Para el Guerrillero Heroico el hombre realmente alcanza su plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 04:52 pm
Aquel domingo 22 de noviembre de 1959 no se le ha podido desprender de la memoria a Ramón Sánchez Parra. En esa jornada, con apenas 22 años, retrató al Che para la historia.
Pero ese día lejano espolea su cerebro por otros detalles extraordinarios. En dicha fecha vio estallar de entusiasmo y de locura a Manzanillo, la ciudad de sus amores.
«Fue una locura linda», aclara hoy este hombre que entonces era tipógrafo y que lustros después se convertiría en periodista. «Pocas veces he visto algo así en la vida. Parecía que habían regado alegría en cada esquina. Miles de personas nos concentramos felices desde la madrugada en distintos puntos para salir hacia el Caney de Las Mercedes. Y no fuimos a una fiesta, sino a un trabajo voluntario».
Aquella marejada humana, compuesta por los tirapiedras (trabajadores del calzado), tabaqueros y empleados de diferentes gremios —que se trasladó desde la Ciudad del Golfo en más de 50 grandes camiones— encontró en el Caney a otros miles (campesinos y obreros), también desbordados de entusiasmo.
Allí, en el Caney de Las Mercedes, donde se construía una ciudad escolar —primera obra educacional de la Revolución— se toparían con Ernesto Che Guevara, el promotor principal de la movilización. Aquel encuentro con uno de los líderes del naciente proceso de cambios acrecentó más el arrebato de los convocados.
Sánchez Parra recuerda que antes de iniciarse el trabajo, el Che subió a la cama de un camión y explicó la importancia estratégica de aquella jornada laboral, sin retribución alguna, que si bien no era la primera en Cuba marcaría un antes y un después.
«Cuando él le estaba hablando a la multitud yo le tomé una foto, que se conserva en el presente. A su lado se encontraba el comandante Manuel Piti Fajardo. Todos aplaudieron aquella intervención y partieron hacia los diferentes puestos laborales con un tremendo embullo. El Che fue a la cantera, a picar piedras».
Y es cierto que el espíritu mágico de aquel domingo se calcaría luego cada semana. Walfrido La O Estrada, ya fallecido, recordaba con cierta nostalgia hace cinco años que «en esos trabajos voluntarios no había interrupciones, comenzaban a las siete de la mañana y concluían a las tres de la tarde. Al finalizar, antes del almuerzo del día, se hacía un resumen y se felicitaba a los más destacados. Después tenía lugar una actividad cultural. Fue una etapa muy linda, muy hermosa».
¿Son posibles hoy esas historias de «locuras lindas»? ¿La complacencia y el ardor espontáneo por laborar sin interés, experimentados hace cinco décadas, pudieran resurgir en el presente, cuando en hipótesis hay más comprensión colectiva sobre el valor del trabajo voluntario? Estas preguntas se las formuló JR a Sánchez Parra, mientras este periódico viajaba a aquellos sucesos gloriosos del pasado.
«Es innegable que en los últimos tiempos se ha impulsado esa modalidad en el país. Tal vez nunca vuelva a ser como antes, pero hay que comprender que las épocas son distintas. Los jóvenes de ahora no piensan como lo hicimos nosotros», expresó.
Su respuesta significó un aguijonazo para el Diario de la Juventud Cubana, que hace varios años había sondeado el tema. Entonces una mayoría expuso que esa variante productiva había tergiversado su esencia; a tal punto que en determinados lugares era una manera de apuntarse en una «lista de buenos».
Sin embargo, ahora, luego de ese empujón del que hablaba Sánchez Parra, las opiniones podían haber variado…
¿Aún somos mercancía?
¿Cómo ven hoy los jóvenes cubanos el trabajo voluntario? Con esa interrogante como punta de lanza JR salió a indagar, al azar, a 50 personas menores de 32 años de edad, de distintas ocupaciones.
Y encontró que 41 de ellas (más del 80 por ciento) sigue pensando que se debe encauzar esa actividad, o al menos «forzarla menos», al decir de uno de los interrogados.
Verónica Heredia, de 27 abriles, ingeniera industrial graduada en la Universidad de Holguín, considera que los jóvenes de estos tiempos no pueden ver el trabajo voluntario como hace 50 años. «No tiene mucha lógica hacer comparaciones; las condiciones de la vida, las transformaciones innegables de la sociedad influyen bastante en la forma de pensar y actuar de la juventud.
El Guerrillero Heroico veía la voluntariedad como algo por alcanzar en las nuevas generaciones. Eso, en su concepción, le daría al individuo mayor libertad, pues «el hombre realmente alcanza su plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía». El Che, además, miraba primero el aporte a la conciencia de los seres humanos y luego —sin restarle importancia— la contribución a la economía.
Sin embargo, nuestra indagación arrojó también que un porcentaje de los entrevistados cree que hoy no se ejercita esa variante laboral concientemente.
