La Ciénaga de Zapata era un lugar olvidado antes de 1959. Autor: Luis Raúl Vázquez Muñoz Publicado: 21/09/2017 | 05:06 pm
CIÉNAGA DE ZAPATA, Matanzas.— El mar parecía lo más lejano del mundo, y sin embargo estaba ahí. El olor a humedad y salitre inundaba los bosques de ocuje y caoba y el polvo blanco y fino del corazón de la Ciénaga golpeaba el rostro de esa inusual caravana de personas, vestidas con alpargatas y remiendos. Todos anhelaban la playa, aunque esta no terminaba de aparecer.
Esa es una de las historias que William Sobrino Moreira tiene impregnada en el pecho. Era a principios de la década de los 50 del pasado siglo. Tenía el pelo largo y bien cubierto bajo un sombrero. Él protestaba, pedía cortárselo; pero su madre lo impedía con un gesto de cariño. «Por ese pelo estás vivo», le decía ella con una sonrisa.
Años antes su madre había perdido un niño en el parto. Por eso, cuando aparecieron los primeros síntomas del embarazo de William, ella hizo dos promesas, las cuales fueron cumplidas puntualmente: el pelo de su hijo no fue tocado hasta los 11 años y, apenas recuperó las fuerzas después del alumbramiento, recorrió a pie los diez kilómetros desde La Nueva, el batey donde vivían, hasta la costa cercana a Playa Girón, a través del bosque y los pantanos orientales de la Ciénaga.
Y ahora volvían, no para cumplir promesa alguna, sino para llevar a la madre en una parihuela hasta la carretera a Cienfuegos. Ella había dado a luz gemelas con las curanderas del poblado y a la luz de las chismosas. Las criaturas nacieron bien, aunque la madre quedó débil. No quedó más remedio que llevarla a la costa.
Desde ahí se llamaría por un teléfono de magneto para pedir el ómnibus, que, si no estaba en la jornada de su recorrido, los cenagueros tendrían que esperar tres días. Por eso la caravana debió aumentar la resignación cuando apareció el mar y recostaron a la enferma bajo la sombra. William se acomodó al lado de su mamá y fijó la mirada en un mar que bañaba de espuma a las rocas de la playa.
La gran olvidada
La madre se salvó. Aunque marchas silenciosas como las vividas por William Sobrino Moreira acompañan la memoria de muchos cenagueros nacidos antes de 1959, cuando la presencia de un médico era elemento exótico en la geografía del lugar, tan inusual como las estructuras de un hospital iniciado en Cayo Ramona y nunca terminado en la época, a pesar de la visita de la señora Martha Fernández, primera dama y esposa del dictador Fulgencio Batista.
En opinión del máster Julio Antonio Amorín Ponce, historiador del municipio de Ciénaga de Zapata, hablar de estadísticas sobre educación y salud resulta difícil por la ausencia de datos antes de 1959, que permitan conocer cómo se comportaba con entera precisión la vida en el lugar.
«El abandono de esta parte de Cuba llegaba a esos niveles de ignorancia —apunta el especialista—. Simplemente no se contabilizaban los niveles de nacimiento, enfermedades y analfabetismo. Tampoco cuántos fallecían o qué número nacía. Era el aislamiento total».
Para ese momento, al efectuarse el censo de alfabetizados en 1959, la cifra de habitantes se estimó en alrededor de 3 000, desperdigados en comunidades o bohíos aislados a lo largo de 4 520 kilómetros. Entre ellos se mencionaba a unos hombres taciturnos, aislados incluso de los vecinos más cercanos y que vivían encerrados en sus bohíos de yaguas.
Eran los emigrantes gallegos, sobrevivientes de esos grupos que a golpes de una tozudez y una valentía hispanas desafiaron a los caimanes y las oleadas de insectos para abrir canales por los pantanos y sacar los sacos de carbón hacia el mar. Era la época en la que el gran humedal recibió algunas de sus denominaciones: el África tenebrosa de Cuba, Feudo de los mosquitos y cocodrilos o la Caldera del Infierno.
Hasta la Revolución, en los pantanos solo se comunicaban con el país por dos ferrocarriles semiacuáticos e inseguros; existía solo un camino de arena por El Mégano, pegado a las piedras de la costa, y apenas cuatro locales colgaban el rótulo de escuela. De estos, solo uno contaba con un maestro a tiempo casi completo. El historiador Oscar Pino Santos recorrió la región por esa fecha y finalmente reconoció: «Viajar por ella es como viajar por muchos países».
El mundo cambió
«Yo creía que la vida de los campesinos era más dura en la Sierra Maestra que en ningún otro lado; pero pude comprobar en la Ciénaga que la de los carboneros de esa zona es increíblemente inhumana y dolorosa», reflexionó en mayo de 1959 el hoy General de Ejército Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, según recoge la investigadora Gladis Pérez en su libro inédito La Ciénaga de Zapata con olor a Revolución.
