La casa de la familia de Félix Pérez Paula, en Río del Medio, fue convertida en escuela. Muchos comoellos harán lo mismo para que el curso escolar se reinicie. Foto: Diego Estrella BAHÍA HONDA, Pinar del Río.— Solidaridad es una palabra hermosa. El caleidoscopio de sus colores coloca luz en las sombras; sirve de albergue donde no hay espacio, alivia dolores.
Ella sobrepasa el estrecho espacio del yo, agranda lo poco y cobija a quienes fueron más castigados. En la finca La Victoria, ubicada en Río del Medio, a 18 kilómetros de la cabecera municipal de Bahía Honda, Félix Pérez Paula y su familia convirtieron en aulas la segunda planta de su casa. Boris Luis Santacoloma, la escuelita rural vecina fue derrumbada totalmente durante Gustav.
Tradicionalmente y durante todo mal tiempo los medios de ese centro: dos televisores, un video, una computadora, dos convertidores y hasta los paneles solares, son resguardados en la confortable vivienda de dicha familia, la cual después de Gustav, brindó la segunda planta de su hogar para que fuera empleada provisionalmente como centro docente.
En el vecindario todo fue afectado por los huracanes: el consultorio, el círculo social de la cooperativa, la bodega, por ello decidieron abrir las puertas de su hogar a todos los demás.
Durante el azote de Gustav alojaron en la vivienda a 27 personas y cocinaron con un fogón Pike. Cuando Ike decidió romper las nubes en un aluvión, también ofrecieron abrigo a quienes quedaron a la intemperie.
Félix trabaja en la cooperativa de créditos y servicios Teniente Juan Hernández. Él, su esposa Rosa López y sus hijos están acostumbrados a tener siempre muchas visitas en casa.
«Mi tío, Concepción Paula —relata Félix mientras se acomoda en un sillón— fue quien hizo esta vivienda que tiene una gran seguridad. Las persianas son de corazón de yaba, de nuestra propia finca, en la que los vientos derribaron 13 cordeles de maíz, 25 matas de aguacate, cinco de mamey y decenas de palmas que servían de alimento a los puercos.
«Las escuadritas para el cierre de las persianas, que generalmente se hacen de zinc, él las hizo de acero níquel, por eso los huracanes no pudieron con la casa», afirma regodeándose al pronunciar cada palabra relacionada con su tío, a quien se ve que admira notablemente.
Su hijo Fran Luis Pérez, de 20 años, le sigue los pasos, le ayuda en la finca y en todo lo que sea necesario. El padre le ha enseñado a sudar la camisa.
Se nota que los laboriosos ancestros expandieron su tronco en fuertes ramas. La abuela de Félix tiene 98 años y vive en Bahía Honda. Todos hablan con entusiasmo de las celebraciones de sus cumpleaños en las que se unen decenas de personas entre familiares y amigos.
Durante el azote de ambos huracanes los vecinos se mantenían informados gracias al televisor de esta familia, el cual funciona con la batería de un camión.
Rosa López Rosquete, la esposa de Félix, comenta sonriente que una vecina le dice con frecuencia: «no sé cómo puedes tener siempre tanta gente en la casa, yo me aturdiría».
Es una familia compartidora, a quien la vida puso duras pruebas, pues una hermana de Félix tuvo un accidente hace 21 años y quedó en estado vegetativo. Ellos curan su dolor haciendo el bien a otros y viendo a su hija Keterine organizar las mesitas y las sillas que este lunes acogieron a los niños del barrio.
No son los únicos. En otros sitios del territorio vueltabajero otras familias han tenido igual gesto, sobre todo en los municipios más afectados.
En estos días la ayuda al prójimo se convierte en práctica cotidiana. Bajo los huracanes han aflorado las buenas acciones, como flores de loto que renacen a pesar de negras aguas.