Por ejemplo, Nadia Valdés, estudiante de sexto año de Comunicación Social, considera que algunos acuden para lograr un objetivo determinado; hay cierta hipocresía. Hemos llegado a este punto porque lo vimos durante años como una forma de perder el tiempo; muchos no se sienten útiles, sino altamente subutilizados y añorando la paz y el descanso dominguero».
Algo similar opinan Eylen Cutiño, estudiante de segundo año de esa misma carrera en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba; y el bayamés Luis Fornaris, trabajador del Laboratorio de Medicamentos, Líquidos Orales y Polvos. Para ella, no ir a los trabajos presupone «marcarse». Mientras él, de 26 años, señala que algunos no van a esas labores de corazón, sino por conquistar méritos o quitarse los ojos de encima.
Por una cuerda similar anda el razonamiento de Gema Suárez, estudiante de tercer año de Medicina. «En nuestra carrera se mide mucho la integralidad y la gente no quiere perder eso; por esa razón acude al trabajo voluntario, y eso hay que cambiarlo».
Mientras Iliana Arias Yero, de 26 años, profesora de la Universidad de Granma, acota que a veces «dicen que si es voluntario para qué asistir si no quieren. Realmente no todos interpretan lo necesario que puede ser cuando se organiza y enfoca correctamente».
Según sus palabras, su comité de base tiene una comisión creada para analizar a los militantes que reiteradamente se ausentan de los trabajos voluntarios planificados. «Los criterios son superficiales; pocos lo encuentran como algo imprescindible para el país. No se trata de cumplir una actividad del plan de trabajo, ni de convertirlo en la consigna “Somos los mejores porque hacemos más trabajos voluntarios”, sino que este aporte algo a la sociedad, que demuestre realmente su necesidad».
Pero otros, como Eric Benítez, dirigente juvenil, no piensan igual. «Nuestros jóvenes no son analfabetos y tampoco autómatas; por lo tanto creo que sería injusto decir que van a esas labores por formalismo o porque se obliga. Cuando se explica bien la tarea comprenden y acuden como una necesidad».
Como reafirmación de esa idea, Alexei Figueredo, graduado en Contabilidad, expone que en los últimos años «los jóvenes han mirado el trabajo voluntario de manera diferente. Falta mucho por lograr, es cierto; pero hoy existe mayor compromiso. De lo contrario muy pocos participarían, porque nadie va obligado a ninguna parte».
Cambiar la convocatoria
Si al Caney de Las Mercedes asistieron miles con alegría fue, en parte, porque la manera de citar seducía. Hoy, según la mayoría de los entrevistados, no sucede así.
Al respecto, Fe Maité Herriman, de 24, periodista oriunda del municipio granmense de Yara, señala que la forma en que se anuncia no siempre motiva; creo que siendo más inteligentes en esa manera de convocar se lograrían mejores resultados, mayores motivaciones.
La psicóloga Yanira Álvarez pone énfasis en la organización. «Lograr que los asistentes se sientan productivos es una garantía de asistencia al próximo trabajo voluntario», recalca.
«¿Cómo motivarlos? ¿Con cuánta seriedad se organizan los trabajos voluntarios? Un análisis del cúmulo de trabajo y la fuerza necesaria para ello, herramientas y aseguramientos logísticos —que no creo indispensables, salvo el agua— garantizan la calidad».
Sobre ese aspecto Daniel de Jesús Fonseca, dirigente de la FEU, cree que con cierta frecuencia no se explica, en la base, el contenido de trabajo, y mucho menos la importancia económica o social de esas labores. «Hemos insistido con nuestros dirigentes para que expliquen con argumentos esos asuntos. Hemos logrado algo…».
En la pesquisa, 19 de los encuestados hablaron también de cuánto vale la influencia de los que convocan. «Si el que cita es el que más produce, eso arrastra. El Che siempre fue el primero y no lo hacía para anotarse números», señala Luis Fornaris.
Algo que llamó poderosamente la atención: 37 de los preguntados vincularon el trabajo voluntario a las tareas agrícolas, como si las labores en los servicios, la construcción o el mismo puesto laboral no existieran.
Epílogo
Un sondeo no es un termómetro final para medir temperaturas ideológicas. Sin embargo, las coincidencias entre varias personas tampoco pueden verse como casuales.
El trabajo voluntario, tan necesario en la formación espiritual de las personas, debiera latir más en el cerebro y en el corazón de miles de jóvenes, relevos del mañana y que no en balde el Che calificó como «la arcilla fundamental de nuestra obra».
Hace falta inyectarle sol, entonces, con prudencia e inteligencia, como la vanguardia juvenil cubana ha venido haciendo para jornadas como la de este domingo. Si no lo hacemos la situación poco variará en el futuro. Y no podremos repetir tampoco jornadas tan estremecedoras como las que vivió hace cinco décadas Ramón Sánchez Parra junto al Che en el Caney de Las Mercedes.