Desde que llegó a Girón el fotógrafo de JR sintió que estaba segura nuestra victoria. Autor: Panchito Publicado: 21/09/2017 | 05:33 pm
Muchos periodistas cubanos y algunos extranjeros se convirtieron en corresponsales de guerra en las arenas de Playa Girón, en 1961, desde las primeras horas de la invasión mercenaria. Entre ellos estaba uno que muy pocas personas conocían como Francisco Fernández González, sino simplemente como Panchito, fallecido en Ciudad de La Habana en 1990.
Sus fotos del barco Houston, y muchas otras que reflejan la tensión y los hechos, se han publicado en Cuba y en el exterior durante mucho tiempo.
A continuación el contenido del diálogo sostenido con él algún tiempo antes de morir, aquejado de una grave enfermedad hepática irremediable que, por su voluntad, no le impidió seguir laborando hasta el final como fotorreportero del diario Juventud Rebelde.
En los días de la invasión mercenaria Panchito era fotógrafo del periódico La Calle. Recuerda perfectamente que el 18 de abril, al otro día del desembarco enemigo, temprano en la mañana, le llamó Ernesto Vera, director de la publicación, y le dijo que a la una de la tarde partirían rumbo a la zona donde ya se combatía contra los invasores.
Así comenzó el diálogo, al que se negaba por su modestia.
«Entramos a Playa Larga a las 4:30 aproximadamente. Por cierto que nuestro arribo coincidió con el lanzamiento de varias bombas por un avión que apoyaba a los mercenarios, aunque afortunadamente no tuvimos que lamentar desgracia personal.
«Confieso que cuando se dio el primer grito de “¡Avión!”, me impresionó muchísimo. Íbamos en un Saab totalmente rojo, como para que tiraran una bomba arriba de él y no fallaran, vaya, para que lo volaran completico.
«Después, cuando yo hacía el cuento, alguien me dijo: “La verdad es que en ese carrito, en esa bolita roja, ustedes iban directiiiico al matadero, porque desde cualquier parte, y sobre todo desde el aire, se veía a mil millas”.
«En cuanto los milicianos nos vieron, nos alertaron en el sentido de que sacáramos el carro de allí y nos quitáramos del centro de la carretera. Rápidamente obedecimos la exhortación de nuestros compañeros y nos pusimos en un lugar más seguro: detrás de unos tanques de fibrocemento que tapaban bastante el vehículo.
«También debo confesar que lo primerito que sentí fue tremendo miedo. Mentiría si dijera otra cosa».
—¿Cuáles fueron las primeras fotos?
—Las tiré en el trayecto hacia Playa Larga: camiones llenos de milicianos, jóvenes en las cuatrobocas, combatientes del Ejército Rebelde y otros detalles me llamaron mucho la atención.
«Al poco rato de estar allí, Ernesto Vera explicó a la jefatura el propósito de nuestra presencia en la zona de operaciones. Pero como era ya un poco tarde, no nos dejaron pasar. Recuerdo bien que nos dijeron: “Pronto será de noche y habrá menos luz para las fotografías que ustedes quieren. Si se van corren el riesgo de que los maten sin tirar una sola foto”.
«De más está decir que allí pasamos la noche, dentro del carro, con frío y mosquitos, aunque realmente no dormimos absolutamente nada. ¡Quién iba a dormir sintiendo relativamente cerca los cañonazos, los tiros, las ráfagas de ametralladoras, las cuatrobocas, el vuelo de los aviones y sin armas como estábamos!
«Fue a eso de las 4:40 de la madrugada que nos brindaron un café de guerra, no uno hecho en la casa, despacitooooooooo…
«En la madrugada del día 19 partimos en nuestra bolita roja hacia Playa Girón. Fue al instante mismo de la partida que observamos de cerca la cara de susto de dos mercenarios que cayeron prisioneros. Eran los primeros invasores que veíamos».
Dos símbolos de la derrota
«Desde que llegamos a Girón nos percatamos de que estaba segura nuestra victoria. No es política ni teque, sino la pura verdad. Allí tiré la inmensa mayoría de las fotos cuyos negativos conservo como trofeo de guerra, con mucho cariño, para qué voy a decir otra cosa…
«Enseguida vimos cómo los milicianos rodeaban un tanque donde un mercenario yacía sin vida, imagen que un día antes había captado con su cámara el colega Ernesto Fernández, fotógrafo del periódico Revolución. Yo, como es lógico, aproveché que nuestros hombres estaban junto a aquel primer símbolo elocuente de la derrota y tomé también la valiosa escena.
«Luego se empezaron a capturar nuevos prisioneros. Los primeros en llegar al lugar fueron cinco, y los retraté enseguida. La ropa que vestían se la quitaron a varios compañeros de la zona. Creo que esa acción para tratar de evadirse fue como una especie de segundo símbolo de que estaban derrotados. Me fijé bien en uno gordísimo y grande, con un pantalón que se veía a la legua que nunca había sido suyo. Sinceramente, nos quedó el temor, más que eso, el dolor de si fueron capaces de asesinar a los campesinos para despojarlos de aquella vestimenta con la que no lograban ocultar el pánico de sus ojos y el temblor de sus pasos perdidos».
Silencio absoluto
«Guardo en mi memoria lo que los milicianos decían a un grupo de mercenarios en Girón, que ya dentro de un camión armaron tremenda algarabía, echándose el muerto uno al otro, como se dice. Algunos de ellos intentaban quitarse las culpas de encima.
«Un hombre de los nuestros les gritó con la firmeza, no del arma que tenía en la mano, sino de la que nace por las convicciones: “Vayan calladitos cuando pasen por los pueblos, porque nosotros tenemos órdenes de respetarles la vida, pero en un momento determinado no podríamos garantizar que la gente controle la indignación. A partir de ahí el silencio fue absoluto”.
«En Playa Larga se me presentó la oportunidad de tomar las fotos que ya nuestro pueblo conoce del barco Houston. Estaba alejado un poco de la costa. Fue el mismo Fidel quien lo había cañoneado. Aproveché que llegó allí una lanchita con varios milicianos. Al patrón le decían el Huevo. Era un tipo especial, un personaje.
«Paulatinamente nos fuimos acercando al barco, lo que me permitió ir tomando unas secuencias de fotos, desde distintos ángulos. Ardía la nave, y en un momento determinado sonaron explosiones en su interior, lo que nos obligó a separarnos un tanto de allí.
«Algo que no podré olvidar nunca fue la presencia de Fidel en Girón. Después que me bajé de la lanchita estuve junto a él como 15 minutos y le tiré varias fotos. Recuerdo cómo impartió las órdenes oportunas. En un momento, refiriéndose a los mercenarios, dijo: “Ellos se entregan ahorita. No olviden que son mercenarios. Esta gente no tiene quién los ayude. No se rompen la cabeza. Por aquí no hay quien les dé ni una gota de agua. Esto es monte y ciénaga y, como no tienen moral, se entregarán solitos”. Y así fue. Fidel tenía razón, los que quedaban huyendo poco a poco fueron apareciendo con las manos en alto y las caras de susto y fueron cayendo mansitos».