Dionisio Ponce Ruiz y Marlenys Núñez Zamora estan entre los ocho fundadores de los Joven Club que aún ejercen en el país Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 04:51 pm
MANZANILLO, Granma.— Ese día una mujer se sentó frente a la computadora y, creyéndola dotada de poderes, estuvo a punto de preguntarle detalles sobre su pareja; si le era infiel, cuánto la quería, cuáles podían ser sus preferencias íntimas y otras cosas por el estilo.
Con delicadeza, tuvieron que aclararle aspectos de programación, del «lenguaje» de las máquinas, de las potencialidades reales de los ordenadores...
La anécdota la recuerda ahora, divertida, después de todos estos años, Marlenys Núñez Zamora, quien entonces tenía solo 20 primaveras y se desempeñaba como instructora del Joven Club de Manzanillo.
Pero esta no es la única historia memorable acaecida, entre teclados, en ese lugar. Dionisio Ponce Ruiz, profesor de la institución desde los inicios, recuerda que hace algún tiempo un señor llegó preguntando, con toda seriedad, si era verdad que «a esos equipos también les cae catarro y les da fiebre».
Si ahora tales relatos parecen inverosímiles es porque la Informática ya no resulta, para millones de cubanos, aquel extraterrestre de hace dos décadas. Y uno de los protagonistas en esa película que habla de metamorfosis ha sido el Programa de los Joven Club de Computación y Electrónica, nacido el 8 de septiembre de 1987.
Precisamente Marlenys y Dionisio están entre los que más vivencias informáticas conservan en toda Cuba. Pueden hablar desde aquellos aparatos que parecían máquinas de escribir eléctricas hasta las computadoras modernas, que casi «respiran».
Ellos figuran entre los ocho fundadores de ese proyecto que aún ejercen en el país. Otra de las iniciadoras, Tania Benítez Solás, es compañera de trabajo de ambos. Y una cuarta precursora, Nancy Corrales Blanco, también labora en Manzanillo, aunque en otro Joven Club.
«Lo mejor que nos pudo suceder en la vida es haber permanecido en el proyecto. Otros se fueron, pero hoy no nos arrepentimos de habernos quedado», dice Marlenys.
«Claro, en estos 22 años no han faltado los baches, los dolores de cabeza, los temores...»
Crecieron
A Dionisio, hoy con 46 años, le llegaron a decir cuando ingresó al Joven Club que estaba loco o que se iba a embarcar. Se había graduado de Ingeniería Automática en 1985 en el Instituto Superior Politécnico Julio Antonio Mella (ISPJAM), de Santiago de Cuba, y algunos pronosticaron su «estancamiento» profesional.
«Nada más lejos de la verdad», expone sonriente este manzanillero amigo de los carnavales, quien hoy realiza el doctorado en Ciencias Pedagógicas. «Gracias al programa he podido superarme lo que no imaginaba», reconoce tres años después de haber realizado una maestría en Nuevas Tecnologías.
Él no niega que tuvo tentadoras ofertas de trabajo durante dos décadas y que vio cómo decenas de instructores se marchaban en un carro sin marcha atrás. «Sin embargo, siempre le encontré lo interesante a esto; tal vez haya sido el poder de regeneración del movimiento, porque al principio teníamos unos tableritos con televisores Krim; pero cada año llegaba “un carro” nuevo y eso le dio el “toque” a los Joven Club».
Tampoco ha tirado al olvido las jornadas difíciles del período especial. «Del año 1992 al 95 vino una etapa complicada, pasábamos horas y horas sin corriente, no había qué hacer, ni para dónde mirar. No obstante, no perdí la ilusión».
El tiempo pareció iluminarlo, no solo porque hoy estos recintos apenas descansan o por los 36 cursos de distintos tipos que ofrecen, o por las posibilidades de superación, las cuales han permitido graduar, en una provincia como Granma, a 42 másteres en Nuevas Tecnologías. Hay otro hecho grandioso para narrar en lo personal: en septiembre de 2000, cuando las aguas empezaron a tomar su nivel, él y otro grupo de fundadores fueron reconocidos por Fidel, en acto celebrado en la capital cubana.
«Qué estimulante para los que nos quedamos después de tantos problemas participar en aquel acto junto al Comandante. Hoy podemos contarlo con orgullo», enfatiza mientras mira a Marlenys y juntos recuerdan otros pasajes de aquel día.
Ella está entre quienes crecieron en estos cinco lustros. Se graduó como técnico medio en Máquinas Computadoras en 1986; en 2006 se licenció en Informática y en 2008 realizó la maestría.
«Lo positivo no está solo en la superación profesional. Al principio apenas se acercaban personas a los cursos; hoy es distinto, la masividad es enorme. Y eso que al inicio solo eran diez Joven Club en el país, hoy son más de 600».
Para Marlenys el crecimiento espiritual también radica en ver a decenas de adultos que en el presente se le acercan para llamarla «profe». A algunos apenas los reconoce porque antaño eran niños, muchos de ellos tímidos.
«Una de las cosas lindas es que varios de aquellos muchachitos ahora son instructores y aman la Informática», admite.
Ella, por supuesto, tampoco es la jovencita de entonces; en este tiempo le nació un hijo, formó un hogar, maduró.
Alfabetizadores
Los dos son optimistas. Cuando les preguntan si, por la paulatina informatización de la sociedad, no ven en peligro este programa, mueven la cabeza en gesto negativo.
Los dos creen que siempre habrá algo por enseñar; o un servicio útil que brindar. «Nosotros realmente ayudamos a alfabetizar la sociedad en temas de Informática. Cuando las universidades no podían por distintas causas ahí estábamos nosotros. Hoy seguimos aquí y parece imposible que desaparezcamos», señala Dionisio.
Los dos están en desacuerdo con Gardel, porque para ambos 20 años sí han sido mucho: «Satisfacción, formación, felicidad», subraya él mientras clava la mirada en la computadora como si a través de ella estuviera contando cada paso después de aquel lejano primer golpe sobre el teclado.