidente que el mecanismo no basta para asegurar una sucesión de medidas sensatas», como estampara en su carta a Carlos Quijano, conocida como El socialismo y el hombre en Cuba. En opinión del Héroe de La Higuera, hace falta esa conexión estructurada con la masa, es necesario el desarrollo de una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas.

Solo así se evitaría que tratando de ajustar lo tortuoso del sendero nos ocurra como en la fábula de Juan: «No quepa duda, duda no quepa, a Juan lo mató el camino, sí, lo mató el camino, lo afirmo y lo vuelvo a afirmar…».

Solo que Cuba está lista para ser salvada en vez de devorada por su camino, aquel escogido aquella antesala heroica de la epopeya de Girón.

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