Foto: Heriberto Hernández Brito Nadie creyó que Bonnie Sherr Klein sobreviviría a la tragedia. Solo su obstinado esposo, con quien había compartido 20 años, imaginaba una segunda oportunidad.
Ni ella misma hubiera podido creer que se levantaría de su drama, después que en 1987, a los 46 años, un accidente cerebrovascular causado por una malformación congénita, la llevó a perder la totalidad de sus funciones vitales, convirtiéndola en una persona cuadrapléjica, dependiente de un respirador.
Aunque todavía carga con las secuelas de aquel trance, esta mujer mira hacia el pasado como quien ha ganado una tremenda batalla para la vida. Eso es lo que suele sentir quien conversa con ella, como acaba de hacerlo este reportero en el Instituto Internacional de Restauración Neurológica.
El diálogo tuvo lugar tras su presentación del documental Sin asomo de vergüenza, el arte de la discapacidad, estremecedor testimonio de cinco discapacitados que han enfrentado el difícil trance de darle nuevo sentido a su existencia, pese a sus limitaciones físicas.
Para esta mujer era incluso más difícil, pues al momento del trágico suceso era ya una cineasta conocida en Canadá y en el mundo por sus obras a favor de la paz, los derechos de la mujer y contra la pornografía infantil, entre otras temáticas, que le valieron numerosos premios internacionales.
Lo primero que viene a su recuerdo es el inmenso apoyo emocional que recibió de su esposo, el médico Michael Klein, quien en su incesante búsqueda por devolver las esperanzas de vivir a su esposa, recorrió parte del mundo.
Después de mucho andar, sus compañeros le dijeron que en London, un pequeño pueblito de Canadá, vivía un médico veterinario que hacía operaciones en animales como las que requería su esposa, y esperaba por un ser humano para experimentar.
A pesar del riesgo, Michael sabía que esta era su única oportunidad de verla recuperada, y tomó la decisión de llevarla y someterla a la operación. Aquella riesgosa decisión fue sin embargo la que le permitió a Bonnie Sherr ir recuperando paulatinamente la mayoría de sus funciones, incluyendo la capacidad de hablar, luego de tres años de rehabilitación y más de diez de mejoramiento paulatino.
Hoy recorre pequeñas distancias con un andador y se traslada en su sillón de ruedas eléctrico. Asume que es una de las tantas personas con discapacidad que viven en Canadá, pese a que nunca imaginó comenzar desde cero después de haber vivido lo suficiente.
«No me siento una persona desdichada, pues tengo a mi familia, que me adora, a los amigos e incluso el trabajo».
—¿Por qué decidió venir a Cuba?
—Michael y yo vinimos gracias a la Embajada de Canadá y a una amiga para presentar esta película de 2006, Sin asomo...
—¿Qué impresión tiene de la atención al discapacitado en la Isla?
—El nivel de rehabilitación que he podido ver aquí está a la altura del de Norteamérica, e incluso superior. Hay un problema real derivado de la situación económica en Cuba, lo que impide que se puedan eliminar algunas barreras. Por ejemplo, visitamos la Escuela de Medicina y vimos que tenía muchos obstáculos que impiden que un discapacitado estudie en esas instituciones, aunque esos problemas ocurren en todas partes del mundo, y a veces no se requiere tanto de recursos como de conciencia y sensibilidad.
«Lo estimulante es que la asociación del discapacitado en el país conoce de estos problemas y comprende las razones por las que no se les ha podido dar mayor atención económica para eliminarlos».
—¿Cuáles cree que son los principales problemas que enfrentan hoy las personas con limitaciones físicas?
—Hay dos que son muy dolorosos: el problema de autoestima, y el del aislamiento. Por eso creo que es necesario que las personas con discapacidad tengan más acceso, menos limitaciones, menos barreras arquitectónicas para que puedan llegar y reunirse con los demás miembros de la sociedad. O sea, deben poder tomar un ómnibus sin tantas dificultades, y deben poder trasladarse por las calles sin encontrar tantos obstáculos.
—¿Qué debe hacerse para atenuar estos problemas?
—Aunque muchas soluciones no están a mano, es necesario que los discapacitados se reúnan, pues compartir los problemas les ofrece fortaleza. Por eso me gustan tanto centros como este de Restauración Neurológica, donde ellos se juntan para rehabilitarse. Un lugar como este constituye para nosotros una pequeña sociedad.
—Usted es cofundadora de la Sociedad para el Arte y la Cultura de la Discapacidad en Canadá. ¿Qué son los festivales KickstART»?
—Son un espacio donde las personas discapacitadas se reúnen para divertirse y para expresar, a través de la cultura en general, la comedia, la música, el teatro y el arte visual, cómo son sus vidas cotidianas con respecto a la discapacidad.
—¿Cómo llegó Bonnie Sherr al mundo del cine?
—Eso tiene una historia muy larga, pero lo más importante es que antes de tener el accidente yo era cineasta. Ya desde aquel entonces, con mis producciones denunciaba muchas de las injusticias e incoherencias del mundo.
«La mayoría de mis filmes ha tenido que ver con problemas sociopolíticos. Realicé muchos acerca de la perspectiva de la mujer, los derechos de la paz y contra la pornografía».
—Usted ha producido y dirigido filmes que denuncian la pornografía infantil y los niños en la guerra...
—Pienso que ambas cosas son detestables; las dos constituyen abusos y atentan contra los derechos infantiles.