Unos 50 expedicionarios cubanos planean recorrer 50 sitios histórico-culturales, para comenzar a festejar desde la Cuba esencial las cinco décadas del triunfo de la Revolución cubana, el primero de Enero
En una mordida que el agua del río San Diego hizo a la piedra viva está la camita donde durmió el argentino. «La vi, la vi», dice con el asombro de sus diez años Roberto Carlos, mientras que Jessica, que lo iguala en edad y bríos, espera el flash de una cámara para advertir como un reflejo la Historia que le han contado.
Estamos en La Cueva de los Portales, Pinar del Río, donde Ernesto mantuvo la montaña de hombres de occidente lista para vivir a bala y puño, en los días «luminosos y tristes» de la Crisis de Octubre.
Dice Juan Carlos, el Historiador del sitio, que aquel fue un mes terriblemente lluvioso. Y uno imagina el asma cruda que debió fustigar al Guerrillero, mientras el país se abocaba al conflicto.
Los 50 expedicionarios que escuchan el relato emocionado de Juan Carlos, planean recorrer 50 sitios histórico-culturales, para comenzar a festejar desde la Cuba esencial las cinco décadas del Año Enero.
Son jóvenes de todas las generaciones; estudiantes, obreros, abuelas, doctores, niños, blancos, negros. Y los ojos, como aquel pequeño que fue al mar por primera vez, apenas les alcanzan para mirar.
De la caverna, que curiosamente tiene entradas de luz poco comunes y golondrinas jugando en el techo, parten los muchachos para El Moncada, comunidad de Viñales donde Fidel diera a Leandro Rodríguez Malagón y su patrulla de campesinos la tarea de acabar con la tropa bandida del Cabo Lara.
Aquí está la imagen de Leandro, con 12 metros y toneladas de peso, fusil en mano como en aquellas jornadas, custodiando la entrada del sistema cavernario de Santo Tomás. Aquí yacen ocho de los «malagones» y descansarán también los otros. Ese fue el único deseo de estos campesinos, después de cumplir en 18 días la tarea que les dio el Comandante.
El tiempo no alcanzó para todas las preguntas y estas líneas para contarlo no deben extenderse, pero es bueno recordar que Cary, una de las muchachas antiguas de la travesía, no para de decir que esto es un regalo. «Yo alfabeticé, estuve en aquellos años de inicio y ahora los estoy redescubriendo».
A paso doble sigue el grupo para La Habana. En el Cacahual, un alto para que el trovador entonara con Silvio el único discurso posible. Y en la noche, el Mella al pie de la escalinata universitaria. Allí también —porque todo se enlaza en el destino de esta Isla— los expedicionarios observan pasos de ayer y afanes de mañana en la rebelde, casi divina imagen que se echó encima el alma de una nación.
Hoy andamos por Girón. Contaremos.