El triunfo revolucionario significó que el lugar fuera ubicado en proyectos especiales de desarrollo. En el mismo 1959 se inició el Plan Especial de Rehabilitación de la Ciénaga de Zapata y en octubre de 1960 comenzó el Plan Especial Parque Nacional Península de Zapata. Cuando tiene lugar la invasión mercenaria, al año siguiente, Playa Girón era una de las zonas donde se había iniciado el desarrollo de una infraestructura turística.
La comunicación terrestre con zonas muy alejadas fue otra preocupación. Resultó una tarea ardua la de construir terraplenes y carreteras; desde el central Australia a Playa Larga; Playa Larga a Santo Tomás; del central Covadonga a Playa Girón, y de Playa Girón a Cienfuegos.
«No fue una obra fácil, pues se necesitó de mucha fuerza constructiva para que el 5 de noviembre de 1959 quedara terminado el terraplén que unió a Jagüey Grande con Playa Larga», nos dice la investigadora Gladis Pérez.
Ahora muchos cenagueros cuentan con teléfonos en sus casas y centros de trabajo, además de una red de públicos, y no pocos se benefician de las líneas para celulares. Han llegado Internet y el correo electrónico. Sin embargo, no siempre fue así. Las investigadoras Niurka Trujillo y Bárbara Sierra sostienen que los teléfonos constituían los medios de comunicación más efectivos del período de 1948 a 1958, aunque eran muy pocos.
Estos estaban distribuidos así: en Pálpite, un teléfono de magneto. Había otro en Soplillar, en la tienda de Jesús Novo, y uno más en el batey de Buenaventura, donde fue situado por el Gobierno en la tienda del español Miguel Fernández. En Bermejas existía otro, instalado en el hogar de Florencio Ramírez, un poblador, aunque en realidad pertenecía al dueño del central Covadonga. Solo podía comunicarse con ese lugar. Lo mismo ocurría en La Ceiba. También se encontraba en la oficina de Marcos González, una casa de madera con el techo de teja y piso de cemento, en la que además funcionaba el correo.
Los carboneros, leñadores y pescadores mejoraron sus condiciones de trabajo y vida al organizarse en cooperativas, que se subordinaron al Instituto Nacional de Reforma Agraria. También se destacaron las cooperativas pesqueras Caleta de Sábalo y René Ramos Latour, que contaron con un varadero para el cuidado y reparación de embarcaciones de hasta 60 pies de eslora.
Pero quizá uno de los datos más difíciles estaba en el matrimonio. No se conocían los vínculos familiares con exactitud, ni las parejas, ni mucho menos existía un poder legal que amparara esa unión. No existía el casamiento ante el notario.
Gladis Pérez explica que debido al nivel de abandono y aislamiento, la convivencia familiar se caracterizó por el concubinato, por lo que al triunfo de la Revolución se debió desarrollar la Operación Familia, con el propósito de legalizar matrimonios e inscribir a las personas. Un periodista fue testigo de las hileras de personas que salieron de los bosques y se encaminaron a Cayo Ramona. «Era un domingo frío y gris —contó—, y ese día se realizaron cerca de 800 inscripciones y 300 personas tramitaron su solicitud de matrimonio».
Un médico toca a la puerta
William Sobrino recuerda que su madre y las curanderas de La Nueva tenían un remedio efectivo contra las lombrices intestinales. Preparaban una poción hecha de hierbas y con una pasta a la que nombraban chapapote. Al verterla en el vaso tomaba una coloración verde.
«Muchos niños morían porque no había médicos —cuenta. El que nacía con cualquier problema estaba sentenciado. Había varios cementerios, pero cuando se moría alguien en un lugar intrincado, lo enterrábamos en las cercanías, por lo difícil que era trasladarse».
Un médico y un enfermero cienfueguero brindaron las primeras asistencias al triunfo de la Revolución. En 1961 se incluyeron un gabinete dental y una farmacia. Una guagua móvil visitaba los más apartados lugares para prestar servicios médicos, estomatológicos y de rayos X y se desarrolló una extensa campaña de vacunación. La desnutrición era evidente, por lo cual se puso en práctica el Plan nutricional.
El doctor Lázaro Suárez lleva 16 años en la Ciénaga, pero es natural de Guanabacoa, en La Habana. Apenas iniciamos la conversación, destaca cómo han salvado la vida a cinco pacientes con trombosis, estabilizados en el policlínico de Playa Larga.
«La consulta de la pareja infértil podemos considerarla como especializada y del Primer Mundo, para quienes no pueden concebir hijos —explica el galeno. Hemos logrado montar esa consulta multidisciplinaria, con las técnicas de laboratorio, y hasta la fecha tenemos a 15 parejas en tratamiento, con el objetivo de concebir un bebé; antes iban a Matanzas o a La Habana».
