Estudiante de Arquitectura Rubén Batista Rubio. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:30 pm
Sería imposible olvidar aquella histórica manifestación del 15 de enero de 1953, hace 60 años —cuando, decididos e indignados, bajamos la Escalinata universitaria ante la profanación del busto de Julio Antonio Mella—, en la que cayó herido de muerte el estudiante de Arquitectura Rubén Batista Rubio, precisamente cuando el protagonista genial de nuestra emancipación, José Martí, arribaba en ese mes al centenario de su natalicio.
El 10 de enero de 1953, al cumplirse el aniversario 24 del asesinato en México del inolvidable dirigente del estudiantado cubano Julio Antonio Mella, se aprobó colocar un sencillo busto de yeso en la plazoleta situada frente a la majestuosa Escalinata universitaria, como sentido homenaje a su memoria.
Cinco días después, en la mañana del 15 de enero, el busto apareció profanado con tinta negra y chapapote. Ante el ultraje, la ira fue general, las aulas quedaron vacías y se paralizaron todas las actividades de la bicentenaria institución. El estudiantado se lanzó a la calle, y una lluvia de piedras, botellas vacías y latones coincidió con el ruido de las sirenas de los carros de la policía que, bien reforzada, ocupó posiciones y el tráfico fue desviado.
En horas tempranas de aquel día, se produjo el primer choque entre los estudiantes y las fuerzas represivas en la esquina de las calles L y 23; a las tres de la tarde la situación era incontrolable y la Colina se convirtió en un hervidero humano. La dirección de la FEU acordó salir en manifestación desde la Universidad hasta el monumento a los estudiantes de Medicina, fusilados en noviembre de 1871.
A las cinco de la tarde, una ola humana bajó la Escalinata y se desbordó por la calle San Lázaro. Todas las gargantas cantaban a viva voz las vibrantes notas del Himno Nacional y desde los balcones se oían aplausos al paso de los estudiantes. De pronto, como un torrente, coreado por todos, se repetían al unísono los gritos de: ¡Abajo la dictadura! ¡Abajo Batista! ¡La cabeza de Batista, la cabeza, la cabeza!...
Fue tal el empuje desplegado por aquella compacta manifestación, que la policía no pudo detenerla en la esquina de Infanta y San Lázaro, ni tampoco en el parque Maceo.
En el lugar donde la calle San Lázaro se estrecha, al llegar a Cárcel, a solo cien metros del Paseo del Prado, nos esperaba una sólida barrera de policías, soldados, marineros y carros de bomberos. ¡Atrás, atrás!, decían los agresores, bajo el ruido ensordecedor del tableteo de las ametralladoras, ¡adelante, adelante! fue la respuesta viril del estudiantado, que avanzaba sin más armas que sus puños y como único escudo la bandera cubana.
Se estableció una desigual y espectacular pelea cuerpo a cuerpo, entre los tiros, golpes, el humo de los gases lacrimógenos y la cortina de potentes chorros de agua. El cuadro era asombroso, pues se mostraba una impresionante exhibición de cabezas rotas, ojos hinchados por los golpes y los gases, huesos fracturados y camisas empapadas de agua y manchadas de sangre.
Catorce estudiantes golpeados y heridos fuimos conducidos al Buró de Investigaciones, y otro, grave, fue sacado en hombros de sus compañeros. Su nombre: Rubén Batista Rubio, alumno de la Facultad de Arquitectura.
Lo trasladaron a la Clínica del Estudiante, ubicada en el hospital Calixto García, donde el pueblo y una masa de estudiantes permanecieron día y noche ante las puertas del centro asistencial. Se le practicaron tres intervenciones quirúrgicas, pues una bala le había interesado el hígado y perforó el intestino delgado. Los médicos que le asistían hicieron desesperados esfuerzos por salvar aquella vigorosa constitución, que sobrevivió durante 29 días.
El viernes 13 de febrero de 1953, con solo 22 años, murió Rubén Batista Rubio y fue velado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. Al día siguiente, sus compañeros bajaron en hombros por la Escalinata el féretro cubierto con la bandera nacional. El sepelio constituyó una imponente manifestación de duelo, que el pueblo acogió como suyo.
Encabezaba el cortejo fúnebre una fila de mujeres vestidas de negro, del combativo Frente Cívico de Mujeres Martianas, quienes portaban una tela con el pensamiento del Apóstol que decía: La sangre de los buenos no se derrama en vano. Les seguían los dirigentes de la FEU y más de 20 000 cubanos marcharon en silencio hasta la necrópolis de Colón, donde fueron depositados sus restos.
La historia, en su marcha incontenible, vincula fechas y etapas. Aquel 15 de enero de 1953, está presente José Martí, y ante el ultraje al busto de Mella, marchan los jóvenes hacia el monumento que honra la memoria de los estudiantes de Medicina y cae el primer mártir estudiantil de nuestra generación.
Seis meses después de aquellos acontecimientos, el 26 de julio de 1953, la Generación del Centenario protagonizó el asalto a dos cuarteles en la provincia de Oriente. Eran las heroicas acciones que marcaron un imparable e irreversible proceso, que daba lugar a un nuevo ciclo revolucionario.