Esther Montes de Oca. Foto: Abel Padrón SAN JUAN Y MARTÍNEZ, Pinar del Río.— El día de su cumpleaños 98, este 7 de agosto, Esther Montes de Oca abrió las zonas de luz y sombras de su existencia confesando por qué, a pesar de la pérdida irreparable de sus dos hijos, el 13 de agosto de 1957, le quedan fuerzas para vivir.
Su casa fue tomada por un grupo de jóvenes de la Asociación Hermanos Saíz, quienes le regalaron versos y canciones. Antes del encuentro le pedimos que nos respondiera algunas preguntas para el periódico de la juventud cubana, y accedió, como siempre, amablemente.
En la casa museo que mantiene viva la presencia de Luis y Sergio, se experimenta una emoción especial, aunque se le haya visitado en numerosas ocasiones.
Las fotos de ambos héroes, sus documentos, las pertenencias personales, la infancia cobijada por una familia que potenció en ellos las mayores virtudes humanas, todo está allí, como latiendo.
—Recibirá este 13 de agosto el Premio Maestro de Juventudes, que otorga la Asociación Hermanos Saíz ¿Qué significa para usted que tanto ha enseñado a lo largo de su vida?
—La educación comienza en el hogar, en cada familia, y termina en la tumba. Siempre hay algo bueno que enseñar. A lo único que aspiro es a ser útil. Cuando te llaman para que estés en un lugar es porque desean que estés. Eso te dice que puedes aportar alguna experiencia a la luz de tus años.
—La nación toca ahora a la puerta de los maestros jubilados...
—Siempre que se pueda aliviar un dolor, un maestro debe contribuir a aliviarlo.
—¿Qué es San Juan y Martínez para usted?
—Es mi vida. Me han ofrecido buenas casas en otros lugares y no he aceptado. De San Juan lo quiero todo, hasta lo que no es bonito. Mis hijos adoraban su pueblo y trataron de arreglar cosas que ocurrían en él. No me concibo sin estar aquí, cerca de ellos.
A Sergio le dolía aquel mundo que quería cambiar y así lo reflejó en su poema Desalojo, del 30 de mayo de 1957:
«...un olor a sangre mía / se mezcla con el palmar, / en tanto un sol desesperado / arrulla el dolor de un mueble / en la orilla de un camino... una nube avergonzada / se rompe en lágrimas de amor / un bohío maltratado / dirige sus ojos al cielo, / un río rebelde y bueno / lanza un grito a la cascada...».
Esther fue maestra primaria y después del triunfo de la Revolución impartió clases en la secundaria de San Juan y Martínez. Sus alumnos, entre ellos Manuel Blanco Iglesias, la recuerdan sobria, pero elegantemente vestida. La respetaban mucho, por lo que ella representaba y por su personalidad, afable pero recta.
Cuando le preguntamos al respecto declara: «Siempre iba al aula con medias finas y zapatos de tacón bajito, pero de tacón. Creo que un maestro debe serlo desde los pies hasta la cabeza, lo mismo dentro que fuera del aula».
Sus ex discípulos la recuerdan con mucho conocimiento, no solo de Geografía, la materia que impartía, también la combinaba con Historia de Cuba y de la localidad.
—¿Cuáles son las personalidades cubanas que más admira?
—En quien primero hay que pensar es en Fidel, que ha sido nuestro maestro, nuestro guía.
—¿Cómo se siente Esther con sus 98 años?
—Ha pasado tanto tiempo, no pienso en los años que tengo. Ya no puedo trapear ni hacer otros trabajos fuertes, pero todavía sé cocinar. Tradicionalmente en la casa museo se brinda con una bebida típica de Pinar del Río, la Guayabita del Pinar, y de vez en vez participo.
Innegablemente, estar rodeada de jóvenes obró beneficios en el estado de ánimo de esta mujer, y quienes lo comprobaron se sintieron satisfechos de verla así.
Quien conversa con ella siente algo difícil de explicar, como una conexión con sus hijos, aquellos que dejaron sus ideas fundamentales en lo que está considerado como su testamento político, el escrito ¿Por qué luchamos?:
«... Hoy, como lo fue ayer y lo será mañana, ser universitario es tener contraído un doble compromiso: con Cuba y con la universidad. Con Cuba que es y será siempre lo primero en el pensamiento de nuestra generación y con la universidad —luz más alta en la noche— por su historia de rebeldías y su actual afán de combate. Y todo el que ultraje a una, ultraja a la otra; quien sea traidor a la Colina, lo es también para Cuba; y quien abandone temeroso la Colina y su cruzada moral y revolucionaria, abandona a Cuba y a la revolución de los humildes, de los sin pan y sin techo, que ya está en marcha».
Esta pedagoga, doctora Honoris Causa de la Universidad Hermanos Saíz, tiene mucho que contar de aquella familia en la que crecieron Luis y Sergio, del entorno equilibrado en el que ella nunca tuvo quejas de su esposo, según sus propias confesiones, y en el cual el amor respetuoso y considerado entre sus padres contribuyó a que los jóvenes fueran caballerosos y amables.
En un ambiente de instrucción y cultura les gustaba leer a Martí, José Ingenieros y Julián del Casal. Probaron los caminos de la poesía y les fue arrebatada la vida cuando aún podían madurar mucho más en ese sentido.
¿Qué es la patria para la mujer que trajo al mundo a aquellos dos magníficos jóvenes que eran tan queridos y respetados en su pueblo por no hacer distinciones de raza ni de opulencia?
«La Patria —asegura Esther— es lo primero; después se lucha por todo. La patria es lo que nunca podemos mancillar».
Y en su frase que es casi sentencia, se resume el pensamiento de sus hijos. Aquellos que salieron a celebrar el cumpleaños de Fidel y encontraron la muerte a manos de un esbirro batistiano.
Habrá gladiolos hoy sobre su tumba; pero más allá del mármol y el martirologio sigue la tenacidad y la vida de una nación que no quiere ser nuevamente neocolonia.