Las Tunas tiene un enorme déficit de madera para desarrollar múltiples tareas de su economía Autor: Ernesto Peña Publicado: 21/09/2017 | 05:20 pm
LAS TUNAS.— Los expertos en temas ambientales tienen la certeza de que hace 10 000 años, cuando hizo mutis el último período glacial, los bosques cobijaban entre el 80 y el 90 por ciento de la tierra firme del planeta, ascendente a 14 800 millones de hectáreas.
Milenios después, en lances de conquista, tres carabelas españolas mojaron sus proas en las aguas del Nuevo Mundo. Sus tripulantes quedaron extasiados ante la paradisiaca jungla que se desparramaba ante sus ojos, frondosa de cedros, granadillos, palmeras…
Entre quienes enmudecieron de admiración por la exuberancia de la naturaleza figuró Cristóbal Colón. Al pisar suelo cubano el 27 de octubre de 1492, sus cronistas apuntan que exclamó, deslumbrado: «Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto».
No quedó ahí. Al mes, navegando por el nordeste insular, el Gran Almirante escribió en el diario de a bordo: «Y todas las sierras llenas de pinos (…) y hermosísimas florestas de árboles (…). Y así los valles como las montañas están llenos de árboles y frescos que era gloria mirarlos, y parecían que eran muchos pinares».
Había tanto bosque en Cuba a la llegada de los colonizadores que el Padre de las Casas, devenido defensor de nuestros aborígenes, afirmó: «La dicha isla de Cuba es muy montuosa, que cuasi se pueden andar 300 leguas por debajo de árboles».
Ya nada es parecido a otrora. Si hace 8 000 años prosperaban en el planeta unos 6 000 millones de hectáreas de arboledas, hoy la cifra es de 3 500 millones, casi la mitad. Sus follajes resguardan apenas entre el 25 y el 35 por ciento de la superficie terrestre.
Según el informe de la ONU, «La situación de los bosques del mundo», 2011, el hombre desforesta anualmente 13 millones de hectáreas. Motosierras y buldózeres echan abajo cada día áreas equivalentes a 14 276 campos de fútbol.
Las Tunas no escapa al fenómeno de la deforestación.
Una provincia deforestada
«Somos uno de los territorios cubanos con menos áreas boscosas —reconoce Limay Hidalgo Hidalgo, directora del Servicio Estatal Forestal en la provincia—. Tenemos cubierto de árboles solo el 14,77 por ciento de nuestra superficie geográfica. Estamos distantes del 26 por ciento del país, que aspira al 29 por ciento».
Las «malas yerbas» que asfixian los ímpetus forestales tuneros son de diversos empaques. Los suelos, por ejemplo, figuran entre los peores del país. Ocurre algo análogo con su régimen de lluvias, expuesto a prolongadas sequías. La región carece de macizos montañosos, y eso influye. Ah, y está el problema del marabú…
«Nos afecta mucho —acepta Limay Hidalgo—. Si queremos llegar a 2015 con el 18,4 por ciento reforestado, debemos garantizar la sobrevivencia de bosques en 9 500,8 hectáreas plagadas de marabú. Nos vemos obligados a sembrar en otras áreas. Por eso la atención no es siempre buena.
Pero no todos los infortunios de la silvicultura tunera son atribuibles al fatalismo de la naturaleza. En la despoblación arbórea de muchos lugares, perceptible a ambos lados de la carretera, figura como responsable el factor humano. Lo admite con valentía la misma Limay: «Sí, existe falta de amor en el cuidado y protección del patrimonio forestal que tenemos».
Entre las ramas
Sembrar árboles es un negocio redondo. Decir que purifican y limpian la atmósfera es una verdad de Perogrullo. Pero es así. Una hectárea produce diariamente oxígeno suficiente para que respiren 45 personas. Además, reducen la velocidad del viento, filtran el polvo, diluyen las emisiones radiactivas, disminuyen en 15 decibeles el sonido, protegen de los rayos ultravioletas, bajo su sombra se contrae la temperatura ambiente, consumen en una hora 2,3 kilogramos de dióxido de carbono, generan en igual tiempo 1,7 de oxígeno y… aportan madera.
«Las Tunas afronta serios aprietos con la disponibilidad de madera —dice el especialista Sergio Sánchez, del Servicio Estatal Forestal—. Eso dificulta la ejecución de planes priorizados. Para cumplirlos dependemos de un balance nacional que propicia traerla desde otras provincias».
