Enfermar de esa dependencia a tan temprana edad cambia la vida de muchos jóvenes. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 05:01 pm
«Desde aquel día nada volvió a ser lo mismo. Comenzó como una distracción. Éramos mi novio y yo. Ahora puedo recordar mejor las cosas… entenderlas…».
Corre el cabello de su rostro. Su mirada aún guarda reflejos de inocencia. La vida ha hecho que crezca demasiado rápido y que conozca sus caras más oscuras, sus vicios, sus crueldades.
«Creía que con el alcohol me podía divertir más. Desde pequeña he sido siempre una persona tímida, y a los 16 años eso no es nada bueno; no si quieres relacionarte en un círculo de amigos; no si quieres conocer muchachos, tener pareja.
«Salía con mis amistades los fines de semana. Fue cuando probé la bebida por vez primera. Entonces me sentí en otro mundo, como en el aire, ya no era yo…
«En la casa comencé a tomar vino o cerveza junto a mi novio. Sí, el me acompañaba en cada experiencia —se inquieta; parece como si quisiera pedir cuentas al amor por la forma en que tocó a su puerta.
«Al principio veía la relación buena por eso. Disfrutábamos con lo mismo, compaginábamos. Pero ahora me doy cuenta de que eso no podía ser amor. Ni siquiera éramos nosotros mismos.
«Por eso ahora, cuando nos tratamos de ayudar, no sé si en realidad es cariño o lástima lo que siento por él. Quisiera conocer a una persona trabajadora, cariñosa, no egoísta, que no tome ni fume, y que sepa querer. Yo sería igual si fuera así».
Tiene ahora 18 años y es difícil imaginar cuánto dolor ha sentido, cuánta vergüenza, pues no es esa la joven que siempre quiso ser. Pero aún está a tiempo. Lo sabe.
La vida que será
Mirada profunda. Manos inquietas, voz pausada. A sus 19 años tenía mucho por contar: «La primera vez que tomé fue a los 12 años, por embullo. Estaba en una fiesta con mis amigos y quise probar el vino que había. Después se hizo más frecuente, porque en todas las fiestas a las que iba había algo para tomar y fuimos probando con todas. Poco a poco me fue gustando y, sobre todo, disfrutaba mucho al sentirme como si estuviera volando, aunque no me emborrachara. El alcohol me ponía alegre, me cambiaba.
«Después no solo tomaba con mis amistades, sino también a solas en mi casa. Incluso acudía a la bebida cada vez que tenía algún problema. Si discutía en mi casa, si me preocupaba algo de la escuela… Lo hacía porque me sentía bien tomando para olvidar.
«Muchas veces dejé de salir por no tener dinero para comprar algo para tomar. No tenía sentido así, no tenía deseos porque pensaba que no me divertiría. Yo usaba la bebida, específicamente el ron, como si fuera una Redbull, para estimularme y energizarme. Luego dejé de tomar ron porque tuve muchos vómitos y dolores de cabeza y recurrí a la cerveza. Pero entonces, para sentirme como me gustaba, tomaba más de diez.
«Económicamente trataba de sustentar mi vicio, por llamarlo de algún modo. Yo hacía mis “negocitos” o le quitaba dinero a mi mamá de su cartera; por eso las discusiones en mi casa aumentaban y yo seguía tomando. Era como un círculo vicioso que yo mismo fui creando. No tuve relaciones amorosas que realmente duraran o valieran la pena, porque ponía por encima el deseo de tomar y de pasarla bien, sin tener en cuenta lo que a mi pareja le interesara o le disgustara.
«Estoy bajo tratamiento hace dos meses. Hoy estoy saliendo a flote gracias a mi mamá y a mi familia, quienes decidieron ayudarme aunque yo en aquel momento no me percatara de mi situación.
«Me mantengo alejado de quienes creía que eran mis amigos para evitar cualquier tentación, porque todavía estoy en los primeros tiempos. Prefiero limitarme y salir a lugares en los que no haya bebida, debido a que el primer trago te compromete y se puede recaer. Debo ser fuerte para poder decir no en el futuro sin sentir que me tiemblan las piernas».
Más de una historia se simplifica en los testimonios de estos dos adolescentes que apenas sobrepasan los 17 años y ya han tenido que tratarse como enfermos de alcoholismo.
«Estudiaré todo lo que siempre me ha gustado, pero que había dejado a un lado porque creía que las fiestas, la farándula, el goce libre eran más importantes. ¿Cómo se puede ser tan insensato? Si no hay nada más importante que la vida misma y yo la estaba desperdiciando todos los días… Desde ahora mi vida cambiará».
