Estelvina Pineda, quien le abrió el corazón a Sindo. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 05:13 pm
Nació en un crepúsculo. Así dio a entender su autor mucho tiempo después, cuando ya una atractiva mujer y algún que otro «enterado» pensaban que en realidad la nueva canción se debía al impacto de eso que llaman amor a primera vista.
El trovador Sindo Garay había llegado a Baracoa a finales de la segunda década del pasado siglo en respuesta a las reiteradas invitaciones de su amigo Muguercia para que visitara la Primera Villa de Cuba. Sabía que allí era admirado, y viajó desde La Habana en el vapor Glenda con su hijo Guarionex «a ver qué pasaba por allá».
La estancia de meses en Baracoa debe haber dejado en Sindo sentimientos encontrados. Su hijo enfermó y fue ingresado en el hospital del territorio. Un día el padre quiso hacer menos amarga la convalecencia de Guarionex y buscaba una guitarra para entonar sus melodías. El instrumento no apareció, y Sindo acudió a casa de un vecino para pedirle un serrucho que, junto a un arco de violín, supliera el sonido de la guitarra. El momento fue providencial para la música y la cultura en la ciudad.
¿Como un rayo en su interior?
Cuando Sindo Garay tocó la puerta del hogar del carpintero donde buscaba un serrucho, abrió una mujer que le impresionó. «Fue un impacto tremendo», cuenta María Court Hernández, vecina del lugar y miembro de una familia bien llevada con la de Estelvina Pineda Luperón, la mujer que al abrirle la puerta a Sindo pareció abrirle el corazón.
Era mestiza, alta, de ojos claros y con una educación que quizá completaba la imagen que sedujo al trovador. El músico se marchó serrucho en mano y, seguramente, con la idea repentina y fija de que aquel portento femenino debía convertirse en musa de lo que él sabía hacer como pocos: una canción.
Para muchos así nació La Baracoesa, una obra que se canta entre los baracoenses casi como himno local. No obstante, Sindo tuvo su propia versión. En una extensa conversación con la cantante lírica y escritora Carmela de León, el llamado por Lorca como Faraón de Cuba, se refiere a la llegada a Baracoa y narra: «Empezaba a ponerse el sol, que parecía ir corriendo a esconderse allá por Occidente; el cielo, teñido de mil colores, era una belleza. Aquel paisaje me impresionó hondamente, y mientras esperaba que nos recogieran las maletas, en el mismo muelle, viré la guitarra y agarré un papel que recogió los versos. Esto lo dediqué a Estelvina Pineda Luperón».
La confesión del autor de Perla Marina y La tarde aparece en el libro Sindo Garay, memorias de un trovador, editado por primera vez en 1990, 22 años después del deceso del genial compositor. «La realidad parece contradecir esa confesión», expresa enfática María Court, en alusión al motivo de inspiración de La Baracoesa, y añade:
«La misma Estelvina dijo varias veces que Sindo se había inspirado en ella para componer los versos de esa canción. Lo hizo incluso públicamente durante la celebración aquí de una semana de la cultura; y aunque es entendible que pudo haberlo hecho para realzar su orgullo personal, también es verdad que por su educación y su personalidad no se hubiera esperado de ella una revelación deshonesta, que desvirtuara la realidad».
La verdadera inspiración de Sindo Garay para escribir La Baracoesa permanecerá como uno de los hechizos que nutren la historia y la oralidad local. Entre la trascendida belleza de un crepúsculo en esta tierra y la prestancia de Estelvina Pineda, los baracoenses escogen la segunda como musa del trovador, por haber dejado el símbolo de mujer que según él, al mandato certero de Dios, buscaría siempre.
La Baracoesa
Ella guarda en el alma / un inmenso tesoro, / ni más dulce que ella / es el agua del Toa. / La cacique más pura / de las verdes montañas de Baracoa… / Tiene su sangre / de eterna pureza, / que yo ligaría, / que yo ligaría /con toda mi vida.
Si Dios me mandara / buscar con certeza, / yo solo quisiera / la mujer baracoesa, / la baracoesa.