La región precisa de madera que garantice, entre otros apremios, los cujes de su programa tabacalero. Y también para fabricar muebles, construir viviendas y robustecer su apicultura, en la cual exhibe magníficos saldos productivos.
«Las abejas necesitan disponer de especies melíferas para fabricar la miel —recuerda Limay Hidalgo—. Y la deforestación es un obstáculo. Los elementos de las colmenas se hacen de madera. Cuando no la tenemos, se atrasan los planes y dejamos de exportar un producto que goza hoy de precios muy atractivos».
¿Qué hacer para reforestar?
«Los planes de siembra se cumplen —precisa la especialista—. El problema es la sobrevivencia de las plantaciones, porque la protección y el cuidado no se realizan con el rigor debido. También, como secuela de las sequías y la irresponsabilidad, nos golpean los incendios forestales. De enero a abril se han quemado más de 120 hectáreas de bosques. Una colilla puede reducir a cenizas años de trabajo».
Entre los objetivos priorizados por los silvicultores tuneros para próximas etapas está la sobrevivencia de las plantaciones.
«Depende de muchos factores —explica Sergio Sánchez—. Una vez plantado, en un bosque debe sobrevivir el 60 por ciento de sus árboles. Aquí ese índice es muy bajo. Se necesita elegir la variedad según el suelo. Y también trabajar en tiempo la preparación de la tierra, el llenado de los envases, la colocación de las semillas… Si todo eso se hace bien, junto con la atención esmerada, habrá sobrevivencia».
Otro aspecto en el que se precisa optimizar es en la «reposición de fallas». Los forestales llaman así al seguimiento minucioso de las áreas plantadas. No es sembrar y sanseacabó. Hay que observar cada postura como si se tratara de una recién nacida —¿acaso no lo es?—, estar al tanto de su progreso, y, en caso de que no evolucione como se espera, reponerla por otra más vigorosa. Cuando esa práctica funciona, los índices de sobrevivencia son buenos.
Perspectivas bien forestadas
Por las razones objetivas expuestas, Las Tunas nunca clasificará entre las provincias más forestadas de Cuba. Pero eso no significa que renuncie a fomentar su patrimonio a partir del trabajo. Entre las opciones figura la siembra de 36 especies, de estas más de 20 de frutales como almendra, tamarindo, guayaba…
«Desarrollamos un proyecto conjunto con Geocuba —informa Limay Hidalgo—. Consiste en un levantamiento de toda la superficie boscosa de la provincia. Mediante ese trabajo agregamos al patrimonio forestal áreas de palmares y frutales que antes no estaban en nuestras estadísticas. Sus resultados deben aumentar las áreas de bosques y ayudarnos a cumplir el 18 por ciento que se nos pide, a pesar del marabú y de las pésimas condiciones climáticas.
«También, en coordinación con el Minagri, pretendemos utilizar 22 000 hectáreas en la zona centro-sur para establecer allí polos productivos con tecnología moderna».
Sembrar un árbol
De todos los territorios tuneros, el municipio cabecera es el que sale peor parado en la deuda con el entorno, pues solo el 3,5 por ciento de su epidermis posee bosques. Obviamente, su aire respirable dista de ser competitivo. Manatí cuida mejor la materia prima de sus pulmones: exhibe el 26,01 por ciento de superficie cubierta de bosques, por encima de la media nacional.
El propósito es, entonces, sembrar, sembrar y sembrar. Y cuidar como si fuera un jardín lo sembrado. Se trata de una inversión cuya gracia divisó la clarividencia de José Martí cuando participó en un congreso forestal en Estados Unidos, en septiembre de 1883. El Apóstol escribió aquella vez para el periódico La América:
«Comarca sin árbol, es pobre. Ciudad sin árboles, es malsana. Terreno sin árboles, llama poca lluvia y da frutos violentos. (...) Hay que reponer las maderas que se cortan, para que la herencia quede siempre en flor y los frutos del país solicitados, y este señalado como buen país productor».
Nunca es tarde para sembrar. No importa cuánto demore un bosque en empinar al cielo sus ramas. Si no lográramos disfrutar de su sombra, su madera o sus frutos, lo harán nuestros descendientes.
Cuentan que el mariscal francés Louis Hubert Gonzalve Lyautey le ordenó a su jardinero plantar un árbol. El hombre objetó que tardaría en crecer y no alcanzaría la madurez hasta pasado un siglo. El mariscal refutó: «En ese caso, no hay tiempo que perder. ¡Plántalo ahora mismo!».
Los tuneros están convocados a dar parecida respuesta.