Foto: Roberto Suárez En enero de 1884, desde las páginas del periódico La América, en Nueva York, escribía conmovido José Martí: «Se puede ver en todos los rostros y en todos los países, como símbolos de la época, la vacilación y la angustia. El mundo entero es hoy una inmensa pregunta».
Cientoveinticuatro años después, los niños, adolescentes y jóvenes cubanos que nos damos cita en el XXXIV Seminario Nacional Juvenil de Estudios Martianos, hemos podido confirmar en los debates de los principales problemas que afectan a nuestro tiempo, enfocados desde la cosmovisión del Apóstol y esclarecidos por las Reflexiones de Fidel, que estamos hoy en la misma encrucijada que entonces, solo que con la amenaza, más grande aún, que representan los «adelantos» que una ciencia sin conciencia y una técnica sin ética, han traído a nuestra especie.
Indagando en los conceptos del Maestro, hemos aprendido que, paradójicamente, los enormes avances científicos y tecnológicos que ha alcanzado nuestra época no están, salvo honrosas excepciones, ni por asomo al servicio de la felicidad de todos los seres humanos. Los crímenes que a diario se cometen contra la naturaleza para satisfacer el apetito voraz de unos pocos y el consumismo inducido de otros tantos; las guerras de exterminio y de saqueo en que se emplean las ridículamente llamadas «armas inteligentes», son muestras de adonde puede conducir la instrucción desprovista de la ética y el humanismo que Martí proclamó siempre. Los millones de personas sin acceso a la educación, a la salud, a la cultura, al agua potable, a la alimentación, que acaban siendo víctimas fatales de semejante desamparo, son una afrenta para la llamada «civilización». Las muertes silenciosas y dramáticas que ocurren ininterrumpidamente durante las 24 horas de cada día, y que no aparecen ni aparecerán nunca en los noticieros de ninguna de las «agencias informativas» del mal llamado «mundo democrático», son una vergüenza para quienes, en estos tiempos tristes, aún conserven algo de decoro.
«Nadie tiene derecho de dormir tranquilo mientras haya un hombre, un solo hombre infeliz», nos enseñó aquel «hombre más puro de la raza» que fue José Martí. Por eso en sus doctrinas encontramos también las nuevas generaciones, como encontraron Fidel, Raúl y la Generación del Centenario del Natalicio del Apóstol, los resortes morales que nos ponen en pie ante cada injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es bueno que los enemigos de la Revolución sepan que los jóvenes cubanos no estudiamos el pensamiento de Martí solo para participar en un concurso, o para responder satisfactoriamente algún examen, ni para repetir, como lindoros, electrizantes frases, que más que eso fueron trozos de alma lanzados a borbotones desde aquel hombre inmenso que es y será siempre nuestro eterno horizonte.
Estudiamos a Martí para apropiarnos de su manera ética y profundamente humanista de comprender el mundo, de convivir en sociedad, de construirnos a nosotros mismos como requisito indispensable para construir entre todos el mundo mejor que queremos y al que tenemos legítimo derecho. Pero de él también aprendemos que ese mundo no se producirá por generación espontánea, que habrá que construirlo día a día con nuestras propias manos, prestando atención también a las «pequeñas cosas» que suelen ser a veces las más importantes, aprendiendo a ser útiles allí donde estemos, porque, como él nos enseña, la misión de cada uno de nosotros no es tratar de procurarse un mayor o menor rango en la escala social, sino ser capaces de realizar, allí donde nos encontremos, la mayor suma de mejor obra posible.
Los enemigos de la nación cubana pretenden destruir el legado de José Martí rebajando su figura, ridiculizando su mensaje, tergiversando sus ideas, pero en el fondo con eso no hacen sino mostrar el temor que les provoca semejante doctrina. Porque con ella en el corazón Fidel y sus jóvenes compañeros, apoyados después por todo un pueblo, derrotaron una de las más sangrientas tiranías que padeció nuestro país y que ahora, al parecer apostando a la presunta desmemoria y apatía de nuestra juventud, pretende ser resucitada por los corifeos de Miami como el paraíso perdido. Con las doctrinas de Martí en el corazón han salido a pelear por el decoro de los hombres del mundo muchos jóvenes cubanos, y salieron maestros a enseñar y constructores a edificar y médicos a salvar vidas en los más remotos parajes. Con esas doctrinas nuestros cinco hermanos prisioneros en las cárceles norteamericanas por luchar contra el terrorismo han sobrevivido a la brutal injusticia de que han sido víctimas desde hace una década, y son en estos tiempos el ejemplo mayor de lo que significa tener fe en el mejoramiento humano, en la vida futura y en la utilidad de la virtud. A ellos, desde el corazón mismo de la Patria, nuestra gratitud infinita, porque de su sacrificio y el de otros como ellos ha dependido siempre que podamos crecer y educarnos en la paz que cada día disfrutamos, y cuyo precio ningún joven cubano deberá olvidar nunca. Nuestro compromiso es no cejar en la lucha por su liberación hasta que estén de nuevo entre nosotros.
De este XXXIV Seminario Juvenil de Estudios Martianos hemos salido más fortalecidos para trabajar duro cada día por llevar a la práctica las enseñanzas de José Martí, conscientes de que, como él nos demostró, «hacer es la mejor manera de decir».
Participantes en el XXXIV Seminario Nacional Juvenil de Estudios Martianos