Salida peligrosa
Al repasar estos testimonios no escapan de la mente las más controvertidas interrogantes. ¿Qué sucede con estos adolescentes? ¿Qué rol han desempeñado la familia, la escuela, la comunidad y las instituciones para que seres humanos en la etapa más tierna de su existencia, aún en crecimiento físico y espiritual, busquen una vía de escape, o una forma de vida en el alcoholismo?
Para la doctora Martha Pozo, directora del Centro de Deshabituación de Drogas en el Adolescente, el alcohol deviene también vía evasiva a determinadas situaciones o conductas del muchacho, quien asume esta personalidad que se crea de manera artificial con el alcohol.
«Los jóvenes y adolescentes que padecen el alcoholismo generalmente tienen problemas en la familia, con los padres, amistades que no son las más adecuadas en la comunidad, y ello condiciona una situación problemática que tratan de evadir desde la bebida».
—¿El alcoholismo sigue siendo un problema que afecta solo a quienes viven en espacios de mayor marginalidad?
—Eso no es así. El consumo del alcohol sabemos que se da en cualquier estrato social, clase, raza o género. Lo que sucede es que una vez que una persona se torna adictiva se convierte en marginal, pues se separa del grupo con el que habitualmente convive.
«El primer escalón del tratamiento es dejar de consumir; y ello no significa estar recuperado. Esta recuperación hay que apoyarla desde lo psicológico, lo conductual, desde la familia.
«Pero lo más importante es que la persona esté consciente de su enfermedad y quiera hacer un cambio de esa vida adictiva.
«Y la familia también tiene que reconocerlo, en vez de asumirlo como un problema de amistades o conducta rebelde; los jóvenes deben aprender a crecerse por ellos mismos, por lo que son, y planear su proyecto de vida».
Para la doctora María Victoria Fernández, psiquiatra infanto-juvenil, las campañas contra el consumo de alcohol no han aumentado la percepción de riesgo, pues en general no se asume que por ello se puede terminar en una triste enfermedad.
«Investigaciones realizadas en fecha reciente han corroborado, aunque de manera incipiente, la predisposición genética que un individuo puede tener en cuanto a diversos padecimientos y la dependencia del alcohol es uno de esos», alertó.
«Las personas entienden rápidamente el riesgo que corren si algún familiar padece enfermedades como la diabetes y la hipertensión arterial, entre otras, y actúan en consecuencia.
«La población cubana percibe más rápidamente que una persona que toma mucha agua y come mucho dulce pueda ser diabético a que un adolescente que ingiera bebidas alcohólicas puede llegar a ser una persona enferma. Eso cuesta.
«Es por eso que un trabajo educativo-preventivo en el caso del alcoholismo se dificulta tanto».
Coincide la doctora Martha Pozo en ese aspecto, y además señala que, más allá del riesgo genético de una persona de padecer una enfermedad, resulta importante el control que ese individuo sea capaz de tener sobre él.
«Se necesita de un conocimiento individual para saber hasta dónde llegan los límites de tolerancia o dominio de uno mismo con relación a determinado producto o sustancia.
«Si se tienen en la familia casos de ese tipo, y además le resulta necesario a la persona asociar el consumo de alcohol a cualquier actividad, entonces ya estamos en presencia de un posible problema. Si las personas pueden controlar la ingestión de alimentos si estos dañan su salud, ¿por qué no pueden hacer lo mismo con el consumo del alcohol?».
Cuando se trata de un adolescente, insiste la doctora Pozo, es diferente. En esa etapa de la vida, en la que el sistema nervioso está en su período de maduración, no es recomendable el consumo de alcohol.
«Además, cabría preguntarse qué hace un niño de 14 años tomando cerveza. Son edades muy complejas desde el punto de vista psicológico y biológico».
Convergencia entre sexos
Igual que la depresión se ha estigmatizado como un problema femenino, el alcoholismo se ha visto históricamente como un asunto masculino. Sin embargo, desde el siglo XX, y ya con más énfasis en el XXI, el consumo del alcohol va dejando atrás la diferenciación de género.
Las normas sociales han cambiado desde entonces y ahora se acepta que las mujeres consuman bebidas alcohólicas, aunque la tolerancia es menor para las féminas borrachas, pues se les desprecia más que a los hombres alcohólicos.
Estadísticas internacionales registradas con diversas encuestas, advierten que la proporción de hombres y mujeres que consumen alcohol es de uno de cada dos hombres, y una de cada cinco mujeres.
