Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Darse

Autor:

Alina Perera Robbio

En un mundo crecientemente complejo y riesgoso, que parece desacomodar todo asunto al punto de hacer cada vez más inusual seres humanos capaces de mirar más allá de sus propias agonías, el acto de darse, la vocación de servir a los anhelos comunes (esos que nos conectan con nuestros semejantes), se convierte en desafío gigante.

La virtud que habita en el sentido de darse a los demás está clara desde nuestros comienzos, desde nuestras raíces más hondas. José Martí, resumen elevadísimo de sus predecesores, y brújula espiritual de quienes después llegamos a este mundo con la condición de cubanos, encarna nítidamente esa vocación de servicio que suele convertir la suerte terrenal en camino difícil, por momentos desgarrador, pero auténticamente trascendente:

«El factor decisivo de su pensamiento —definió Cintio Vitier hablando del Maestro— no le viene de los pensadores: le viene de los héroes y los mártires. Toda esa búsqueda de sí, sólo tiene un objeto: darse. Los más altos maestros de esta filosofía suma no son los filósofos ni los moralistas, sino los héroes».

Y sigue Vitier, quien nos recuerda: «En su tratado de Moral, enumerando las varias acepciones posibles de la felicidad, apuntaba (Enrique José) Varona: “y no faltarán quienes por realizar una sublime concepción de mejoramiento universal, encuentren una exquisita felicidad en el sacrificio de sí mismos”. El país acababa de producir toda una generación de hombres de ese tipo, para quienes la única realización posible estribaba en el deber, y éste a su vez en el sacrificio. “El verdadero hombre” —dirá Martí, como pudieron decirlo Céspedes, Agramonte, Gómez o Maceo— “no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber”, y ése es para él “el único hombre práctico, cuyo sueño de hoy será la ley de mañana”»1.

Camino hacia el Cuartel Moncada, momentos antes del asalto, el joven Fidel sintió que era «muy feliz». Vivió aquellos instantes como «un momento de mucha tensión, de mucha emoción, un momento extraordinario». Había en ese viaje una nota condensada del desprendimiento: un grupo de muchachos miraba en grande; había que tomar el cielo por asalto sin detenerse en lo pequeño; había que cambiar las circunstancias para luego hacer posible la felicidad multiplicada. Todo, como leña al fuego, había sido puesto en función del gran anhelo: tiempo con la familia, negocios personales, pertenencias entrañables, costumbres mansas y gratificantes.

«Decidido a sacrificarlo todo, uno se siente tranquilo con su conciencia, porque le parece que obra según lo que debe hacer y es correcto; (…). Puede sentir personalmente pena —no lo niego—, pero no tiene ninguna duda moral, ninguna duda humana sobre lo que debe hacer. Uno lo sabe y renuncia a todo.

«Son infinitos los hombres que en otras épocas y otras circunstancias, en nuestra propia historia, todos los grandes patriotas, los grandes luchadores, toda la gente que era modelo para nosotros —Martí, Maceo, Mella y todos los demás patriotas y luchadores— vivieron lo mismo como si fuera una fórmula de la revolución» 2.

No pocas veces, en estos tiempos, escuchamos preguntar a alguien cuando se habla sobre los héroes que hemos tenido en la historia: ¿cuándo volveremos a tener hombres como esos? Estamos hablando de seres excepcionales, nacidos de circunstancias excepcionales. Y tenemos en el presente, si buscamos paradigmas, a nuestros Cinco compatriotas, quienes han sabido llenar tan de verdad, como escuché decir una vez a Fina García Marruz, esa palabra hermosa y grande: héroe. Y tenemos en pasado no lejano a nuestros combatientes internacionalistas —los caídos, y los sobrevivientes— a quienes nadie negaría su enorme virtud, y a quienes hemos recordado de modo especial en estos días de homenaje a otro hombre generoso: Nelson Mandela.

Aunque Cuba vive en una dimensión excepcional por su resistencia y por el modo en que su poderoso enemigo le ha negado el agua y la sal, no resulta tan fácil distinguir a los héroes porque están sumergidos en un sin fin de batallas pequeñas, y porque «darse» puede que no implique ahora ese desprendimiento que define décadas de historia, pero igual entraña una virtud a prueba de múltiples tentaciones y torceduras, la cual a la larga dibuja o desdibuja la bondad y la fortaleza de un país.

Hoy la heroicidad pasa en mucho por «darse», por tener una filosofía del servir más que del servirse. Y se dice fácil, pero es esa una premisa compleja, que debe bracear en mares de lo adverso, de la prisa y las carencias, escenario en el cual se corre el riesgo permanente de focalizar ciertas angustias individuales, que son legítimas pero que, si colman nuestra voluntad, impedirán gestos en los cuales podríamos trascendernos a nosotros mismos en pos de causas colectivas.

Ahí está, ahora mismo, lo grande: en la lucha contra todo instinto, contra toda miseria del espíritu, contra todo impulso que nos deshumanice, que nos haga fríos y nos aleje de nuestra verdadera estirpe. Ante nosotros está la responsabilidad, y la posibilidad, de servir a las mejores causas.

Notas al pie:

(1): Vitier, Cintio: Ese sol del mundo moral, Editorial Félix Varela, 2006, página 91.

(2): Fidel Castro Ruz en Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo, de Katiuska Blanco Castiñeira, primera parte, tomo II, Ediciones Abril, 2011, página 190.

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