Explica el especialista que en el territorio la población recibe más de 14 especialidades de atención secundaria: dos veces al mes en Cayo Ramona y Playa Larga consultas de cardiología, reumatología, endocrino, otorrino, dermatología, psiquiatría, alergia y ortopedia. Antes el paciente tenía que ir a Matanzas o Jagüey Grande.
La región cuenta con tres servicios de estomatología en Playa Girón, Cayo Ramona y Playa Larga, y en este último radica el de prótesis, mediante el cual en 2010 se resolvieron 241 casos y se repararon 117; este debe incrementar sus resultados y efectividad, pues ha habido prioridad con los recursos. Otro aspecto sensible es la garantía del transporte a tres pacientes para las diálisis.
«Un éxito fundamental de la salud en el municipio es tener un equipo multidisciplinario de atención al cáncer, que evalúa tratamiento médico y tratamiento psicosocial, tanto en consulta como en su casa; además de otro equipo para la atención al adulto mayor, tanto médicas como sociales», señala el doctor Lázaro Suárez.
Como parte del reordenamiento de la salud, de dos policlínicos con que contaba el territorio, ahora el de Cayo Ramona se convierte en una extensión del de Playa Larga. La estructura administrativa se simplificó y se mantienen los servicios compactados.
En esta región del sur cubano laboran siete estomatólogos, 27 médicos, dos especialistas en ginecología y obstetricia, un pediatra, dos clínicos, una psiquiatra, y el sector suma a 467 trabajadores. Cada batey tiene una farmacia comunitaria; el vecino de Pálpite no tiene que venir a comprar sus medicamentos a Playa Larga.
La nueva península
La profesora Ana María Hernández conoció bien la Ciénaga en 1959. Por esa fecha era una joven recién graduada de la Escuela Normal de Maestros en Matanzas. Junto con un grupo de egresados, al mando del profesor Joaquín Hernández Pino, se dirigió a la Ciénaga para efectuar el censo de personas alfabetizadas.
«Los bohíos eran de piso de tierra y yagua —cuenta Ana María. De una sola pieza, todos alejados unos de otros; solo en Maniadero y Santo Tomás había algunos bohíos juntos. Los bosques vírgenes y muchos hornos de carbón. El paisaje desolado, verde, con agua a ambos lados, que subía a la línea del tren; pájaros y muchos mosquitos. Eso era lo que se veía».
La Ciénaga de Zapata tiene hoy 3 142 viviendas, con dos edificios multifamiliares construidos en Girón. La Revolución edificó entre 1960-1961 tres comunidades para carboneros y pescadores en Buenaventura, Cayo Ramona y Caletón.
Valentín Perdomo Ayala, director de la Vivienda en el municipio, recuerda que antes abundaban los ranchos de carboneros, con paredes de cujes y de dos habitaciones. Aunque parezca una paradoja, el fondo habitacional cenaguero es el mejor de la provincia y está entre los que sobresalen en la nación.
En abril de 1961 había más de 200 alfabetizadores que ayudaban en las labores productivas y familiares. El 27 de julio de 1961, cuando se inauguró el Centro Turístico en Playa Girón, se realizaron las primeras graduaciones de alfabetizados del Plan Especial de la Ciénaga de Zapata. Cientos de cartas fueron entregadas a Fidel, con la firma de sus autores.
Según la Máster Clara Emma Chávez Álvarez, fue a finales de 1930 cuando surgieron las primeras escuelas rurales en el territorio, que funcionaron hasta 1959. Se infiere que en la década de los 50 el porcentaje de analfabetismo era el más alto del país, al igual que los niveles educacionales de los pobladores eran de los más bajos.
El Máster Alberto Rodríguez García, director de Educación en el municipio, refiere que en la Ciénaga están matriculados en las distintas enseñanzas 1 562 estudiantes, en 17 escuelas. Hoy la península cuenta con un círculo infantil en Cayo Ramona y el programa Educa a tu hijo llega a todas las comunidades, mientras que en la educación primaria existen cuatro centros urbanos con matrícula de 740 niños; y seis rurales, con 52 estudiantes. Dos de estas poseen paneles solares, en los apartados asentamientos de Santo Tomás y Guasasa.
En Cayo Ramona existe un internado que acoge a los niños de zonas alejadas, y en ese poblado hay una escuela especial con 26 alumnos con retardo en el desarrollo psíquico y retraso mental, así como un politécnico. Significó Rodríguez García que en el territorio funcionan tres secundarias básicas, con matrícula de 390 estudiantes, lo que ha hecho ventajosa la relación hogar-escuela, pues antes estaban en centros de Jagüey Grande. En el sector educacional de allí se han graduado 30 másteres y el 70 por ciento del personal docente es licenciado.