Se ha propuesto una hipótesis de convergencia con respecto a las estadísticas sobre el género y el alcoholismo; o sea, las tasas de incidencia se aproximan o convergen debido en gran parte a que los papeles asignados a los géneros están cambiando.
Pero un dato revelador sostiene que esta convergencia entre ambos sexos está sucediendo cada vez más en las generaciones más jóvenes, tendencia que sí debe ser causa de preocupación.
En Cuba, según apunta la doctora Emelis Alfonso, jefa de Salud Mental y Adicciones en Ciudad de La Habana, es más frecuente el consumo en varones que en hembras.
La diferencia es de seis a 12 consumidores masculinos por mujer, aunque ha disminuido en los últimos años el consumo en las adolescentes y jóvenes. En el tabaquismo y el alcohol hay de cinco a seis mujeres por hombre, y sí se ha constatado un aumento del consumo irresponsable.
La doctora María Victoria Fernández señala que las adicciones y los trastornos de personalidad son mucho menos frecuentes en las mujeres, pero más graves, pues se acompaña la dependencia al alcohol en los segundos.
«Sin embargo, en la actualidad está más equiparado, pues ya hay más aceptación del hecho de que las mujeres también tomen. Nuestra sociedad va asumiendo que la igualdad de géneros implica que las féminas tomen y fumen, entre otras conductas, como algo normal», lamentó.
Marca a la vida
Amén de la marcada huella emocional que deja el alcoholismo cuando la persona enferma desde tan joven, el daño biológico puede ser muy peligroso o irreversible.
Bien lo sabe la doctora Juana Torriente, pediatra y toxicóloga, quien en la actualidad ha tenido que tratar a no pocos casos de alcohólicos en edades muy tempranas.
Advierte que el daño que puede ocasionar en el organismo el consumo irresponsable y reiterado de alcohol está más que probado, aunque confiesa que hablar de esto con los adolescentes y jóvenes hoy les parece el mismo discurso de siempre o una simple «muela».
«Quizá a los muchachos les resulte difícil creer que a edades tan tempranas puedan padecer las más graves consecuencias del alcoholismo, si ya ello forma parte de sus vidas. Y para nosotros, como especialistas, resulta extremadamente preocupante», insistió.
«Sabemos que las sustancias adictivas no solo afectan al sistema nervioso central, sino a la gran mayoría de las funciones de otros órganos. El primer lugar donde ocurre la biotransformación es a nivel del hígado», explicó.
Reveló que ya se han detectado en pacientes adolescentes daños severos como la esteatosis hepática, trastornos en el funcionamiento del corazón, glaucoma, y «es realmente asombroso que crean que no les puede pasar algo así. No se dan cuenta de que con la vida no se puede jugar», advirtió.
La culpa definitivamente es compartida. Pero la realidad está diciendo que el problema del alcoholismo y el consumo desmedido de bebidas alcohólicas en parte de los adolescentes es un problema que debe enfrentar la sociedad cubana.
Mirada de cerca
Tras la publicación del primer trabajo muchos fueron los comentarios recibidos de los lectores, quienes identificaron los factores y realidades que, desde el imaginario social, están incidiendo en el fenómeno del alcoholismo en los adolescentes.
Para Fernando López y María Isabel González la familia, como ese ambiente común donde beber es parte de lo cotidiano, influye de manera determinante en que se forme el hábito de consumir bebidas alcohólicas.
Otros de los elementos más señalados, en los que coinciden varios lectores, es la necesidad de que las instituciones más cercanas al adolescente presten mayor atención a la insuficiencia de lugares de esparcimiento y verdadera recreación.
Muchas de las opciones recreativas que se brindan están rodeadas por el consumo de bebidas alcohólicas. En las playas, las fiestas, los conciertos, las ferias… siempre está presente la bebida.
Por otra parte la cultura y la educación son esenciales, advierte Fernando, y llama la atención sobre lo importante que resulta el desarrollo de campañas educativas más prolongadas y sistemáticas en las escuelas, en la comunidad y en los medios de comunicación que ayuden a la familia.
«Pero se trata de crear conciencia no solamente entre los consumidores, pues este fenómeno no solo es un reflejo de una actitud social. Hay que fomentar el disfrute sin la presencia del alcohol, y esto solo se logra aumentando las opciones recreativas y culturales que no incluyan este tipo de bebidas como su producto principal», alertó Mario Grumas, otro lector.
Si bien es cierto que está legislada la prohibición de venta de bebidas alcohólicas a menores de 18 años de edad, es sabido que esta no siempre se cumple.